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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL PERSONAL DE LA RADIOTELEVISIÓN ITALIANA


Sala Clementina
Martes 25 de febrero de 1964

 

Señor presidente,
señor administrador delegado,
señor director,
ilustres señores de la radiotelevisión e hijos todos carísimos:

Tenemos un doble motivo para sentirnos dichosos al recibir vuestra visita, tan honorífica, tan grata y significativa para Nos.

El primer motivo ha sido ya indicado en las palabras, hace un momento pronunciadas por usted, señor presidente, conde Novello Papafava dei Carraresi, bien conocido y apreciado por Nos desde hace largo tiempo; el primer motivo de gozo es la ocasión que nos ofrecéis de expresar nuestro agradecimiento por el magnífico servicio que la radiotelevisión italiana ha prestado en nuestro reciente viaje a Tierra Santa. La discreción, como usted manifestaba, señor presidente, no sólo de las estaciones de esta modernísima institución, sino de sus palabras, no dice la premura, la complejidad, la amplitud y el éxito que ha tenido este servicio; no nos atreveremos a daros ahora la debida descripción, pues nos faltan los términos técnicos y estadísticos en que deberíamos expresarla, y, por lo demás, sabemos que todos vosotros conocéis perfectamente la entidad y el alcance del trabajo realizado en aquella singular y memorable circunstancia. Creemos más bien que el trabajo y la gallardía demostrados con motivo de nuestra peregrinación a Tierra Santa han quedado grabados con afecto en vuestro recuerdo, como un momento grave, pero glorioso, como una aventura difícil pero interesante, como un esfuerzo peligroso, pero pleno de satisfacción. Sí, creemos que vosotros también desearéis conservar un recuerdo de este hecho nuevo y único en su género; y que a la complacencia, que podríamos llamar profesional de haber demostrado la eficacia no solamente de los instrumentos, sino también de los hombres, de que vuestra empresa dispone, se sumará en vuestro espíritu otra menos definible, pero más dulce y gallarda, complacencia, que queremos llamar espiritual, de haber estado asociados, y no como simples operadores técnicos, sino como colaboradores cordiales, como amigos, como hijos devotos y fieles, al Papa, al primer Papa que ha vuelto a la Tierra de Cristo, y que por ello ha hecho partícipes a cuantos le han seguido en la misteriosa fascinación de este viaje evangélico, más aún, de la animación interior de un momento semejante, todavía más, del tesoro de pensamientos y de gracias de nuestra religiosa peregrinación.

Apreciados señores y queridos hijos; sí, queríamos deciros esto para daros una razón completa de esta audiencia; es decir, el pensamiento y el augurio de que vuestra generosa y providencial prestación a través de la radiotelevisión de nuestra peregrinación haya sido fuente de espiritual emoción también para vosotros, para vuestras almas, para vuestras familias y vuestros colegas que ciertamente os han seguido con apasionada atención y con cierta noble envidia. Creemos que así podemos acrecentar el buen recuerdo de aquel viaje extraordinario y poder sentiros a todos íntimamente unidos a Nos, como compañeros de viaje no sólo hacia aquella tierra bendita, sino también hacía Aquel que la hizo y la hace bendita, Cristo Jesús. Nos parece que sumando idealmente vuestra presencia, junto a la nuestra, en el teatro evangélico, como operadores preocupados no sólo de captar sensiblemente la escena y de transmitir sus voces, sino como actores, que ofreciendo al acontecimiento este prodigioso servicio instrumental, asumen la dignidad y el mérito de comprender, apreciar y celebrar su objetivo —si nuestro viaje parece vencer la secular distancia del tiempo, y la vence— el Evangelio continúa; y también vosotros por un instante habéis sido personajes evangélicos en pleno siglo veinte.

No es un sueño, no es un juego fatuo de perspectivas, y no es tampoco una compenetración con la pura y nativa secuencia de aquel paisaje ideal; es una lógica derivación, es un eco fiel, una transposición legítima y obligada que realiza un maravilloso resultado, el de hacer ver la posible, más aún, la feliz simpatía que puede existir, que debe existir entre aquel cuadro humilde, pero profundo, evangélico, y el cuadro estupendo, pero con frecuencia superficial, externo, necesitado de un significado y de un espíritu, como el de nuestra, como el de vuestra, organización técnico-científica moderna. Vosotros habéis superpuesto los dos cuadros del mismo paisaje, el evangélico y el actual; y esperamos que como a Nos, también a vosotros, y al mundo que vosotros hicisteis espectador, apareciera la refracción de aquel Cristo, histórico y original, que buscábamos y honramos, en una nueva imagen, histórica también, pero presente, la de Cristo vivo en nuestra civilización.

Ayer el Cristo de Belén, de Nazaret, de Jerusalén, iluminó y llenó con su presencia el pensamiento de los siglos que le siguieron, y tenemos una Teología; llenó la vida de las generaciones que le siguieron, y tenemos la Cristiandad; ¿no podría este mismo Cristo llenar con su presencia nuestro mundo científico y técnico e industrial, y darnos un nuevo cristianismo vivo, por ejemplo, la Iglesia del Concilio? Vosotros, con vuestro servicio, habéis dado una fugaz pero magnífica experiencia de ello, que pasará a la historia de la vida espiritual de nuestro tiempo, y no será sino un ejemplo para el presente y para el futuro.

Esta mención se refiere también al segundo motivo, por el que nos es tan grata y cargada de valor simbólico vuestra visita; es precisamente la eficacia moral, quisiéramos casi decir de la misión humana, civil, espiritual, que la radiotelevisión viene asumiendo cada vez con más intensidad. En todos los sentidos; vosotros lo sabéis, tanto en el positivo, como por desgracia en el negativo. Vosotros sois, en el sentido más estricto y eficaz, la voz de la sociedad, la palabra de la humanidad, el guía, ciertamente, pero ¿hacia dónde? ¿Hacia la salvación? ¿Hacia la ruina?

Vosotros comprendéis vuestra fuerza arrolladora en el mundo de la cultura, de la educación, de la opinión pública, del pensamiento, de la moda, de la orientación de las almas. Surgís como maestros de la vida. No es éste el momento para detenernos en tema de tanta amplitud e importancia. Además, sois expertos, competentes, y conocéis muy bien vuestra fuerza potencial y real. Pues bien; comprenderéis el máximo interés que tributamos a la función decisiva que, por fuerza de las cosas, estáis desarrollando. Comprenderéis nuestra admiración, que es grandísima, y también nuestro miedo, que es paternal, y, a la vez, nuestra desilusión, y —no quisiéramos llegar nunca hasta allí— nuestra deploración. Se trata de las almas, decíamos; del reino espiritual, que es principalmente nuestro y que compromete, ante Dios y ante los hombres, nuestra responsabilidad.

Concedednos, pues, en una circunstancia tan bella y confidencial como ésta, que deseemos que estéis siempre a la altura de vuestra misión. ¡Oh! No os pediremos que estéis siempre y solamente ligados a nuestro mundo religioso, aunque os agradecemos que en determinados momentos lo estéis; o que quitéis de vuestros programas cuanto puede servir para reflejar dignamente en ellos todos los aspectos de la vida y cuanta pretende llevar distracción u descanso a vuestros clientes, que tan ávidos y quizá necesitados están de ello; pero os deseamos que estéis siempre al servicio noble y consciente del hombre moderno, que quiere ser el hombre verdadero; del hombre digno de sagrado respeto y siempre necesitado de toda consideración y cuidado, del hombre que, precisamente por lo que tiene de grande y de débil, tiene siempre necesidad de ser ayudado e instruido para pensar bien ante todo, para sentir bien, para bien amar, para bien creer, para bien esperar y bien vivir. Para resumirlo todo en una palabra, pensemos en el caso extremo, imaginando lo que vuestros niños, lo que vuestros hijos van a escuchar y a mirar; vuestro servicio ciertamente no está restringido a este ámbito pedagógico, pero nunca deberéis excluirlo, si en verdad ha de dirigirse a la vida, y si saca de la vida sus exigencias, sus criterios, sus objetivos, concebido para una sociedad verdaderamente humana, sana, fuerte y consciente.

Esto es lo que nos hace desear no sólo nuestro deber, sino también el alto concepto que tenemos y que creemos compartir con vosotros sobre la importantísima función que se os ha confiado.

Recibid, de todas formas, nuestras respetuosas y afectuosas expresiones como testimonio de nuestro agradecimiento y de nuestro encomio por la asistencia que habéis prestado a nuestra peregrinación a Tierra Santa, y como prueba de nuestro augurio, de nuestra estima, de nuestro aliento en favor de vuestra grande y delicada actividad.

Y con estos votos y sentimientos recibid todos nuestra bendición.



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