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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS PRESIDENTES DE LAS FEDERACIONES
DEPORTIVAS ITALIANAS


Sala del Trono
Jueves 23 de febrero de 1978

 

Queridos e ilustres Señores:

Agradecemos ante todo al abogado Giulio Onesti las palabras amables y nobles que nos acaba de dirigir interpretando con acierto los sentimientos de aquellos a quienes representa como Presidente del Comité Olímpico Nacional Italiano.

Nuestro saludo cordial a él y a todos vosotros, señores Presidentes de las Federaciones deportivas nacionales italianas, que os ocupáis generosamente de un sector tan importante cuanto delicado para la formación humana integral de las generaciones jóvenes; en efecto, la actividad deportiva contribuye a alcanzar una madurez más completa de la personalidad a través del desarrollo y perfeccionamiento de las capacidades físicas y síquicas del hombre.

Os es bien conocida la simpatía con que la Iglesia mira, precisamente por este motivo, a cuantos se dedican con inteligencia y amplitud de miras a cultivar el ejercicio deportivo; y conocéis también la solicitud con que nosotros mismos hemos recordado en repetidas ocasiones tanto a los dirigentes como a las atletas de las varias especialidades deportivas, el deber de encontrar en el ejercicio físico metódico no sólo el medio de potenciar la fuerza corporal, su prestancia y agilidad, sino también el desarrollo armónico de las energías del espíritu necesarias para orientar hacia metas legítimas el manifestarse de los instintos y pasiones, que de otro modo serían perjudiciales al despliegue equilibrado de la vida personal y social.

Nos complacemos en volver a expresar de nuevo en esta ocasión nuestro aprecio sincero de las posibilidades peculiares que encierra en sí el entrenamiento deportivo bien llevado; el joven debe encontrar en él una escuela eficiente de lealtad, de autocontrol, de coraje, de entrega constante, de colaboración fraterna y, en fin, de aquellos valores que por ser exquisitamente humanos constituyen el fundamento indispensable de los valores espirituales que el cristianismo exalta y propugna.

De entre los factores educativos del deporte, quisiéramos subrayar hoy en especial la capacidad de abrir el alma de los jóvenes a relaciones de amistad cordial y respecto recíproco, encauzándolos a formas de confrontación leal y de emulación generosa que sepan Sustraerse a la tentación de recurrir al atropello y a la violencia. A este propósito hemos escuchado con viva complacencia las alusiones del sr. Presidente al llamamiento especial a los jóvenes, incluido en el Mensaje de este año para la Jornada de la Paz, y a las preocupaciones que allí manifestábamos a causa de la mayor vulnerabilidad de los jóvenes frente a las sugestiones funestas de la lucha armada y de la confrontación violenta. Es necesario y urgente que todos los componentes responsables de la sociedad se movilicen para afrontar la difusión de este fenómeno que al complicarse con el de la droga, el erotismo y las varias formas de delincuencia de menores, corre el riesgo de sumergir en torbellinos sin esperanza a un número cada vez mayor de jóvenes vidas humanas.

Estamos plenamente convencido de que el ejercicio serio de la actividad deportiva y las competiciones practicadas según el espíritu de los principios éticos reconocidos universalmente, pueden aportar valiosa contribución a contener el proceso de deshumanización de la convivencia social, cuyas señales alarmantes denuncian unánimemente los espíritus sensatos. ¿No es verdad que en el afán atlético hay un antídoto eficaz contra el ocio, la molicie y la vida cómoda, que ofrecen de costumbre terreno apropiado para la triste proliferación de toda clase de vicios? Y en las competiciones deportivas entendidas y vividas rectamente, ¿no se educa al combate noble y magnánimo en el que cuentan más las virtudes que el resultado, las virtudes de la lealtad, corrección y respeto recíproco?

Faltando estas virtudes, los ejercicios atléticos ¿acaso no provocan reprobación en lugar de aplauso? Qué escuela mejor que ésta, por tanto, para hacer comprender a los jóvenes lo que apuntábamos en el Mensaje citado, es decir, que "es una vanidad nociva el querer aparecer fuertes contra otros hermanos y compañeros mediante las peleas, las palabrotas, los golpes, la ira, la venganza", puesto que la fuerza más auténtica del hombre se demuestra —como decíamos allí— con la nobleza de ánimo, la capacidad de dominio de las propias actitudes y la generosidad del perdón.

Podéis daros cuenta, por tanto, de la gran esperanza con que seguimos vuestro quehacer y del interés con que contemplamos vuestros afanes por contribuir no sólo a que se consolide en el país el ejercicio deportivo sano con vistas a una mejor formación humana de la población y en particular de los jóvenes, sino también a intensificar los contactos con deportistas de otras naciones, a fin de reforzar las relaciones amistosas entre los pueblos.

Además, para mostraros con un gesto concreto nuestro favor paterno hacia estos sentimientos tan nobles, hemos dispuesto que se conceda un premio especial a la ciudad de Bari, organizadora este año de los actos de clausura de los X Juegos de la Juventud. Confiamos en que los millones de muchachos y muchachas que toman parte cada año en estos encuentros jubilosos con tantos otros compañeros con los que compiten con espíritu deportivo de combate, consigan consolidar los vínculos de apertura confiada y amistad serena, que son tan connaturales a sus años jóvenes. Así se adiestrarán a llevar a cabo los cambios profundos en el modo de pensar hoy día, necesarios para "dar a la sociedad el aspecto de una comunidad más buena, más honesta, más solidaria", (Mensaje citado, L'Osservatore Romano, 25 de diciembre 1977, pág. 6).

Con estos deseos pedimos para vosotros y para los dirigentes y deportistas que representáis aquí idealmente, abundancia de favores celestiales, y en prenda de éstos os damos de godo corazón nuestra bendición apostólica.

 

 



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