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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE TAILANDIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Viernes 16 de mayo de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado:

"Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra" (cf. Sal 104, 30). Con estas palabras de la antífona de Pentecostés os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de Tailandia. Agradezco al obispo Phimphisan los amables sentimientos que me ha expresado en vuestro nombre. Los devuelvo afectuosamente y os aseguro mis oraciones por vosotros y por las personas encomendadas a vuestra solicitud pastoral. Vuestra visita ad limina Apostolorum es una ocasión para fortalecer vuestro compromiso de hacer cada vez más presente a Jesús en la Iglesia y de darlo a conocer en la sociedad mediante el testimonio de amor y verdad de su Evangelio.

La gran fiesta de Pentecostés que celebramos recientemente nos recuerda que el Espíritu del Señor llena todo el mundo y nos impulsa a llevar a Cristo a todos los pueblos. En vuestro país, esta misión de la pequeña comunidad católica se lleva a cabo en el contexto de relaciones, de forma especial con los budistas. De hecho, me habéis expresado de buen grado vuestro gran respeto por los monasterios budistas y la estima que tenéis por la contribución que dan a la vida social y cultural del pueblo tailandés.

La coexistencia de diferentes comunidades religiosas se realiza hoy con el telón de fondo de la globalización. Observé recientemente que las fuerzas de la globalización hacen que la humanidad se articule alrededor de dos polos: por una parte, está la multitud creciente de vínculos económicos y culturales que aumentan normalmente el sentido de solidaridad global y responsabilidad común con vistas al bien de la humanidad; por otra, están los signos inquietantes de fragmentación y de cierto individualismo en el que domina el laicismo, marginando lo trascendente y el sentido de lo sagrado, y eclipsando la fuente misma de armonía y unidad en el universo.

De hecho, los aspectos negativos de este fenómeno cultural, que os causa consternación a vosotros y a los demás líderes religiosos en vuestro país, ponen de relieve la importancia de la cooperación interreligiosa. Exigen un esfuerzo concertado para sostener el alma espiritual y moral de vuestro pueblo. De acuerdo con los budistas, podéis promover la comprensión mutua concerniente a la transmisión de las tradiciones a las próximas generaciones, la articulación de valores éticos perceptibles por la razón, la reverencia a lo trascendente, la oración y la contemplación. Estas prácticas y disposiciones contribuyen al bien común de la sociedad y alimentan la esencia de todo ser humano.

Como pastores de comunidades pequeñas y dispersas, os conforta el envío del Paráclito, que defiende, aconseja y protege (cf. Jn 14, 16). Animad a los fieles a acoger todo lo que engendra la nueva vida de Pentecostés. El Espíritu de verdad nos recuerda que el Padre y el Hijo están presentes en el mundo a través de quienes aman a Cristo y guardan su palabra (cf. Jn 14, 22-23), convirtiéndose en discípulos enviados a dar fruto (cf. Jn 15, 8). Por tanto, la efusión del Espíritu es al mismo tiempo un don y una tarea; una tarea que, a su vez, se convierte en un don epifánico: la presentación de Cristo y su amor al mundo. En Tailandia este don está presente de modo particular en las clínicas médicas, en las obras sociales y en las escuelas de la Iglesia, porque es allí donde el noble pueblo tailandés puede llegar a reconocer y conocer el rostro de Jesucristo.

Queridos hermanos, habéis observado con razón que las escuelas y los colegios católicos dan una notable contribución a la formación intelectual de numerosos jóvenes tailandeses. También deberían dar una contribución destacada a la educación espiritual y moral de la juventud. En realidad, precisamente por estos aspectos cruciales de la formación de la persona, los padres, tanto católicos como budistas, se dirigen a las escuelas católicas.

A este respecto, me dirijo a los numerosos religiosos y religiosas que trabajan diligentemente en las instituciones católicas de enseñanza de vuestras diócesis. Su papel no debería ser principalmente administrativo, sino misionero. Por ser personas consagradas, están llamadas a ser "testigos de Cristo, epifanía del amor de Dios en el mundo", y a tener "la valentía del testimonio y la paciencia del diálogo", sirviendo a "la dignidad de la vida humana, la armonía de la creación y la existencia pacífica de los pueblos" (Las personas consagradas y su misión en la escuela, 1-2).

Por consiguiente, es de suma importancia que los religiosos se muestren cercanos a los estudiantes y a sus familias, muy especialmente a través de la enseñanza del catecismo a los católicos y a quienes estén interesados, y mediante la formación moral y la atención a las necesidades espirituales de todos en la comunidad escolar. Animo a las congregaciones en su compromiso en el apostolado educativo, confiando en que las cuotas escolares sean justas y transparentes y esperando que las escuelas sean cada vez más accesibles a los pobres, que muy a menudo anhelan el abrazo fiel de Cristo.

Un buen ejemplo del anuncio de las maravillas de Dios (cf. Hch 2, 11) es el servicio que prestan en vuestras comunidades los catequistas, los cuales han asumido con gran celo y generosidad la convicción ardiente de san Pablo: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16). Sin embargo, esta tarea no se puede encomendar sólo a ellos. Corresponde a vuestros sacerdotes el ministerio de "anunciar la palabra divina a todos" y "trabajar en la predicación y la enseñanza" (Rito de Ordenación, n. 102). Este papel sacerdotal fundamental que, para ser eficaz, requiere una sólida formación filosófica y teológica, no puede delegarse en otros. Más bien, cuando los catequistas bien formados colaboran con sus párrocos, los sarmientos de la vid dan mucho fruto (cf. Jn 15, 5). Con este fin, vuestras relaciones aluden a las varias tareas kerigmáticas que requieren atención, incluyendo la formación de los esposos que no son católicos y la solicitud pastoral por las numerosas personas y familias católicas que, al trasladarse de áreas rurales a las ciudades, corren el riesgo de perder el contacto con la vida parroquial.

Por último, queridos hermanos, deseo expresar mi aprecio por los esfuerzos de toda la comunidad católica de Tailandia por defender la dignidad de toda vida humana, especialmente la más vulnerable. Os preocupa, en particular, la plaga de la trata de mujeres y niños, y la prostitución. Indudablemente, la pobreza es un factor que subyace en estos fenómenos; a este respecto, sé que se ha logrado mucho gracias a los programas de desarrollo de la Iglesia. Pero hay otro aspecto que se debe reconocer y afrontar colectivamente, si se quiere eliminar eficazmente esta abominable explotación humana. Me refiero a la trivialización de la sexualidad en los medios de comunicación social y en la industria del espectáculo, que alimenta una decadencia de los valores morales y lleva a la degradación de las mujeres, al debilitamiento de la fidelidad conyugal e incluso al abuso de los niños.

Con afecto fraterno os ofrezco estas reflexiones, deseando confirmaros en vuestra voluntad de recibir el fuego del Espíritu para poder anunciar con una sola voz la buena nueva de Jesús. A todos vosotros, así como a vuestros sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos, imparto de buen grado mi bendición apostólica.



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