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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DEL
PONTIFICIO COLEGIO LATINOAMERICANO

Viernes 18 de abril de 1969

 

Venerables Hermanos:

Con gozosa satisfacción os recibimos y cordialmente agradecemos la oportunidad que Nos ofrecéis para reiterar Nuestra benevolencia a vuestras personas, Nuestra constante solicitud por la Iglesia del Continente Americano, Nuestro vivo interés por los motivos que en estos días os han congregado en Roma.

Formáis la Comisión Episcopal del Pontificio Colegio Latinoamericano que, como bien se sabe, ha sido establecida para sostener y acrecentar el impulso de ese Instituto del cual tanto se puede y hay que esperar como continuación de una trayectoria, ya secular, en la que fue preparando innumerables Ministros del Altar a cuyos ejemplares servicios mucho debe el Pueblo de Dios.

Manifiesta es la parte importantísima que, en los documentos conciliares y en Nuestro humilde ministerio, se dedica a los Seminaristas y Sacerdotes, esperanza y corazón de la Iglesia. La visita que complacidos hicimos al Colegio Pío Latino-americano y Nuestras palabras durante el Congreso Eucarístico Internacional de Bogotá, fueron también una prueba concreta de ello.

Hoy, abrimos Nuestro ánimo para indicaros principalmente dos direcciones que juzgamos esenciales e indispensables en orden a la suerte futura del Colegio. En primer lugar, la afluencia de alumnos que deseamos constante, numerosa, seleccionada, a fin de que en Roma robustezcan su fidelidad, acrisolada y generosa, a la Sede Apostólica. Después, el esmero por una preparación sólida, de parte de los Superiores y Alumnos, en todos aquellos sectores que constituyen la condición básica para ser dignos y eficientes ministros de Dios y de los hombres. Nos estamos refiriendo a la intensa vida espiritual, alma de todo apostolado; a las normas insustituibles de una disciplina individual y comunitaria; a la formación pedagógica y cultural, proyectada a las ciencias sobre todo a las sagradas; al empeño por adaptarse, con tacto y valentía, a las exigencias de los signos de los tiempos, recordando siempre que un sacerdote ha de vivir en el mundo, para su vivificación, pero sin ser de él, ni como él.

Con estas esperanzas que confiamos al Señor en nuestras plegarias, os alentamos en vuestra delicada misión. La Iglesia y el Continente Americano apreciarán y agradecerán vuestros esfuerzos. Nos, desde ahora lo hacemos, con Nuestra Bendición Apostólica, prenda de copiosas gracias divinas sobre vosotros, sobre los Superiores y Alumnos del Pontificio Colegio Latino-americano y sobre todos los Hermanos e Hijos de la queridísima e inolvidable América Latina.

 



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