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DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
A LOS SOCIOS DEL «CÍRCULO SABADELLÉS»
CON OCASIÓN DE SU PRIMER CENTENARIO
*

Martes 30 de octubre de 1956

 

Quien no conociese —hijos amadísimos, socios del «Círculo Sabadellés»— la rica variedad de cualidades y de matices, que forman el carácter propio de vuestra región, difícilmente se podría imaginar que un grupo como el vuestro, procedente de la industriosa Sabadell, cuyas fábricas textiles eran ya conocidas y estimadas en los siglos XIII y XIV, y cuyo perfil se podría diseñar dibujando fábricas y fábricas coronadas de chimeneas humeantes, haya llegado a este centro de la Cristiandad, representando a una Sociedad de carácter recreativo y cultural, que procura el honesto esparcimiento de sus socios, fomentando esas encantadoras tradiciones populares tan llenas de belleza y de sentido, esforzándose al mismo tiempo por poner a su alcance los medios necesarios para su elevación intelectual.

Y no se trata de una entidad cualquiera, de esas que nacen al calor de un entusiasmo momentáneo, para deshacerse luego al primer golpe de sol, como niebla primaveral, sino de una sociedad sólida y bien fundada, que celebra con júbilo sus cien años de vida, y que, precisamente en tan solemne ocasión, ha querido llegarse a Roma, para ofrecer a su Padre el Papa un precioso y valioso recuerdo de este primer centenario.

Bienvenidos, pues, hijos queridísimos; enhorabuena, la más sincera, y gracias mil por vuestro gesto tan generoso, tan piadoso y tan filial. Los que piensan que el hombre, al contacto con la maquina, solamente es capaz de embrutecerse hasta convertirse en una insensible pieza más, tienen en vuestro ejemplo no poco que aprender. Y Nos al recibiros, como hijos fidelísimos, experimentamos una satisfacción tan singular que Nuestra palabra apenas alcanza a expresarla.

Que el Señor bendiga de modo especial vuestras actividades sociales. En las venerables y antiquísimas tradiciones populares no raramente es difícil distinguir y separar lo sacro de lo profano, no siendo raro tampoco encontrar en ellas evocaciones de la más sincera espiritualidad, recuerdos devotos y piadosos, y hasta temas no completamente extraños a las manifestaciones litúrgicas, dando ocasión a que en los espíritus reviva, atrayente y llena de encanto, aquella sólida religiosidad, que acaso inspiró un día a vuestros mayores lo que hoy vosotros repetís con gozo. Cultivad siempre con amor especial tan valiosas modalidades de vuestras tradiciones, para que siga siempre intacta esa continuidad de espíritu, que es una de las mayores garantías de solidez y de estabilidad en la vida de los pueblos.

En cuanto a la segunda parte de vuestra actividad social, solamente desearíamos haceros una exhortación. Esforzaos siempre por perfeccionar vuestra formación, pero sin olvidar nunca que una formación auténtica ha de apoyarse por necesidad en la única verdad, de que la Iglesia Católica es depositaria; en esta formación no perdáis de vista el aspecto integral del hombre, que por cierto no es un ser que consista tan sólo en una inteligencia curiosa y ávida de saber; al considerar todo el hombre, acordaos que la parte principal corresponde siempre al espíritu; y por último, para la formación de este espíritu. no solo recordar, sino poner en práctica aquellos grandes medios de formación espiritual, que son la oración, la mortificación cristiana y el uso asiduo de los Santos Sacramentos.

Por toda la, zona del Vallés corre un soplo potente de vida que se manifiesta en la actividad febril de sus laboriosos hijos, en el rumor incesante de sus máquinas, en el volumen siempre creciente de sus negocios y en ese ímpetu de progreso y de iniciativa, que ha hecho de vuestra ciudad un centro industrial de primera fuerza. Nos deseamos que a tanta actividad y vida material corresponda una mayor vida y actividad espiritual, para que el espíritu no perezca sofocado por la materia y para que el progreso no se devore a sí mismo, como desgraciadamente suele suceder, cuando falta el equilibrio entre ambos desarrollos Y pensamos que hombres como vosotros y sociedades como la vuestra pueden contribuir a que Nuestro anhelo —todo él en favor vuestro— sea una consoladora realidad.

Adelante, hijos amadísimos, y ahora ya con la Bendición Nuestra; una Bendición que desea abarcar vuestras personas y justos deseos; vuestras familias y amigos; vuestra ciudad, vuestra región y vuestra patria toda.


* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, págs. 647-648.

   



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