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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO DE ROMA

Sala Clementina
Jueves 19 de febrero 2009

 

Venerados hermanos en el Episcopado,
Queridos Padre Rector, superiores, religiosas
y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma

1. Agradezco las amables palabras que en nombre de todos ustedes me ha dirigido Monseñor Carlos José Ñáñez, Arzobispo de Córdoba y Presidente de la Comisión Episcopal del Pontificio Colegio Pío Latino Americano. Me alegra recibirlos cuando están celebrando los ciento cincuenta años de la fundación de esta benemérita institución.

El veintisiete de noviembre de mil ochocientos cincuenta y ocho dio comienzo la fructuosa andadura de este Colegio como valioso centro de formación, primero de seminaristas y, desde hace algo más de tres décadas, de diáconos y sacerdotes. Hoy, más de cuatro mil alumnos se sienten miembros de esa gran familia. Todos ellos han mirado esta alma mater con entrañable afecto, pues ésta se ha distinguido desde sus inicios por un clima de sencillez, de acogida, de oración y de fidelidad al Magisterio del Sumo Pontífice, lo cual contribuye poderosamente a que en los colegiales crezca el amor a Cristo y el deseo de servir humildemente a la Iglesia, buscando siempre la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.

2. Ustedes, queridos alumnos del Colegio Pío Latinoamericano, son herederos de este rico patrimonio humano y espiritual, que hay que perpetuar y enriquecer con un serio cultivo de las distintas disciplinas eclesiásticas y con la vivencia gozosa de la universalidad de la Iglesia. Aquí, en esta ciudad, los Apóstoles Pedro y Pablo proclamaron con audacia el Evangelio y pusieron fundamentos sólidos para propagarlo por todo el mundo, en cumplimiento del mandato del Maestro: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).

Ustedes mismos son fruto de esa maravillosa siembra del mensaje redentor de Cristo a lo largo de la historia. En efecto, provienen de diversos países, en los que, hace más de quinientos años, unos valerosos misioneros dieron a conocer a Jesús, nuestro Salvador. De este modo, por medio del bautismo, aquellas gentes se abrieron a la vida de la gracia que los hizo hijos de Dios por adopción y recibieron, además, el Espíritu Santo, que fecundó sus culturas, purificándolas y desarrollando las semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio (cf. Discurso en la Sesión inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 1).

En Roma, junto a la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, ustedes tienen una oportunidad privilegiada de forjar su corazón de verdaderos apóstoles, en los que todo su ser y quehacer esté anclado firmemente en el Señor, que ha de ser siempre para ustedes cimiento, brújula y meta de sus esfuerzos. Además, el Colegio les permite compartir fraternalmente su experiencia humana y sacerdotal y les ofrece una ocasión favorable para abrirse permanentemente al conocimiento de otras culturas y expresiones eclesiales. Esto les ayudará a ser auténticos discípulos de Jesucristo e intrépidos misioneros de su Palabra, con amplitud de miras y grandeza de alma. De este modo, estarán más capacitados para ser hombres de Dios que lo conocen en profundidad, abnegados trabajadores en su viña y solícitos dispensadores de la caridad de Jesucristo para con los más necesitados.

3. Sus Obispos los han enviado al Pontificio Colegio Pío Latinoamericano para que se llenen de la sabiduría de Cristo crucificado, de forma que, al regresar a sus diócesis, puedan poner este tesoro a disposición de los demás en los diversos encargos que les sean confiados. Esto requiere aprovechar bien el tiempo de su estancia en Roma. La constancia en el estudio y la investigación rigurosa, además de hacerlos indagar en los misterios de la fe y en la verdad sobre el hombre a la luz del Evangelio y de la tradición de la Iglesia, fomentará en ustedes una vida espiritual arraigada en la Palabra de Dios y siempre alimentada por la riqueza incomparable de los sacramentos.

4. El amor y la adhesión a la Sede Apostólica es una de las características más relevantes de los pueblos latinoamericanos y del Caribe. Por eso, mi encuentro con ustedes me hace recordar los días que pasé en Aparecida, cuando comprobé emocionado las manifestaciones de colegialidad y comunión fraterna en el ministerio episcopal de los representantes de las Conferencias Episcopales de aquellos nobles países. Con mi presencia allí, quise alentar a los obispos en su reflexión sobre algo fundamental para avivar la fe de la Iglesia que peregrina en aquellas amadas tierras: llevar a todos nuestros fieles a ser "discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida".

Les invito a asociarse con entusiasmo a ese espíritu, mostrado en el dinamismo con el que todas aquellas diócesis han iniciado, o lo están haciendo, la «Misión continental» impulsada en Aparecida, iniciativa que facilitará la puesta en marcha de programas catequéticos y pastorales destinados a la formación y desarrollo de comunidades cristianas evangelizadas y misioneras. Acompañen estos propósitos con su ferviente oración, para que los fieles conozcan, se entreguen e imiten cada vez más a Jesucristo, participando frecuentemente en las celebraciones dominicales de cada comunidad y dando testimonio de Él, de modo que se conviertan en instrumentos eficaces de esa «Nueva Evangelización», a la cual convocó repetidamente el Siervo de Dios Juan Pablo II, mi venerado predecesor.

5. Al concluir este encuentro, quisiera renovar mi cordial agradecimiento a todos los presentes, en particular a la Comisión Episcopal para el Colegio, que tiene la misión de animar a sus alumnos a fortalecer su sentido de comunión y fidelidad al Romano Pontífice y a sus propios Pastores. Asimismo, quiero manifestar en las personas de los Superiores del Colegio mi reconocimiento a la Compañía de Jesús, a la que mi predecesor San Pío X encomendó a perpetuidad la dirección de esta insigne institución, así como a las religiosas y al personal que acompañan con esmero e ilusión a estos jóvenes. Pienso igualmente con gratitud en los que financian con su ayuda económica y sostienen con su generosidad y plegaria esta obra eclesial.

6. Pongo en las manos de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, a todos y cada uno de ustedes, así como a sus familias y comunidades de origen, para que su maternal protección les asista amorosamente en sus tareas y les ayude a enraizarse muy hondamente en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, fruto bendito de su seno.

Muchas gracias.



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