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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 3 de febrero de 2021

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Catequesis 23. Rezar en la liturgia

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la historia de la Iglesia, se ha registrado en más de una ocasión, la tentación de practicar un cristianismo intimista, que no reconoce a los ritos litúrgicos públicos su importancia espiritual. A menudo esta tendencia reivindicaba la presunta mayor pureza de una religiosidad que no dependiera de las ceremonias exteriores, consideradas una carga inútil o dañina. En el centro de las críticas terminaba no una particular forma ritual, o una determinada forma de celebrar, sino la liturgia misma, la forma litúrgica de rezar.

De hecho se pueden encontrar en la Iglesia ciertas formas de espiritualidad que no han sabido integrar adecuadamente el momento litúrgico. Muchos fieles, incluso participando asiduamente en los ritos, especialmente en la Misa dominical, han obtenido alimento para su fe y su vida espiritual más bien de otras fuentes, de tipo devocional.

En los últimos decenios, se ha caminado mucho. La Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II representa el eje de este largo viaje. Esta reafirma de forma completa y orgánica la importancia de la divina liturgia para la vida de los cristianos, los cuales encuentran en ella esa mediación objetiva solicitada por el hecho de que Jesucristo no es una idea o un sentimiento, sino una Persona viviente, y su Misterio un evento histórico. La oración de los cristianos pasa a través de mediaciones concretas: la Sagrada Escritura, los Sacramentos, los ritos litúrgicos, la comunidad. En la vida cristiana no se prescinde de la esfera corpórea y material, porque en Jesucristo esta se ha convertido en camino de salvación. Podemos decir que debemos rezar también con el cuerpo: el cuerpo entra en la oración.

Por tanto, no existe espiritualidad cristiana que no tenga sus raíces en la celebración de los santos misterios. El Catecismo escribe: «La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora» (n. 2655). La liturgia, en sí misma, no es solo oración espontánea, sino algo más y más original: es acto que funda la experiencia cristiana por completo y, por eso, también la oración es evento, es acontecimiento, es presencia, es encuentro. Es un encuentro con Cristo. Cristo se hace presente en el Espíritu Santo a través de los signos sacramentales: de aquí deriva para nosotros los cristianos la necesidad de participar en los divinos misterios. Un cristianismo sin liturgia, yo me atrevería a decir que quizá es un cristianismo sin Cristo. Sin el Cristo total. Incluso en el rito más despojado, como el que algunos cristianos han celebrado y celebran en los lugares de prisión, o en el escondite de una casa durante los tiempos de persecución, Cristo se hace realmente presente y se dona a sus fieles.

La liturgia, precisamente por su dimensión objetiva, pide ser celebrada con fervor, para que la gracia derramada en el rito no se disperse sino que alcance la vivencia de cada uno. El Catecismo lo explica muy bien y dice así: «La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma» (ibid.). Muchas oraciones cristianas no proceden de la liturgia, pero todas, si son cristianas, presuponen la liturgia, es decir la mediación sacramental de Jesucristo. Cada vez que celebramos un Bautismo, o consagramos el pan y el vino en la Eucaristía, o ungimos con óleo santo el cuerpo de un enfermo, ¡Cristo está aquí! Es Él que actúa y está presente como cuando sanaba los miembros débiles de un enfermo, o entregaba en la Última Cena su testamento para la salvación del mundo.

La oración del cristiano hace propia la presencia sacramental de Jesús. Lo que es externo a nosotros se convierte en parte de nosotros: la liturgia lo expresa incluso con el gesto tan natural del comer. La Misa no puede ser solo “escuchada”: no es una expresión justa, “yo voy a escuchar Misa”. La Misa no puede ser solo escuchada, como si nosotros fuéramos solo espectadores de algo que se desliza sin involucrarnos. La Misa siempre es celebrada, y no solo por el sacerdote que la preside, sino por todos los cristianos que la viven. ¡Y el centro es Cristo! Todos nosotros, en la diversidad de los dones y de los ministerios, todos nos unimos a su acción, porque es Él, Cristo, el Protagonista de la liturgia.

Cuando los primeros cristianos empezaron a vivir su culto, lo hicieron actualizando los gestos y las palabras de Jesús, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que su vida, alcanzada por esa gracia, se convirtiera en sacrificio espiritual ofrecido a Dios. Este enfoque fue una verdadera “revolución”. Escribe San Pablo en la Carta a los Romanos: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (12,1). La vida está llamada a convertirse en culto a Dios, pero esto no puede suceder sin la oración, especialmente la oración litúrgica. Que este pensamiento nos ayude cuando se vaya a Misa: voy a rezar en comunidad, voy a rezar con Cristo que está presente. Cuando vamos a la celebración de un Bautismo, por ejemplo, Cristo está ahí, presente, que bautiza. “Pero, Padre, esta es una idea, una forma de hablar”: no, no es una forma de hablar. Cristo está presente y en la liturgia tú rezas con Cristo que está junto a ti.


Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que avive en nosotros la necesidad de participar en los divinos misterios, donde Cristo está presente, y que a través de la oración, especialmente de la oración litúrgica, toda nuestra vida sea un culto agradable a Dios. Que el Señor los bendiga.


 

LLAMAMIENTO

Mañana se celebrará la Primera Jornada Internacional de la Fraternidad Humana, que estableció recientemente una Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esta iniciativa también tiene en cuenta el encuentro del 4 de febrero de 2019 en Abu Dhabi, cuando el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, y yo firmamos el Documento sobre la Fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común. Me complace mucho que las naciones de todo el mundo se unan a esta celebración, destinada a promover el diálogo interreligioso e intercultural. Por ello, mañana por la tarde participaré en un encuentro virtual con el Gran Imán de Al-Azhar, con el Secretario General de las Naciones Unidas, Sr. António Guterres, y con otras personalidades. La citada Resolución de las Naciones Unidas reconoce «la contribución que el diálogo entre todos los grupos religiosos puede aportar para que se conozcan y se comprendan mejor los valores comunes compartidos por toda la humanidad». Que esta sea nuestra oración hoy y nuestro compromiso durante todos los días del año.

 


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy consideramos el nexo entre la oración y la liturgia. El Catecismo de la Iglesia católica nos explica que «la oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma». Incluso cuando la oración se vive “en lo secreto”, también ésta es oración de la Iglesia, que eleva a Dios su plegaria.

Como se sabe, a lo largo de la historia de la Iglesia ha estado presente la tentación de practicar un cristianismo intimista, es decir, una religiosidad que no reconocía a la liturgia, a los ritos públicos, su importancia espiritual, hasta considerarla inútil y dañina. Esto llevó a que muchos fieles, participando incluso a la Misa dominical, le hayan quitado importancia, y hayan buscado alimento para su fe y su vida espiritual en fuentes devocionales y no en la liturgia.

Sin embargo, esto está cambiando. La Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II subrayó la importancia en la vida de los cristianos de la divina liturgia, que es acción de Cristo, que significa y realiza principalmente su misterio pascual. Por ello, no existe espiritualidad cristiana que no tenga como fuente la celebración de los divinos misterios, porque la liturgia no es una “oración espontánea”, sino acción de la Iglesia, encuentro con Cristo mismo, que se hace presente con la fuerza del Espíritu Santo, a través de los signos sacramentales, para comunicarnos su gracia. Un cristianismo sin liturgia es, por lo tanto, un cristianismo sin Cristo.

 



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