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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL


Sala de los Papas
Viernes 2 de diciembre de 2011

 

Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
distinguidos profesores y profesoras,
queridos colaboradores:

Para mí es una gran alegría poder recibiros, al concluir la sesión plenaria anual de la Comisión teológica internacional. Ante todo, quiero agradecer sinceramente las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros el señor cardenal William Levada, en calidad de presidente de la Comisión.

Este año, los trabajos de esta sesión han coincidido con la primera semana de Adviento, ocasión que nos hace recordar que todo teólogo está llamado a ser hombre del adviento, testigo de la vigilante espera, que ilumina los caminos de la inteligencia de la Palabra que se hizo carne. Podemos decir que el conocimiento del verdadero Dios tiende y se alimenta constantemente de aquella «hora», que desconocemos, en la que el Señor volverá. Mantenerse vigilantes y vivificar la esperanza de la espera no son, por tanto, una tarea secundaria para un recto pensamiento teológico, que encuentra su razón en la Persona de Aquel que sale a nuestro encuentro e ilumina nuestro conocimiento de la salvación.

Hoy me complace reflexionar brevemente con vosotros sobre los tres temas que la Comisión teológica internacional está estudiando en los últimos años. El primero, como ya se ha dicho, atañe a la cuestión fundamental para toda reflexión teológica: la cuestión de Dios y en particular la comprensión del monoteísmo. A partir de este amplio horizonte doctrinal habéis profundizado también un tema de índole eclesial: el significado de la doctrina social de la Iglesia, prestando luego atención particular a una temática que hoy es de gran actualidad para el pensamiento teológico sobre Dios: la cuestión del estatus mismo de la teología hoy, en sus perspectivas, sus principios y sus criterios.

Detrás de la profesión de la fe cristiana en el Dios único se encuentra la profesión diaria de fe del pueblo de Israel: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo» (Dt 6, 4). El inaudito cumplimento de la libre disposición del amor de Dios por todos los hombres se realizó en la encarnación del Hijo en Jesucristo. En esa Revelación de la intimidad de Dios y de la profundidad de su vínculo de amor con el hombre, el monoteísmo del Dios único se iluminó con una luz completamente nueva: la luz trinitaria. En el misterio trinitario se ilumina también la fraternidad entre los hombres. La teología cristiana, juntamente con la vida de los creyentes, debe restituir la feliz y cristalina evidencia al impacto de la Revelación trinitaria sobre nuestra comunidad. Aunque los conflictos étnicos y religiosos en el mundo hacen más difícil acoger la singularidad del pensamiento cristiano de Dios y del humanismo inspirado por él, los hombres pueden reconocer en el Nombre de Jesucristo la verdad de Dios Padre hacia la cual el Espíritu Santo suscita todo gemido de la criatura (cf. Rm 8). La teología, en fecundo diálogo con la filosofía, puede ayudar a los creyentes a tomar conciencia y a testimoniar que el monoteísmo trinitario nos muestra el verdadero Rostro de Dios, y este monoteísmo no es fuente de violencia, sino fuerza de paz personal y universal.

El punto de partida de toda teología cristiana es la acogida de esta Revelación divina: la acogida personal del Verbo hecho carne, la escucha de la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Sobre esta base de partida, la teología ayuda a la inteligencia creyente de la fe y a su transmisión. Toda la historia de la Iglesia muestra, sin embargo, que el reconocimiento del punto de partida no basta para llegar a la unidad en la fe. Toda lectura de la Biblia se sitúa necesariamente en un determinado contexto de lectura, y el único contexto en el que el creyente puede estar en plena comunión con Cristo es la Iglesia y su Tradición viva. Debemos vivir siempre de nuevo la experiencia de los primeros discípulos, que «perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Desde esta perspectiva, la Comisión ha estudiado los principios y los criterios según los cuales una teología puede ser católica, y también ha reflexionado sobre la contribución actual de la teología. Es importante recordar que la teología católica, siempre atenta al vínculo entre fe y razón, ha desempeñado un papel histórico en el nacimiento de la Universidad. Una teología verdaderamente católica con los dos movimientos, «intellectus quaerens fidem et fides quaerens intellectum», hoy es más necesaria que nunca, para hacer posible una sinfonía de las ciencias y para evitar las derivas violentas de una religiosidad que se opone a la razón y de una razón que se opone a la religión.

La Comisión teológica estudia también la relación entre la doctrina social de la Iglesia y el conjunto de la doctrina cristiana. El compromiso social de la Iglesia no es sólo algo humano, ni se limita a una teoría social. La transformación de la sociedad llevada a cabo por los cristianos a lo largo de los siglos es una respuesta a la venida del Hijo de Dios al mundo: el esplendor de esa Verdad y Caridad ilumina toda cultura y sociedad. San Juan afirma: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). Los discípulos de Cristo Redentor saben que sin la atención al otro, sin el perdón, sin el amor incluso a los enemigos, ninguna comunidad humana puede vivir en paz; y esto comienza en la primera y fundamental sociedad que es la familia. En la necesaria colaboración en favor del bien común también con quienes no comparten nuestra fe, debemos hacer presentes los verdaderos y profundos motivos religiosos de nuestro compromiso social, como esperamos de los demás que nos manifiesten sus motivaciones, para que la colaboración se realice en la claridad. Quien haya percibido los fundamentos del obrar social cristiano podrá así encontrar un estímulo para tomar en consideración la misma fe en Jesucristo.

Queridos amigos, nuestro encuentro confirma de modo significativo que la Iglesia necesita de la competente y fiel reflexión de los teólogos sobre el misterio del Dios de Jesucristo y de su Iglesia. Sin una sana y vigorosa reflexión teológica la Iglesia correría el riesgo de no expresar plenamente la armonía entre fe y razón. Al mismo tiempo, sin la vivencia fiel de la comunión con la Iglesia y la adhesión a su Magisterio, como espacio vital de la propia existencia, la teología no lograría dar una adecuada razón del don de la fe.

Expresando, a través de vosotros, el deseo y el aliento a todos los hermanos y hermanas teólogos, diseminados por los diversos ámbitos eclesiales, invoco sobre vosotros la intercesión de María, Mujer del Adviento y Madre del Verbo encarnado, la cual es para nosotros, al custodiar la Palabra en su corazón, el paradigma de la recta actividad teológica, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Que ella, la Estrella de la esperanza, guíe y proteja la valiosa labor que realizáis en favor de la Iglesia y en nombre de la Iglesia. Con estos sentimientos de gratitud, os renuevo mi bendición apostólica. Gracias.



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