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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE JAPÓN ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 26 de febrero de 1970

 

Señor Embajador:

Aceptamos con sumo agrado las Cartas Credenciales que nos presentáis por mandato de Su Majestad, el Emperador del Japón, y os damos la más cordial bienvenida como Embajador de su país ante la Santa Sede.

Vuestra Excelencia representará a un pueblo cuya energía y capacidad de sacrificio le han permitido recuperarse maravillosamente de los efectos de la guerra; a un pueblo que, como usted mismo ha dicho, siente el profundo deseo de contribuir a la armonía entre las naciones, fomentando la cooperación pacífica y promoviendo ese desarrollo y prosperidad sin los que resulta imposible una paz segura.

La gran Exposición Mundial, que se celebrará este año en Osaka, reflejará brillantemente el avance económico de vuestro país y su deseo de unirse a los otras naciones en la promoción del bienestar común.

Vuestras palabras, Señor Embajador, muestran vuestro profundo aprecio de la importancia capital que tiene el trabajo para la paz, dadas las fuerzas destructivas que el hombre ha aprendido a desencadenar, dada la extensión de la guerra moderna, que amenaza la supervivencia de la humanidad, y con vistas a las inmensas bendiciones que puede producir la paz.

De acuerdo con la obligación que nos ha impuesto Aquel que mandó a los hombres amarse unos a otros, nos hemos trazado como una de las metas de nuestro pontificado el trabajar por esta noble causa. En este trabajo contamos especialmente con la colaboración de personas como Vuestra Excelencia que, por su vocación diplomática, tienen una misión especial de crear relaciones humanas y racionales entre las naciones.

Vuestra Excelencia nos encontrará siempre dispuestos a asistirle en el cumplimiento de sus obligaciones, en todo lo que pueda promover los valores espirituales y morales de vuestro país, en todo lo que fomenta la comprensión y la ayuda mutua de los pueblos.

Por eso invocamos de todo corazón sobre Vuestra Excelencia y sobre vuestra actividad las más abundantes bendiciones del cielo.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.10, p.5.

 



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