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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN OFICIAL
DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS


Jueves 25 de octubre de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas: 

Doy gracias al Señor que me concede, también este año, la posibilidad de encontrarme, al inicio de un nuevo año académico, con los profesores y alumnos de las universidades pontificias y eclesiásticas presentes en Roma. Es un encuentro de oración —acaba de terminar la celebración de la santa misa, que constituye el fulcro de toda nuestra vida cristiana—; y, al mismo tiempo, es una ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido y el valor de vuestra experiencia de estudio aquí en Roma, en el corazón de la cristiandad.

Os saludo con afecto a cada uno. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, agradeciéndole las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo al cardenal Ivan Dias y también a los demás prelados presentes, a los rectores de las universidades y a los miembros de los respectivos claustros de profesores, a los responsables y a los superiores de los seminarios y colegios, así como a los estudiantes, que proceden prácticamente de todas las partes del mundo.

La cita anual, en la que se reúne idealmente aquí, en la basílica vaticana, toda la familia académica de las universidades eclesiásticas romanas, os permite, queridos amigos, percibir mejor la singular experiencia de comunión y fraternidad que podéis hacer durante estos años:  una experiencia que, para ser fructuosa, necesita la aportación de todos y cada uno.

Habéis participado juntos en la celebración eucarística y juntos pasaréis este nuevo año. Tratad de crear entre vosotros un clima donde el esfuerzo del estudio y la cooperación fraterna os lleven a un enriquecimiento común, no sólo por lo que atañe al aspecto cultural, científico y doctrinal, sino también al aspecto humano y espiritual. Aprovechad al máximo las oportunidades que, al respecto, se os ofrecen en Roma, ciudad realmente única también desde este punto de vista.

Roma está llena de memorias históricas, de obras maestras de arte y de cultura; y sobre todo está llena de elocuentes testimonios cristianos. A lo largo del tiempo han surgido universidades y facultades eclesiásticas, ya más que seculares, donde se han formado enteras generaciones de sacerdotes y agentes pastorales, entre los que se encuentran grandes santos e ilustres hombres de Iglesia. En esta misma línea os insertáis también vosotros, dedicando años importantes de vuestra vida a profundizar en las diferentes disciplinas humanísticas y teológicas.

Como escribía en 1979 el amado Juan Pablo II en la constitución apostólica Sapientia christiana, las finalidades de estas beneméritas instituciones son, entre otras:  "Cultivar y promover, mediante la investigación científica, las propias disciplinas y, ante todo, ahondar cada vez más en el conocimiento de la Revelación cristiana y de lo relacionado con ella, estudiar a fondo sistemáticamente las verdades que en ella se contienen, reflexionar a la luz de la Revelación sobre las cuestiones que plantea cada época, y presentarlas a los hombres contemporáneos de manera adecuada a las diversas culturas" (Título I, art. 3, 1).

Este compromiso, sumamente urgente en nuestra época posmoderna, en la que existe la necesidad de una nueva evangelización, requiere maestros en la fe y heraldos y testigos del Evangelio adecuadamente preparados.

En efecto, el período de permanencia en Roma puede y debe servir para prepararos a cumplir del mejor modo posible la tarea que os espera en diversos campos de acción apostólica. La misión evangelizadora propia de la Iglesia exige, en nuestro tiempo, no sólo que se propague por doquier el mensaje evangélico, sino también que penetre a fondo en los modos de pensar, en los criterios de juicio y en los comportamientos de la gente.

En una palabra, es preciso que toda la cultura del hombre contemporáneo sea penetrada por el Evangelio. Todas las enseñanzas que os imparten en los ateneos y centros de estudio que frecuentáis quieren contribuir a responder a este amplio y urgente desafío cultural y espiritual.

La posibilidad de estudiar en Roma, sede del Sucesor de Pedro y por tanto del ministerio petrino, os ayuda a reforzar el sentido de pertenencia a la Iglesia y el compromiso de fidelidad al magisterio universal del Papa. Además, la presencia en las instituciones académicas y en los colegios y seminarios de profesores y alumnos procedentes de todos los continentes, os brinda una oportunidad ulterior de conoceros y de experimentar cuán hermoso es formar parte de la única gran familia de Dios. Aprovechadla plenamente.

Sin embargo, queridos hermanos y hermanas, es indispensable que el estudio de las ciencias humanísticas y teológicas vaya siempre acompañado de un conocimiento íntimo y profundo, cada vez mayor, de Cristo. Eso implica que, juntamente con el interés necesario por el estudio y la investigación, tengáis un deseo sincero de santidad. Por eso, estos años de formación en Roma, además de ser tiempo de un serio y asiduo compromiso intelectual, han de ser en primer lugar tiempo de intensa oración, en constante sintonía con el Maestro divino que os ha elegido para su servicio. Asimismo, el contacto con la realidad religiosa y social de la ciudad os debe servir para un enriquecimiento espiritual y pastoral.

Invoquemos la intercesión de María, Madre dócil y sabia, a fin de que os ayude a estar atentos en toda circunstancia para reconocer la voz del Señor, que os protege y acompaña en vuestro itinerario de formación y en todos los momentos de vuestra vida. Yo os aseguro un recuerdo en la oración y, a la vez que os deseo un año sereno y rico en frutos, confirmo estos anhelos con una especial bendición apostólica.



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