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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE FILIPINAS
 ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 18 de noviembre de 1974

 

Señor Embajador;

Nos alegra recibir 1as Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Filipinas. Puede estar seguro de nuestra gratitud por los amables sentimientos que usted nos ha expresado. Al mismo tiempo le pedimos que transmita a su Excelencia, el Presidente Fernando E. Marcos, nuestras gracias por los saludos que nos ha traído en su nombre y la promesa de nuestras oraciones y buenos deseos.

Recordamos una vez más con especial alegría nuestra visita a Filipinas que usted se ha dignado evocar. Esta experiencia personal sirve para aumentar aún más nuestro vivo interés por el bienestar de los queridos filipinos y de modo especiar de los miembros de las comunidades que visitamos en la universidad de Santo Tomás y en los más modestos barrios de la ciudad de Manila. Por medio de usted enviamos una especial palabra de afectuoso saludo a todos aquellos que encontramos durante esa histórica visita, y les renovamos nuestro agradecimiento por el recibimiento que nos tributaron.

Durante nuestra estancia en Manila tuvimos una alocución a los pueblos de Asia y, como dijimos entonces, fue un gran placer el hacerlo desde Filipinas, donde la Iglesia católica se ha sentido corno en casa durante tantos siglos (cf. Alocución a los pueblos de Asia, 20 de noviembre de 1970: AAS 63, 1971, p. 38; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 31 de octubre de 1971, pág. 2). Por ello confiamos que Filipinas ejercerá su responsabilidad en gran medida con respecto al resto de Asia, poniendo como modelo el Evangelio y promoviendo los frutos de auténtico cristianismo que son la igualdad social, la libertad de la opresión, la justicia, la verdad y la paz. Acabamos de escuchar con gran satisfacción, de labios de Vuestra Excelencia, que su pueblo está decidido a participar en el programa de evangelización de la Iglesia, tratando de fomentar el respeto por la dignidad cristiana del hombre. Nosotros mismo dijimos hace poco a los padres sinodales: «No existe oposición o separación, sino que se complementan evangelización y progreso humano... se corresponden recíprocamente por la convergencia hacia el mismo objetivo: la salvación del hombre» (Alocución al Sínodo de los Obispos, 27 de septiembre de 1974).

Que Dios bendiga al pueblo filipino por su noble colaboración en esta obra del progreso de todo el hombre y por sus esfuerzos para asegurar que los individuos puedan vivir en la tierra en condiciones que reflejen su sublime dignidad de hijos de Dios. Esto es cristianismo auténtico.

Asegurando a Vuestra Excelencia nuestra calurosa bienvenida personal, le prometemos la ayuda y cooperación de la Santa Sede en el cumplimiento de su misión. Que su estancia en Roma en servicio de su país sea fructuosa y que le aporte satisfacción espiritual y cultural. Bienvenido a la Santa Sede y bienvenido a nuestra casa.


* L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.50, p.8.

 



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