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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE JAPÓN ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 9 de noviembre de 1972

 

Señor Embajador: con profundo agradecimiento Nos recibimos las amables palabras que Vuestra Excelencia Nos ha dirigido en este día de presentación de sus Cartas credenciales, y el delicado mensaje de su Majestad, el Emperador del Japón, del que Vd. es intérprete.

Nos le encargamos que transmite a su Majestad nuestros deferentes votos hacia su persona y por el bienestar y prosperidad de su querido país. A Vd. mismo, señor Embajador, que continúa la línea de los representantes diplomáticos del Japón ante la Santa Sede, Nos deseamos una cordial bienvenida y un feliz cumplimiento de esta tan particular misión ante una autoridad cuya razón de ser es, ante todo, de orden espiritual y moral.

Esta acción espiritual, destinada a promover las relaciones de los hombres con su Creador, compromete precisamente a la Iglesia católica a trabajar en favor de la paz, que es parte integrante del plan de Dios sobre el mundo y de las exigencias del Evangelio cristiano.

Vuestra Excelencia ha tenido la delicadeza de subrayar el interés con que sus compatriotas siguen nuestros incesantes esfuerzos en favor de la paz, una paz inseparable del desarrollo solidario, inseparable también de la instauración de la justicia. Sí, Nos sabemos que la opinión pública de su país se hace amplio eco de ello y Nos alegra ver que esta grave preocupación no sólo es acogida benévolamente, sino incluso compartida profundamente por el pueblo japonés. Las corteses visitas que frecuentemente Nos recibimos ofrecen un magnífico testimonio, al que Nos somos especialmente sensible.

Con vuestro noble país la Santa Sede ha establecido estrechas relaciones, cordiales y fructuosas para ambas partes. La Santa Sede tiene conciencia de los singulares valores humanos que distinguen al pueblo japonés; aprecia su creatividad, su espíritu de curiosidad intelectual, que se manifiesta sobre todo en la juventud de hoy, y su apertura al progreso en el respeto a las tradiciones del pasado. La Iglesia, que aquí tiene su Centro y cuya amorosa solicitud es universal, no ha podido permanecer insensible a esta cultura japonesa. Vuestra Excelencia conoce, por lo demás, los esfuerzos realizados por las instituciones católicas para contribuir a esta promoción cultural. La Iglesia también es consciente de que los altos valores espirituales, de los que ella es testigo, pueden favorecer, en el respeto a las conciencias, esta ecología material y moral, que Vd. tan acertadamente mencionaba, y ayudar en la profundización de un humanismo verdadero, abierto a lo Absoluto. ¿No tiene necesidad la humanidad, hoy más que nunca, de luz y fuerza moral, para consagrarse al bien que ella impulsa y desea?

Tal es el espíritu de servicio que persiguen nuestros hermanos e hijos católicos. Tal es el espíritu que anima a la Santa Sede y del que Vd. será testigo inmediato. Reiterándole, señor Embajador, a Vd. y a su familia, nuestros más cordiales votos, Nos imploramos sobre su persona y su misión las bendiciones del Altísimo.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.48 p.8.

 



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