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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL S. E. EL MARISCAL ARTHUR DA COSTA E SILVA,
PRESIDENTE DE BRASIL

Jueves 5 de enero de 1967

 

La visita oficial que Nos hacéis hoy, Señor Presidente, despierta en Nos el amado recuerdo de los muy breves momentos en que la Providencia nos permitió que pasáramos por vuestro país. También Nos lleva con el pensamiento a Nuestro encuentro de hace apenas un año, cuando teníais el cargo de Ministro de la Guerra del Gobierno brasileño.

Nos complacería evocar con vos este pasado. Pero los breves instantes de esta entrevista no Nos permiten este placer y Nos queremos más bien dirigirNos hacia el porvenir, un porvenir que entrevemos magnífico para vuestra querida patria brasileña.

Nos parece ver levantarse ante Nos el cuadro de lo que podría ser, de lo que debería ser el Brasil del mañana: un inmenso país en plena expansión, que explota todas las riquezas con las que el Creador lo ha dotado, con un equipo de implementos agrícolas e industriales en proporción con sus inmensos recursos, que consiga dar a todos sus hijos no sólo pan y trabajo, sino el nivel de vida al que pueden aspirar legítimamente, y que además –el desarrollo extendiéndose más allá del plan puramente material– les abra cada vez más ampliamente el acceso a la cultura, a los valores del espíritu; el Brasil que da al mundo, en número siempre mayor, no solamente de ingenieros y de técnicos, sino de hombres de pensamiento, escritores, artistas: ésta es Nuestra visión del porvenir para vuestra patria, objeto de Nuestros deseos y de los votos que para ella formulamos ante Dios.

Pero mientras tanto, ¡cuántos problemas concretos y urgentes hay que resolver en todos los ámbitos: social, político, económico, cultural...! Problemas difíciles por su amplitud: el de las desigualdades entre las clases, el de la integración de los inmigrantes, los de la vivienda, del desempleo, del equilibrio financiero... No creáis, Señor Presidente, que Nos los desconocemos y menos aún que Nos no estimamos los esfuerzos hechos por vuestro país para resolverlos. Nos sabemos que no temeréis vos mismo afrontarlos con valor en el curso de vuestra magistratura, y confiamos en que la Providencia os asistirá en esta pesada tarea.

El motivo de esta confianza, de este optimismo con el cual vemos el porvenir de vuestra patria, es la fe cristiana de sus habitantes, de la que vos mismo hacéis profesión tan noble y abiertamente. Y nos complace evocar ante vos al Brasil católico con sus numerosas diócesis y prelaturas, con las florecientes Congregaciones religiosas masculinas y femeninas que trabajan en su tierra; el Brasil con sus Universidades católicas, con sus tradiciones de piedad cristiana, su Acción Católica, sus Congresos Eucarísticos... Este fermento cristiano, en el Brasil del mañana, debe llegar a su pleno desarrollo, alcanzar "la estatura perfecta de Cristo", como dice San Pablo (Ef. 4, 13), y mostrar al mundo lo que puede ser un gran país moderno que saca de su fe las energías espirituales necesarias para su evolución, para asegurar su desarrollo en todos los niveles, para resolver sus problemas económicos y sociales, por graves que sean.

Que Dios os ayude y os guíe, Señor Presidente, es el deseo que Nos queremos formular al recibiros hoy aquí, en vísperas de vuestra investidura en la alta función para la que vuestros compatriotas os han juzgado digno. Es también el objeto de Nuestra oración, al tiempo que Nos imploramos sobre vuestra persona, sobre vuestra familia y sobre todos Nuestros queridos hijos del Brasil la abundancia, de las bendiciones divinas, de la que la Nuestra quiere ser prenda.

En vuestra querida lengua materna, auguramos que la obra de Vuestra Excelencia contribuya válidamente a la prosperidad de la Nación, al bienestar de todo el pueblo, especialmente de las clases más humildes.

Con estos sentimientos, Nos concedemos de corazón a Vuestra Excelencia, a vuestra apreciada esposa y querida familia, a las distinguidas Personalidades que os acompañan, a todas las Autoridades del querido pueblo brasileño, en prenda de la mayor prosperidad material y espiritual, Nuestra Bendición Apostólica.


*ORe (Buenos Aires), año XVII, n°740, p.9.

 



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