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CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA SEÑORA ANGELA MERKEL,
CANCILLER DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA,
CON OCASIÓN DEL INICIO DE LA PRESIDENCIA ALEMANA
DE LA UNIÓN EUROPEA Y DEL G-8*

 

A la doctora Angela MERKEL
Canciller de la República federal
de Alemania

El 17 de julio de 2006, al concluir la cumbre de San Petersburgo, anunció usted que, bajo su presidencia, el grupo constituido por los siete países más industrializados del mundo juntamente con Rusia (G-8) conservaría en el orden del día el tema de la pobreza en el mundo. Posteriormente, el pasado 18 de octubre, el Gobierno de la República federal de Alemania comunicó que la ayuda a África será un tema destacado en la cumbre de Heiligendamm.

Por consiguiente, le escribo para expresar el agradecimiento de la Iglesia católica, así como mi aprecio personal, por estos anuncios.

Me alegra que el tema de la "pobreza", con referencia explícita a África, esté en el orden del día de los países del G-8, pues merece la máxima atención y prioridad, tanto en beneficio de los países pobres como de los ricos. El hecho de que la presidencia alemana del G-8 coincida con la de la Unión europea constituye una oportunidad única para afrontar este tema. Confío en que Alemania asumirá de modo positivo el liderazgo que le corresponde en esa cuestión de importancia mundial que nos concierne a todos.

Con ocasión de nuestro encuentro del pasado 28 de agosto, usted me aseguró que Alemania comparte la preocupación de la Santa Sede por la incapacidad de los países ricos de ofrecer a los países más pobres, especialmente a los de África, adecuadas condiciones financieras y comerciales que les permitan la promoción de su desarrollo duradero.

La Santa Sede ha puesto de relieve en repetidas ocasiones que, a la vez que los Gobiernos de los países más pobres tienen la responsabilidad de gobernar bien y de eliminar la pobreza, es indispensable una activa colaboración internacional. Aquí no se trata de una tarea extraordinaria o de concesiones que podrían posponerse a causa de urgentes intereses nacionales. Más bien, se trata de un deber moral grave e incondicional, basado en la pertenencia común a la familia humana, así como en la dignidad y el destino comunes de los países pobres y de los países ricos que, por el proceso de globalización, se desarrollan cada vez con mayor interdependencia.

Para los países pobres sería preciso crear y garantizar, de modo seguro y duradero, condiciones comerciales favorables que incluyan sobre todo un acceso amplio y sin reservas a los mercados.

También resulta necesario hacer todo lo posible para proveer a una rápida cancelación completa e incondicional de la deuda externa de los países pobres fuertemente endeudados y de los países menos desarrollados. Asimismo, hay que tomar medidas para que estos países no acaben de nuevo en una situación de deuda insostenible.

Además, los países industrializados deben ser conscientes de los compromisos que han asumido con respecto a las ayudas al desarrollo y cumplirlos plenamente.

Hacen falta también amplias inversiones en el campo de la investigación y del desarrollo de medicinas para el tratamiento del sida, la tuberculosis, la malaria y otras enfermedades tropicales. A este respecto, los países industrializados deben afrontar la urgente tarea científica de crear por fin una vacuna contra la malaria. Del mismo modo, es necesario poner a disposición tecnologías médicas y farmacéuticas, así como conocimientos derivados de la experiencia en el campo de la salud, sin imponer en cambio exigencias jurídicas o económicas.

Por último, la comunidad internacional debe seguir esforzándose por lograr una reducción significativa del comercio de armas, tanto legal como ilegal, del tráfico ilegal de materias primas preciosas y de la fuga de capitales de los países pobres, y por eliminar las prácticas de lavado de dinero sucio y la corrupción de los funcionarios en los países pobres.

Aunque estos retos deben afrontarlos todos los Estados miembros de la comunidad internacional, el G-8 y la Unión europea deberían desempeñar el papel de liderazgo en este sentido.

Miembros de diversas religiones y culturas de todo el mundo están convencidos de que lograr el objetivo de eliminar la pobreza extrema antes del año 2015 es una de las tareas más importantes de nuestro tiempo. Además, comparten la convicción de que esta meta está indisolublemente unida a la paz y la seguridad del mundo. Su mirada se dirige ahora a la presidencia, que corresponde al Gobierno alemán en el próximo período, durante el cual es preciso garantizar que el G-8 y la Unión europea tomen las medidas necesarias para acabar con la pobreza. Los creyentes están dispuestos a dar su contribución a esos esfuerzos y apoyan su compromiso de modo solidario.

Implorando la bendición de Dios para la actividad del G-8 y de la Unión europea bajo la presidencia alemana, aprovecho la ocasión para expresarle de nuevo, señora canciller federal, mi gran aprecio.

Vaticano, 16 de diciembre de 2006

BENEDICTUS PP. XVI


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 2007, n.18, p.10 (246).



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