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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL ALCALDE Y A LA JUNTA MUNICIPAL DE ROMA


Jueves 19 de enero de 1978

 

Señor alcalde y miembros todos de la junta Capitolina, os acogemos con sumo agradecimiento. Habéis deseado este encuentro no sólo para presentarnos vuestro reconocimiento e intercambiar con nosotros las felicitaciones de Año Nuevo, sino también para echar juntos una mirada a la vida y a los problemas de la Urbe; particularmente querida, y más amada aún al ser probada por peligros y sufrimientos.

En efecto, estimamos mucho los motivos que os han traído a nuestra casa. Habiendo sido destinados a cargos civiles y administrativos de esta ciudad, miráis hacia nuestra misión de Obispo de Roma, que como sabéis es misión de responsabilidades graves y peculiares, no sólo ante la Iglesia local, sino también ante la Iglesia universal.

Así, pues, es natural que se fomente entre vosotros, Capitolio, y nosotros, Vaticano, una relación de recíproca atención dirigida al bien de cuantos se profesan y realmente son ciudadanos de Roma e hijos de la Iglesia al mismo tiempo. Precisamente la naturaleza de esta ciudadanía romana, doble y diversa pero no contradictoria, a la que sería sugestivo conceder ahora el apoyo de una referencia histórica cual es la calificación reivindicada para sí por San Pablo, Civis Romanus (cf. Act 22, 26-27) y la evocación dantesca de "esa Roma donde Cristo es romano" (Purgatorio XXXII, 102), puede explicar la presentación y el intercambio de votos augurales y conceder un significado tradicional y siempre eminente al encuentro de hoy.

Para nosotros ésta es una ocasión propicia para confirmar el peculiar interés, vivo y confiado, con que seguimos las fases de la vida ciudadana sin ignorar u ocultarnos las preocupaciones ante los fenómenos tan frecuentes, por desgracia, de desorden y violencia que no han ahorrado a nuestra ciudad ni siquiera los días de las festividades cristianas. Vosotros sabéis muy bien, por ejemplo, que también este año hemos publicado un Mensaje para la Jornada mundial de la Paz y, llevando a cabo, como es nuestro deber, la acción encaminada a sensibilizar y educar para esta causa suprema, especialmente a las nuevas generaciones, hemos renovado nuestro sí a la paz, precediéndole de un firme y formal no a la violencia. Lo que hemos dicho en este Mensaje a los fieles católicos y a todos los hombres de buena voluntad, lo repetimos con gran afecto a nuestros conciudadanos romanos. Si en el Mensaje hemos manifestado la reprobación de la guerra y de la violencia (de la que ciertos episodios de guerrilla son un peligroso subproducto), lo hemos hecho no por motivos de mera oportunidad, sino por la gravedad de ciertas situaciones dramáticas. Siguiendo el camino de la razón y a la vez el imperativo de la ley evangélica, hemos afirmado, como afirmamos ahora, la reprobación moral de tales degeneraciones de la vida asociativa.

La presente visita nos ofrece la ocasión de formular el deseo de que nunca más se repitan estos tristes episodios, y manifestar una vez más a todos, y especialmente a los jóvenes, esta apremiante exhortación: que no se dejen arrastrar por la espiral de la violencia, y que sepan responder y hacer resplandecer cada vez más la dignidad civil del rostro incomparable de esta ciudad predestinada.

Deseamos añadir una palabra acerca de nuestra solicitud, que naturalmente está dentro de la línea espiritual-educativa propia de nuestro ministerio pastoral. A este propósito, el magnífico ejemplo de nuestro predecesor San Gregorio Magno que, según las modalidades impuestas por una situación histórica diversa de la presente, desplegó su gran celo de consul dei en años no menos turbulentos y difíciles, es clara prueba de que el ejercicio de Pastor no es alienación ni abstracción, no es ignorancia de los problemas urgentes. Las dificultades de una metrópoli moderna, el afluir de nuevos emigrantes, los fermentos de la juventud, el drama de la desocupación, la falta de viviendas... ¿Cómo podríamos olvidarlo?

No es misión nuestra afrontar la solución de éstos o similares problemas, pero no somos insensible a ellos. Hacemos votos para que sepáis resolverlos sabiamente, acogiendo y favoreciendo también la aportación al bien común que, a título de ejemplar solidaridad, os puede llegar de la humilde y libre generosidad de la Iglesia de Roma, tanto en el campo de la escuela y de la educación juvenil y profesional, como en el de la asistencia sanitaria y social. A este respecto, nosotros necesitaríamos ser comprendido y ayudado por vosotros, autoridades civiles. Y por ello, también en esta circunstancia, prueba de buenos deseos, os manifestamos esta necesidad, el anhelo, la confianza y, ya desde ahora, nuestro agradecimiento.

Nos halaga la esperanza de reavivar en todos nosotros el "sentido de Roma" que pueda asegurar a la Urbe la consciencia de su destino inmortal y la capacidad de conseguirlo con religiosa y humana fidelidad.

Con estos sentimientos intercambiamos con usted, señor alcalde, y con los colaboradores de la Administración civil, sinceros deseos para el año recién empezado, y mientras extendemos la mirada a todos los ciudadanos. invocamos sobre ellos la protección del Señor Omnipotente.



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