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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII
EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE BEGOÑA COMO PATRONA DE VIZCAYA
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Domingo 15 de noviembre de 1953

 

Venerables Hermanos y amados hijos que, reunidos en la Villa de Bilbao, clausuráis en estos momentos la gran misión, organizada para conmemorar los cincuenta anos de la proclamación de Nuestra Señora de Begoña como Patrona del «muy Noble y muy Leal Señorío de Vizcaya»:

Si quien honra a su madre ha sido comparado con el que acumula un gran tesoro (Ec 3,5), ¿a quién os diríamos semejantes en estos momentos, al contemplaros con los ojos del espíritu en número tan imponente, enronqueciendo de entusiasmo, al aclamar con desbordante fervor a vuestra Madre del cielo, a esa Madre a cuyos pies y bajo cuyos auspicios puede decirse que se ha desarrollado toda vuestra vida?

No pretendemos remontarnos ahora hasta los siglos, envueltos no poco en la niebla de los tiempos, cuando vuestra fuerte estirpe —sencilla siempre, pero siempre indómita—, sin haber jamás doblegado la altiva cerviz a ningún yugo, inclinaba sin embargo inmediatamente la frente para recibir en ella las linfas purificadoras del bautismo; desde entonces aquel pueblo, como muy bien se ha dicho, de santos, de sabios y de guerreros, sería siempre una gente sobre todo cristiana, que ha sabido conservar casi íntegras hasta nuestros días las más puras esencias de su recia y sana espiritualidad.

Era, pues natural que, al nacer a la historia vuestra Villa, en los albores mismos del siglo XIV, lo hiciera casi a la sombra de aquella Iglesia o Monasterio de Santa Maria de Begoña[1], que ya existía probablemente desde no mucho después del siglo IX y que, asentada en aquella última estribación de la colina de Artagan, habría de presidir estos seis siglos de vuestra vida, ofreciéndoos calor y devoción en todos los momentos, refugio en vuestras calamidades, luz y aliento en las horas obscuras, protección y escudo en todos los peligros y ante los golpes de todos vuestros enemigos. Buen testimonio queda de tan manifiesta protección en los no pocos hechos extraordinarios que los historiadores reseñan de los que son mudos, pero elocuentes testigos, no sólo las veintiocho lámparas de plata que arden continuamente ante el altar de la moderna Basílica, sino también los incontables ex votos que cuelgan de sus paredes, ofrecidos acaso con mano trémula por algún viejo lobo de mar, que en un momento pensó no volver a pisar tierra; y así, hasta llegar a los grandes homenajes de los tiempos modernos: la inolvidable peregrinación de 1880, la solemnísima coronación de 1900 y aquella proclamación del 1903 que, para que no le faltase nada, quedó incluso rubricada con sangre de martirio.

Esta es precisamente la fecha que vuestro amor filial no ha querido dejar pasar sin una digna, conmemoración; pero una conmemoración tan singular que tampoco Nos querríamos que le faltase Nuestro elogio.

Efectivamente, durante tres semanas enteras, primero dentro del mismo Bilbao y luego desde Usánsolo y Galdácano hasta Guecho y Santurce, todo a lo largo de esa ría del Nervión —que viene a ser como la espina dorsal de toda vuestra admirable actividad y prosperidad moderna—, trescientos fervorosos misioneros, en más de cien centros de misión, han recordado a casi medio millón de almas las verdades fundamentales de nuestra santa fe, exhortándolas a la renovación de la vida cristiana y ofreciéndoles generosamente reconciliación y perdón. De entre éstas queremos recordar en especial a Nuestros amadísimos hijos los trabajadores, objeto siempre de singular amor para el Padre común, acumulados en esos potentes centros fabriles donde la vida es más dura y los peligros para el alma son mucho mayores. ¡Ojalá se hayan conseguido abundantemente los frutos anhelados por vuestro celoso Pastor, de tal manera que en adelante todos resplandezcáis por una mayor interioridad religiosa, un mayor sentido de comunidad espiritual, una tradición más vivificada, menos inmoralidad, más desinterés y pureza de costumbres, menos ansia de placer y comodidad y sobre todo, más vivo anhelo por el triunfo de la justicia social! Y así corno hubo un tiempo en que lo mismo el valeroso guerrero vizcaíno que penetraba audaz en las selvas americanas portador de la civilización y de la fe; que el navegante osado que salía de vuestros puertos para proteger vuestro litoral, lanzarse a lo desconocido o tomar parte en las grandes empresas hispánicas, todos llevaban escrito en sus pendones o en sus proas el nombre de Begoña e impreso en sus corazones el amor a su Madrecita querida; así ahora todo hijo de esa hidalga tierra, de esa nobilísima Villa, sea siempre un cristiano fervoroso que sepa incluso llevar al campo apostólico el empuje, la constancia, la amplitud de miras, que en las empresas humanas os han dado tantos y tan justos triunfos, hasta llevaros a la envidiable situación en que hoy os halláis gracias al auxilio divino y a vuestro propio esfuerzo. «Hazte un tesoro según los preceptos del Altísimo y te aprovechara. más que el oro» (Ec 29, 14), dice la divina Sabiduría, porque «El que en sus riquezas confía, caerá: los justos reverdecerán como follaje» (Pr 11, 28).

¡Y Tú, oh Madre Santísima de Begoña, que desde ese « Sagrario del Señorío de Vizcaya» parece como que te complaces contemplando la fidelidad y la devoción de esos tus buenos hijos; Tú, a quien ellos rinden culto bajo la advocación dulcísima —para Nos especialmente amable— de Nuestra Señora de la Asunción: no dejes de interceder por ellos ante el Corazón de tu amantísimo Hijo, a fin de que sigan siendo siempre dignos de su nombre y de su historia y, sin dejarse arrastrar los unos por las fatigas y trabajos de esta vida y los otros por la excesiva prosperidad de un momento, nunca aparten los ojos de ese cielo, donde Tú les esperas, a donde deben tender con todas sus ansias y donde deben poner su única y verdadera patria!

Estos son Nuestros sentimientos y estos Nuestros deseos, mientras que, para consolidar más y más los frutos de vuestra misión y para impetrar de lo alto más abundante gracia, a ti, Venerable Hermano, Prelado de la diócesis y a quien, antes que a nadie, hay que atribuir el mérito de tan feliz iniciativa; a todos Nuestros Hermanos en el Episcopado que en estos momentos te acompañan; a las dignísimas autoridades, que tanto han colaborado en esta empresa de carácter exclusivamente espiritual; a los sacerdotes, religiosos y religiosas, lo mismo que a todos los fieles que de cualquier manera oyen Nuestra voz; a la amadísima Bilbao, a toda Vizcaya y a España entera, damos de todo corazón, con afecto paternal, Nuestra Bendición Apostólica.


* AAS 45 (1953) 803-805.

[1] Silverio F. de Echevarria, Historia del Santuario e imagen de N. S. de Begoña (Tolosa, 1892) págs.. 4 y siguientes.

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