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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE LA DIÓCESIS ITALIANA
DE PENNE-PESCARA


Martes 25 e abril de 1978

 

Hijos queridísimos:

El espectáculo que nos ofrece vuestra asamblea tan numerosa; cualificada y alegre, despierta en nuestro ánimo el recuerdo entusiasmante del encuentro memorable que celebramos en septiembre último con la ciudad de Pescara y con las multitudes piadosas reunidas allí con ocasión del XIX Congreso Eucarístico Nacional. Son impresiones dulcísimas que perduran imborrables en el corazón y suscitan sentimientos de confianza y optimismo aun en medio de las penosas experiencias, no pocas por cierto, que nos van reservando las vicisitudes del mundo contemporáneo y, hoy en particular, las vicisitudes de esta querida tierra de Italia, afligida por tantos episodios de odio y violencia.

Os estamos agradecido, pues, del gozo que nos proporcionáis con esta visita; deseamos saludar en primer lugar con gran efusión de afecto a vuestro venerado obispo, mons. Antonio Jannucci, a quien agradecemos las nobles palabras dirigidas a nosotros hace un momento, y al mismo tiempo presentamos a la admiración de todos las dotes de Pastor sapiente y celoso que lo distinguen. Saludamos con él a su clero, cuya fidelidad, dinamismo y fervor conocemos, y con el clero a los religiosos y religiosas que toman parte en esta peregrinación, a quienes acogemos con la intención de que nuestro saludo llegue a todos los religiosos y religiosas que dan testimonio de santidad, caridad y apostolado en la diócesis. Vemos también con complacencia paterna a representantes de la vida católica y les quisiéramos decir una palabra especial de aplauso por la actividad desarrollada hasta ahora y de aliento para continuar en ese ejército generoso que defiende los valores morales y espirituales, peligrosamente atacados hoy en día por muchos flancos. A los demás fieles diocesanos, buenos y amados, y a los familiares que lleváis en el corazón, un saludo afectuoso, que os sirva de estímulo, en el Señor. Deseamos dedicar una acogida particular y respetuosa a las autoridades y personalidades civiles de la diócesis que han querido unirse a esta peregrinación con sentido ejemplar de solidaridad espiritual; les deseamos todo lo mejor para sus personas, para la seria misión a ellos encomendada, para la población a quien representan tan dignamente, así como también para las autoridades militares, pidiendo a la Divina Providencia dones abundantes de serenidad, prosperidad y progreso social.

Quisiéramos poder detenernos largamente con vosotros para revivir en la memoria los momentos más significativos de aquella estupenda "experiencia de Iglesia" que la Providencia nos concedió vivir en vuestra ciudad. A pesar de lo limitado del tiempo a disposición, no dejaremos de destacar un aspecto del Congreso Eucarístico que creemos merece mención especial, Nos referimos a la participación de los jóvenes; una juventud sorprendentemente numerosa, pletórica de la vivacidad propia de la edad, pero al mismo tiempo sumida en la seriedad del acontecimiento, se dio cita en las plazas, en las iglesias, en los locales públicos de vuestra ciudad. Una juventud entregada durante la semana preparatoria a reflexionar concienzudamente sobre los grandes temas de la Palabra de Dios, que impregnan la vida concreta del hombre moderno; y el día solemne de la clausura, una juventud determinada a dar testimonio público de la propia fe, con gozosa profusión de cantos y oraciones, en actitud de alegría respetuosa, sin estrépito ni invectivas, perfectamente encajada en el conjunto armonioso de todos los miembros del Pueblo de Dios.

Espectáculo estupendo que evocaba plásticamente lo que está llamada a ser la comunidad de los hombres cuando se abra a acoger a Cristo como a Maestro y Señor, y acepte la invitación de sentarse a la Mesa comunitaria, donde El reparte a todos el único Pan que es alimento de vida nueva y fuente inagotable de una esperanza nada fácil.

Un espectáculo que debe repetirse cada domingo en nuestras parroquias —si bien de forma menos solemne— con la colaboración de todos, y de los jóvenes en particular, para ofrecer a cada uno la posibilidad de encontrarse con Cristo y con los hermanos; un espectáculo que sirva de consuelo y fortaleza para el espíritu probado por las abundantes dificultades del camino entre tantos sinsabores de la vida diaria.

La atención de los participantes en el Congreso Eucarístico de septiembre último se centró precisamente en el significado del domingo como "Pascua semanal del Pueblo de Dios".

Manifestamos entonces la aspiración de que la asamblea eucarística señalara "el comienzo de la recuperación comunitaria de la observancia amorosa y fiel de este precepto vital" puesto que en "esta bendita y continua memoria de la Pascua de la salvación, que es la Misa festiva", se debe reconocer el "quicio de la vida religiosa".

Este deseo lo renovamos hoy con la esperanza de que el domingo vuelva a considerarse y vivirse como "día del Señor" al cual corresponde redimir desde dentro la profanidad del tiempo, orientando su curso implacable hacia la espera gozosa de la feliz conclusión que tendrá lugar en la parusía de Cristo. En torno a la Mesa eucarística, oyendo la Palabra y participando del Pan divino, la comunidad recupera fuerzas, se encuentra a sí misma. disipa las tensiones que puedan haber surgido, recobra la confianza y se apresta a volver con ímpetu nuevo a las tareas de "consagración del mundo", que son misión específica de los cristianos (cf. Lumen gentium, 34).

Hijos queridísimos, que seáis vosotros los primeros en tratar de poner en práctica las orientaciones emanadas del Congreso Eucarístico celebrado en vuestra ciudad. De este modo haréis honor a las nobles tradiciones de religiosidad que han distinguido a las gentes generosas de los Abruzos, y ofreceréis a las generaciones por venir la prueba de la vitalidad del Evangelio, que conserva en sus palabras inmortales interpretadas auténticamente por la Iglesia, el fermento propulsor de todo humanismo auténtico y pleno

Este acto de reflexión y oración junto a la tumba de los Apóstoles y en los lugares santificados por la sangre de los mártires reavive vuestra fe y fortalezca los buenos propósitos de entregaros al servicio del progreso espiritual y social de vuestra región.

Este es el augurio que os hacemos de todo corazón, acompañándolo de nuestra bendición apostólica especial, que extendemos con gusto a vuestros seres queridos y a todos los hijos amadísimos de la Iglesia de Penne-Pescara.



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