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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
DURANTE LA VISITA AL INSTITUTO PONTIFICIO DE MÚSICA SACRA


Sábado 13 de octubre de 2007

 

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos profesores y alumnos del Instituto pontificio de música sacra:
 

En el memorable día 21 de noviembre de 1985 mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II visitó esta "aedes Sancti Hieronymi de Urbe", donde, desde su fundación, en 1932, por obra del Papa Pío XI, una comunidad elegida de monjes benedictinos había trabajado diligentemente en la revisión de la Biblia Vulgata. Era el momento en que, por voluntad de la Santa Sede, el Instituto pontificio de música sacra se había trasladado aquí, aun conservando en la antigua sede del palacio de san Apolinar la histórica sala Gregorio XIII, la sala Académica o aula magna del Instituto, que aún hoy es, por decirlo así, el "santuario" donde se celebran las solemnes academias y los conciertos. El gran órgano, donado al Papa Pío XI por la señora Justine Ward en 1932, ha sido restaurado ahora íntegramente con la generosa contribución del Gobierno de la "Generalitat" de Cataluña. Me alegra saludar en este momento a los representantes de dicho Gobierno aquí presentes.

He venido con alegría a la sede didáctica del Instituto pontificio de música sacra, completamente renovada. Con mi visita quedan inaugurados y bendecidos los imponentes trabajos de restauración llevados a cabo durante estos últimos años por iniciativa de la Santa Sede y con la significativa contribución de varios bienhechores, entre los cuales destaca la fundación "Pro musica e arte sacra", que se ha encargado de la restauración íntegra de la biblioteca. También quiero inaugurar y bendecir idealmente las restauraciones efectuadas en la sala Académica donde, en el palco, junto al gran órgano mencionado, se ha colocado un magnífico piano, donado por Telecom Italia Mobile al amado Papa Juan Pablo II para "su" Instituto de música sacra.

Expreso ahora mi agradecimiento al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica y vuestro gran canciller, por las palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre. En esta circunstancia confirmo de buen grado mi estima y mi satisfacción por el trabajo que el cuerpo académico, reunido en torno al director, lleva a cabo con sentido de responsabilidad y con apreciada profesionalidad. Saludo a todos los presentes:  a los familiares, con sus hijos, y a los amigos que los acompañan; a los oficiales, al personal, a los alumnos y a los residentes, así como a los representantes de la Asociación internacional de música sacra y de la Federación internacional de "pueri cantores".

Vuestro Instituto pontificio se está encaminando a grandes pasos hacia el centenario de su fundación por obra del santo Pontífice Pío X, que en 1911, con el breve Expleverunt desiderii, erigió la "Escuela superior de música sacra", la cual, después de sucesivas intervenciones de Benedicto XV y de Pío XI, con la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus del mismo Pío XI se convirtió en el Instituto pontificio de música sacra, también hoy activamente comprometido en el cumplimiento de su misión originaria al servicio de la Iglesia universal.

Numerosos alumnos, que vienen aquí de todas las partes del mundo para formarse en las disciplinas de la música sacra, se convierten a su vez en formadores en sus respectivas Iglesias locales. Y ¡cuántos han sido en el arco de casi un siglo! En este momento me alegra dirigir un cordial saludo a quien, en su espléndida longevidad, representa en cierto modo la "memoria histórica" del Instituto y personifica a muchos otros que han trabajado aquí:  el maestro monseñor Domenico Bartolucci.

En esta sede me complace recordar lo que dice el concilio Vaticano II con respecto a la música sacra:  en la línea de una tradición secular, el Concilio afirma que "constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (Sacrosanctum Concilium, 112).

¡Cuán rica es la tradición bíblica y patrística al subrayar la eficacia del canto y de la música sacra para mover los corazones y elevarlos hasta penetrar, por decirlo así, en la misma intimidad de la vida de Dios! Muy consciente de ello, Juan Pablo II afirmó que hoy, como siempre, tres características distinguen la música sacra litúrgica:  la "santidad", el "arte verdadero" y la "universalidad", es decir, la posibilidad de proponerla a cualquier pueblo o tipo de asamblea (cf. quirógrafo "Impulsado por el vivo deseo", 22 de noviembre de 2003).

Precisamente por esto, la autoridad eclesiástica debe comprometerse a orientar sabiamente el desarrollo de un género de música tan exigente, no "congelando" su tesoro, sino tratando de insertar en la herencia del pasado las novedades válidas del presente, para llegar a una síntesis digna de la elevada misión reservada a ella en el servicio divino.

Estoy seguro de que el Instituto pontificio de música sacra, en sintonía con la Congregación para el culto divino, dará su contribución con vistas a una actualización, adecuada a nuestros tiempos, de las valiosas tradiciones que atesora la música sacra. Por tanto, a vosotros, queridos profesores y alumnos de este Instituto pontificio, os encomiendo esta tarea exigente y a la vez apasionada, con la certeza de que constituye un valor de gran importancia para la vida misma de la Iglesia.

A la vez que invoco sobre vosotros la protección materna de la Virgen del Magníficat y la intercesión de san Gregorio Magno y de santa Cecilia, os aseguro un constante recuerdo en la oración. Deseándoos que el nuevo año académico que está a punto de comenzar esté lleno de toda gracia, os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica.



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