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VIAJE APOSTÓLICO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A CAMERÚN Y ANGOLA
(17-23 DE MARZO DE 2009)

ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE
A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA ÁFRICA

Martes 17 de marzo de 2009

 

Durante el vuelo de Roma a Yaundé, el martes 17 de marzo por la mañana, el Santo Padre respondió a varias preguntas de los periodistas. Ofrecemos seguidamente el texto íntegro de la conferencia de prensa.

Santidad, bienvenido entre el grupo de colegas: somos cerca de setenta los que vamos a vivir este viaje con usted. Le expresamos nuestros mejores deseos y esperamos poder acompañarle con nuestro servicio, haciendo que también muchas otras personas participen en esta aventura. Como es habitual, le estamos muy agradecidos por la conversación que ahora nos concede; la hemos preparado recogiendo en días pasados diversas preguntas de los colegas —he recibido unas treinta— y luego hemos elegido algunas que pudieran abarcar un panorama completo de este viaje y que pudieran interesar a todos. Le agradecemos mucho las respuestas que nos dé. (Padre Federico Lombardi, director de la Sala de prensa de la Santa Sede).

Pregunta. Santidad, desde hace tiempo —especialmente después de su última carta a los obispos del mundo— muchos periódicos hablan de «soledad del Papa». Usted, ¿qué piensa al respecto? ¿Se siente realmente solo? Y, tras las recientes vicisitudes, ¿con qué sentimientos vuela ahora a África con nosotros? (Lucio Brunelli, de la televisión italiana).

Respuesta. A decir verdad, este mito de mi soledad me da ganas de reír: de ningún modo me siento solo. Cada día, en las visitas de trabajo, recibo a mis más estrechos colaboradores, desde el Secretario de Estado hasta la Congregación de Propaganda Fide, etc.; me reúno además regularmente con todos los responsables de los Dicasterios; cada día recibo a obispos en visita ad limina, últimamente a todos los obispos de Nigeria, uno tras otro, y luego a los obispos de Argentina... Hemos tenido dos plenarias en estos días, la de la Congregación para el Culto Divino y la de la Congregación para el Clero; tengo conversaciones amistosas; es una red de amistad. Incluso mis compañeros de ordenación han venido recientemente de Alemania para estar un día conmigo, para charlar conmigo...

Por tanto, la soledad no es un problema; realmente estoy rodeado de amigos en una colaboración espléndida con obispos, con colaboradores, con laicos, y estoy agradecido por esto. A África voy con gran alegría: yo amo a África, tengo muchos amigos africanos, ya desde los tiempos en que era profesor y hasta hoy; amo la alegría de la fe, la fe gozosa que se encuentra en África. Como sabéis, el Señor dio al Sucesor de Pedro el mandato de «confirmar a los hermanos en la fe»: yo trato de hacerlo. Pero estoy seguro de que volveré yo mismo confirmado por los hermanos, contagiado, por decirlo así, de su fe gozosa.

P. Santidad, usted viaja a África mientras se está viviendo una crisis económica mundial que tiene sus repercusiones también en los países pobres. Por otro lado, África debe afrontar en este momento una crisis alimentaria. Quisiera preguntarle tres cosas: Esta situación ¿encontrará eco en su viaje? ¿Se dirigirá usted a la comunidad internacional para que se haga cargo de los problemas de África? ¿Se hablará también de estos problemas en la encíclica que está preparando? (John Thavis, responsable de la sección romana de la agencia de noticias católica de Estados Unidos).

R. Gracias por la pregunta. Naturalmente, yo no voy a África con un programa político-económico, porque me falta competencia en este campo. Voy con un programa religioso, de fe, de moral, pero precisamente esto es también una contribución esencial al problema de la crisis económica que vivimos en este momento. Todos sabemos que un elemento fundamental de la crisis es precisamente un déficit de ética en las estructuras económicas; se ha comprendido que la ética no es algo que está «fuera» de la economía, sino «dentro», y que la economía no funciona si no lleva consigo el elemento ético. Por ello, hablando de Dios y hablando de los grandes valores espirituales que constituyen la vida cristiana, trataré de contribuir también a superar esta crisis, para renovar el sistema económico desde dentro, donde está el verdadero núcleo de la crisis.

Naturalmente, haré un llamamiento a la solidaridad internacional: la Iglesia es católica, es decir, universal, abierta a todas las culturas, a todos los continentes; está presente en todos los sistemas políticos, de modo que la solidaridad es un principio interno, fundamental para el catolicismo. Desde luego, quisiera hacer un llamamiento ante todo a la solidaridad católica, pero extendiéndolo también a la solidaridad de todos los que reconocen su responsabilidad en la sociedad humana de hoy.

Obviamente, también hablaré de esto en la encíclica: éste es uno de los motivos del retraso. Ya casi estábamos a punto de publicarla, cuando se desencadenó esta crisis y hemos retomado el texto para responder de modo más adecuado, en el ámbito de nuestra competencia, en el ámbito de la doctrina social de la Iglesia, pero haciendo referencia a los elementos reales de la crisis actual. De este modo, espero que la encíclica pueda ser también un elemento, una fuerza para superar la difícil situación actual.

P. El Consejo especial para África del Sínodo de los obispos ha pedido que el fuerte crecimiento cuantitativo de la Iglesia africana se transforme también en un crecimiento cualitativo. A veces, los responsables de la Iglesia son considerados un grupo de ricos y privilegiados, y sus comportamientos no son coherentes con el anuncio del Evangelio. ¿Invitará usted a la Iglesia en África a comprometerse en un examen de conciencia y de purificación de sus estructuras? (Isabelle de Gaulmyn, de «La Croix»).

R. Tengo una visión muy positiva de la Iglesia en África: es una Iglesia muy cercana a los pobres, una Iglesia cercana a los que sufren, a las personas que necesitan ayuda; por tanto, me parece que la Iglesia es realmente una institución que aún funciona, mientras que otras instituciones ya no funcionan; con su sistema de educación, de hospitales, de ayuda, en todas estas situaciones está presente en el mundo de los pobres y de los que sufren. Naturalmente, el pecado original también está presente en la Iglesia; no existe una sociedad perfecta y, por tanto, hay pecados y deficiencias en la Iglesia en África. En este sentido, siempre hace falta un examen de conciencia, una purificación interior, y yo recordaría este sentido en la liturgia eucarística: se inicia siempre con una purificación de la conciencia y un comienzo en la presencia del Señor. Y más que una purificación de las estructuras, que siempre resulta necesaria, hace falta una purificación de los corazones, porque las estructuras son un reflejo de los corazones, y hacemos todo lo posible para dar una nueva fuerza a la espiritualidad, a la presencia de Dios en nuestro corazón, tanto para purificar las estructuras de la Iglesia como para contribuir a la purificación de las estructuras de la sociedad.

P. Santo Padre, ¡buen viaje! Cuando usted se dirige a Europa, habla a menudo de un horizonte del que Dios parece estar desapareciendo. En África no es así, pero se da una presencia agresiva de las sectas; y también están las religiones tradicionales africanas. ¿Cuál es, por tanto, lo específico del mensaje de la Iglesia católica que usted quiere presentar en este contexto? (Christa Kramer, del Sankt Ulrich Verlag).

R. En primer lugar, todos reconocemos que en África el problema del ateísmo casi no se plantea, porque la realidad de Dios está tan presente, es tan real en el corazón de los africanos, que no creer en Dios, vivir sin Dios, no constituye una tentación. Es verdad que existe el problema de las sectas: nosotros no anunciamos, como hacen algunos, un Evangelio de prosperidad, sino un realismo cristiano; no anunciamos milagros, como hacen otros, sino la sobriedad de la vida cristiana. Estamos convencidos de que esta sobriedad, este realismo que anuncia un Dios que se ha hecho hombre —un Dios, por tanto, profundamente humano, un Dios que también sufre con nosotros, que da un sentido a nuestro sufrimiento— es un anuncio con un horizonte más amplio, que tiene más futuro.

Sabemos que estas sectas no son muy estables en su consistencia: de momento puede funcionar el anuncio de la prosperidad, de curaciones milagrosas, etc., pero después de poco tiempo se ve que la vida es difícil, que un Dios humano, un Dios que sufre con nosotros es más convincente, más verdadero, y brinda una ayuda más grande para la vida. También es importante el hecho de que nosotros tenemos la estructura de la Iglesia católica. No representamos a un pequeño grupo que, después de cierto tiempo, se aísla y se pierde, sino que entramos en la gran red universal de la catolicidad, no sólo trans-temporal, sino presente sobre todo como una gran red de amistad que nos une y nos ayuda también a superar el individualismo para llegar a la unidad en la diversidad, que es la verdadera promesa.

P. Santidad, entre los muchos males que afligen a África, destaca el de la difusión del sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él a menudo no se considera realista ni eficaz. ¿Afrontará este tema durante el viaje? (Philippe Visseyrias de France 2).

R. Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la Comunidad de San Egidio que hace mucho, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en tantas otras cosas, en todas las religiosas que están al servicio de los enfermos... Diría que no se puede superar este problema del sida sólo con dinero, aunque éste sea necesario; pero si no hay alma, si los africanos no ayudan (comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema. La solución sólo puede ser doble: la primera, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que conlleve una nueva forma de comportarse el uno con el otro; y la segunda, una verdadera amistad también y sobre todo con las personas que sufren; una disponibilidad, aun a costa de sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Éstos son los factores que ayudan y que traen progresos visibles.

Por tanto, yo diría que nuestras dos fuerzas son éstas: renovar al hombre interiormente, darle fuerza espiritual y humana para un comportamiento correcto con respecto a su propio cuerpo y al de los demás, y esa capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer presente en las situaciones de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y la Iglesia hace esto; así da una contribución muy grande e importante. Damos las gracias a todos los que lo hacen.

P. Santidad, ¿qué signos de esperanza ve la Iglesia en el continente africano? ¿Cree que podrá dirigir a África un mensaje de esperanza? (María Burgos, corresponsal de la televisión católica chilena).

R. Nuestra fe es esperanza por definición: lo dice la Sagrada Escritura. Por eso, quien lleva la fe está convencido de que también lleva la esperanza. Me parece que, a pesar de todos los problemas que conocemos bien, hay grandes signos de esperanza. Nuevos gobiernos, nueva disponibilidad a colaborar, lucha contra la corrupción —un gran mal que es preciso superar— y también la apertura de las religiones tradicionales a la fe cristiana, porque en las religiones tradicionales todos conocen a Dios, al Dios único, aunque les parece un poco lejano. Esperan que se acerque. Y en el anuncio del Dios que se hizo hombre reconocen que Dios realmente se nos ha acercado.

Además, la Iglesia católica tiene mucho en común con ellos: el culto de los antepasados encuentra su respuesta en la comunión de los santos, en el purgatorio. Los santos no son sólo los canonizados, son todos nuestros difuntos. De este modo, en el Cuerpo de Cristo, se realiza precisamente también lo que intuía el culto a los antepasados. Y así sucesivamente. De esta manera, se produce un encuentro profundo que realmente da esperanza. Y también crece el diálogo interreligioso: he hablado ahora con más de la mitad de los obispos africanos, y las relaciones con los musulmanes, a pesar de los problemas que pueda haber, son muy prometedoras, según me han dicho; el diálogo crece en el respeto mutuo y la colaboración en las responsabilidades éticas comunes.

Por lo demás, crece también ese sentido de catolicidad que ayuda a superar el tribalismo, uno de los grandes problemas, y de allí brota la alegría de ser cristianos. Un problema de las religiones tradicionales es el miedo a los espíritus. Uno de los obispos africanos me ha dicho: uno se convierte realmente al cristianismo, se ha hecho plenamente cristiano, cuando sabe que Cristo es verdaderamente más fuerte. Ya no hay temor. También éste es un fenómeno cada vez más frecuente. Así, yo diría que, a pesar de muchos elementos y problemas, que no pueden faltar, crecen las fuerzas espirituales, económicas y humanas que nos dan esperanza, y yo quisiera precisamente poner de relieve los elementos de esperanza.



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