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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE ONCE NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 1 de diciembre de 2005

 

Excelencias:

Con placer os recibo para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Tanzania, Nepal, Finlandia, Santa Lucía, El Salvador, Dinamarca, Sudáfrica, Argelia, Eritrea, Togo y Andorra. Os doy las gracias por haberme transmitido las amables palabras de vuestros jefes de Estado, y os ruego que al volver les expreséis mis mejores deseos para sus personas y para su alta misión al servicio de sus países. Vuestra presencia me brinda también la ocasión de saludar a los diferentes responsables civiles y religiosos de vuestras naciones, así como a todos vuestros compatriotas, con un saludo especial para las comunidades católicas.

De todas partes del mundo llegan noticias concernientes a conflictos. Esta mañana quiero hacer un nuevo llamamiento para que los responsables de las naciones y todos los hombres de buena voluntad se tiendan la mano, para poner fin a la violencia, que desfigura a la humanidad e hipoteca el crecimiento de los pueblos y la esperanza de numerosas poblaciones. Sin el compromiso de todos para restablecer la paz y crear un clima de pacificación y un espíritu de reconciliación en todos los niveles de la vida social, comenzando por el ámbito de la familia, no será posible avanzar por el camino de una sociedad pacificada.

Desde esta perspectiva, para un desarrollo cada vez más armonioso de los pueblos, es importante prestar una atención especial a la juventud, dando a las familias y a las diferentes estructuras educativas los medios para formar y educar a los jóvenes, para transmitirles los valores espirituales, morales y sociales fundamentales, preparándolos así con miras a un futuro mejor y a una verdadera conciencia de su papel en la sociedad y de las actitudes que deben adoptar para servir al bien común y estar atentos a todos. Este es uno de los caminos más importantes para que, a largo plazo, el mundo salga del engranaje de la violencia.

Por su parte, la Iglesia católica, presente en todos los continentes, no cesa de aportar su contribución, desarrollando numerosas obras educativas y formando el sentido religioso de las personas, lo cual no puede por menos de aumentar en cada uno el sentido de fraternidad y de solidaridad.

Conozco el interés que prestáis a esta cuestión en vuestra misión de diplomáticos, una de cuyas tareas fundamentales es favorecer el diálogo y las negociaciones, así como el bienestar de las poblaciones. Expreso también mi deseo de que todos los hombres de nuestro tiempo se comprometan en favor de la paz y de la reconciliación en todos los continentes, puesto que no basta decidir la paz para obtenerla; es necesario hacer todo lo posible en el plano concreto, en todos los niveles de la sociedad, para que pueda reinar.

Al final de nuestro encuentro, os expreso mis mejores deseos para vuestra nueva misión, invocando la abundancia de los beneficios divinos sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre vuestros países.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 49, p. 6.

 



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