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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL PRIMER MINISTRO DE BÉLGICA*

Domingo 23 de febrero de 1964

 

Señor Primer Ministro:

Nos complace mucho la visita que ha querido hacernos este día y con el mayor placer Nos le damos la bienvenida al Vaticano.

En varias ocasiones a lo largo de estos primeros meses de Nuestro Pontificado, Nos hemos tenido la oportunidad de poner da manifiesto toda la estima de la Santa Sede por su noble Patria. Fue en primer lugar al recibir aquí mismo, después de Nuestra Coronación, a los Soberanos; luego, durante la segunda sesión del Concilio, al recibir a vuestros Obispos; y en fin, el mensaje por radio-televisión que se Nos pidió filialmente Nos ofreció una nueva ocasión para deciros cuánto Bélgica se halla presente en Nuestro espíritu y en Nuestro corazón, y Nos sentimos felices al poder proclamarlo de nuevo en presencia de una personalidad tan calificada y tan representativa como Vuestra Excelencia.

Nos quisiéramos deciros detalladamente, si Nos dispusiéramos de tiempo para ello, cuánto bien Nos pensamos de Bélgica, de su cultura, de su historia, de su capacidad para captar los valores ideales y entregarse a ellos de manera ejemplar; Nos admiramos el alto grado alcanzado por su desarrollo social, la fidelidad de su catolicismo, la generosidad de su impulso misionero, sin hablar del carácter laborioso, valiente –heroico cuando es necesario– de sus habitantes; los grandes ejemplos que vuestro País ha dado al mundo, Señor Primer Ministro, están en todas las memorias.

Lo que Nos cautiva además, y lo que Nos parece que crea un lazo particular entre la Santa Sede y Bélgica, es que vuestra Patria, como la Santa Sede, ama la paz, el respeto del derecho, la práctica de las virtudes domésticas y cívicas.

Pequeña como configuración geográfica, pero grande por su espíritu de iniciativa, su ardor y su trabajo, su fidelidad a los compromisos, Bélgica ha sabido imponerse en el concierto de los pueblos y demostrar que desempeña un papel activo en la construcción de Europa y del mundo de mañana. Sinceramente pacífica y leal, vuestra Patria, Señor Primer Ministro, inspira confianza y la merece.

Nos deseamos que la merezca cada vez más y que continúe desempeñando su papel bienhechor en el seno de las Naciones que la acompañan con su amistad y su estima. Que pueda ser siempre también la nación católica fiel y segura, fuente de gozo y de edificación, para la Iglesia y para la cristiandad.

Estos son, Señor Primer Ministro, los votos que Nos es grato formular al despedirnos, al mismo tiempo que Nos invocamos de todo corazón sobre la amada Bélgica, sobre sus Autoridades espirituales y temporales y sobre todos sus habitantes, a los que Nos abrazamos con igual afecto, la abundancia de las bendiciones divinas.


*ORe (Buenos Aires), año XIV, n°601, p.5.  

 



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