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 DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE TURQUÍA
ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 6 de diciembre de 1973

 

Señor Embajador:

Al recibir a Vuestra Excelencia como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la Republica de Turquía ante la Santa Sede, le agradecemos las elevadas palabras que acaba de dirigirnos. Mostramos también nuestro agradecimiento a Su Excelencia, el señor Fahri S. Korüturk, Presidente de la Republica, cuyos votos nos ha transmitido.

Usted ha hecho alusión al modo como la Republica turca concibe la orientación del dinamismo nacional. Favorecer la evolución económica y el progreso social salvaguardando al mismo tiempo los valores culturales heredados de un largo pasado, es algo que requiere prudencia y audacia. Su país no quiere, sin embargo, limitar sus esfuerzos a la búsqueda de un progreso cerrado dentro de sus propias fronteras.

Consciente del deber de colaborar al bien de la comunidad internacional entera, quiere aportar su contribución a lo esencial: la paz. ¿No se puede ver un símbolo de este doble esfuerzo en la obra gigantesca, inaugurada recientemente que, al unir las dos riveras del Bósforo, concretiza en un cierto modo la unión cada vez más profunda que debe ser promovida entre dos continentes? El cincuenta aniversario de la fundación de la Republica que el pueblo turco acaba de celebrar, ha querido fundamentalmente señalar una etapa de esta marcha hacia adelante, y el Enviado Especial de la Santa Sede ha podido renovar a vuestra nación, en esta solemne ocasión, el testimonio de nuestra estima y de nuestra simpatía.

Vuestro país, querido a todos los cristianos por sus recuerdos de los primeros siglos de la Iglesia y especialmente del Apóstol San Pablo, nos esta cercano de una manera especial a nosotros desde la visita, demasiado breve pero tan cariñosamente recordada, en el curso de la cual tuvimos la alegría de conocer a vuestro pueblo más de cerca. Los cristianos de Turquía, que comparten con sus conciudadanos musulmanes la creencia en el Dios único que dirige el destina de los Pueblos, continuarán colaborando, de acuerdo con las enseñanzas de su fe, al desarrollo de su país a nivel familiar, profesional y cívico.

Formulamos, pues, en esta ocasión los más cordiales deseos para vuestro pueblo y sus gobernantes. Y a usted personalmente, señor Embajador, le deseamos una misión feliz y provechosa ante la Sede Apostólica, e imploramos para vuestro país y para todos los que se dedican a su prosperidad las bendiciones del Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.50, p.10.

 



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