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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE LA ALTA AUSTRIA
CON MOTIVO DE LA ENTREGA DEL ÁRBOL DE NAVIDAD


Sábado 17 de diciembre de 2005

 

Queridos amigos:

¡Sed bienvenidos! Me alegra acogeros muy cordialmente, con ocasión de la presentación del abeto colocado en la plaza de San Pedro, que procede de los bosques de Eferding, en la alta Austria.

Os dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, comenzando por el presidente de la alta Austria, doctor Josef Pühringer, al que agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme en nombre de los presentes. Saludo asimismo a las autoridades civiles de la región y, en particular, a los administradores del municipio de Eferding. Saludo también con afecto fraterno al obispo de Linz, mons. Ludwig Schwarz, y al obispo emérito, mons. Maximilian Aichern. Igualmente saludo con afecto a los miembros del coro y de la capilla (Stadtkapelle)  de  Eferding,  así como al grupo folclórico femenino "Goldhaubenfrauen".

Esta tarde, al final de la ceremonia de entrega oficial, se encenderán las luces que embellecen el árbol de Navidad. Este majestuoso abeto permanecerá al lado del belén hasta que concluyan las festividades  navideñas,  y  será admirado por numerosos peregrinos que vienen de todas las partes del mundo al Vaticano.

Gracias, queridos amigos, por este gran árbol y por los otros más pequeños, que adornarán el palacio apostólico y diversos ambientes del Vaticano. Con estos dones, tan gratos, habéis querido manifestar la cercanía espiritual y la amistad que desde hace mucho tiempo une a Austria con la Santa Sede, siguiendo la noble tradición cristiana que ha fecundado con sus valores espirituales la cultura, la literatura y el arte de vuestra nación y de Europa entera. Quisiera aseguraros que el Papa está cerca de vosotros y con su oración acompaña el camino de las comunidades cristianas y de todo el pueblo de Austria.

Aprovecho también esta ocasión para desearos de corazón a todos vosotros, aquí presentes, que viváis con serenidad la Navidad del Señor. Extiendo este deseo a vuestros conciudadanos que han quedado en la patria y a los habitantes de vuestra región que por diversos motivos viven fuera de su tierra. En Navidad resuena en todas las partes del mundo la buena nueva del nacimiento del Redentor:  el Mesías esperado se ha hecho hombre y ha venido a habitar entre nosotros. Con su luminosa presencia, Jesús ha disipado las tinieblas del error y del pecado, y ha traído a la humanidad la alegría de la deslumbrante luz divina, de la que el árbol de Navidad es signo y recuerdo.

Os deseo que acojáis en vuestro corazón el don de su alegría, de su paz y de su amor. Creer en Cristo significa dejarse envolver por la luz de su verdad, que da pleno significado, valor y sentido a nuestra existencia, pues precisamente revelándonos el misterio del Padre y de su amor, revela también plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes, 22).

Os renuevo de corazón a cada uno mi más sincera felicitación navideña, y os pido que la transmitáis a vuestras familias y a todos vuestros compatriotas. Os aseguro mi oración por vosotros y por vuestros seres queridos, y de buen grado os imparto a todos una especial bendición.

 



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