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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Jonás el testarudo

Martes 10 de octubre de 2017

 

Fuente:  L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 41, viernes 13 de octubre de 2017

 

Al hombre le cuesta entrar en la lógica de Dios y a menudo aplica un concepto de «justicia» que se ve afectado por su «rigidez» y «terquedad». Limitado como está al pequeño horizonte de su corazón, no es capaz de entender como «obra el Señor», su infinita misericordia y voluntad de perdón. Lo aclara la historia del profeta Jonás que el Papa Francisco tomó como punto de partida para la reflexión durante la misa celebrada en Santa Marta el martes, 10 de octubre.

Se trata de la historia bíblica propuesta por la liturgia cotidiana de la palabra en los primeros tres días de esta semana. El Pontífice recorrió el libro de Jonás señalando, de forma preliminar, cómo parece «un diálogo entre la misericordia, la penitencia, la profecía y la terquedad».

Ante todo está Jonás, «un testarudo que quiere enseñar a Dios cómo se deben hacer las cosas». De hecho, «cuando el Señor lo envió a predicar la conversión a la ciudad de Nínive», él se fue «con un barco en la dirección opuesta». Es decir, «escapaba de la misión que Dios le había confiado y le había encargado». Los acontecimientos, sin embargo, pasan por alto su voluntad, ocurre, de hecho, que a causa de una tempestad el «barco está en peligro» y Jonás confiesa su culpa a los marineros que «rezan cada uno a su dios» y les pide: «Tiradme al mar, yo soy el culpable».

Así sucede, pero, recordó Francisco, «el Señor, que es tan bueno, hizo que un pez se tragara a Jonás y tres días después lo dejara en la playa».

La segunda parte de la historia está narrada precisamente en la primera lectura del martes (Jonás 3, 1-10): «En aquellos días, por segunda vez el Señor dirigió estas palabras a Jonás: “levántate, vete a Nínive, la gran ciudad y proclama el mensaje que yo te diga”». Esta vez el profeta «obedeció». Y, anotó el Papa, «se ve que predicaba bien, porque los ninivitas tuvieron miedo, tanto miedo que se convirtieron». Gracias a su intervención, explicó, «la fuerza de la palabra de Dios llegó a su corazón». Y a pesar de que era una «ciudad muy pecadora», sus habitantes cambiaron de vida, «rezaron, hicieron ayuno». Sucede así que «Dios vio sus obras, es decir, que se habían convertido de su conducta perversa y Dios se arrepintió del mal que había determinado hacerles y no lo hizo».

Nos podríamos preguntar: «Pero, entonces, ¿Dios cambió?». En realidad, puntualizó el Pontífice «ellos cambiaron». De hecho, primero «Dios no podía entrar en su vida porque estaba cerrada en los propios vicios, pecados»; después ellos «con la penitencia abrieron el corazón, abrieron la vida y el Señor pudo entrar».

Continuando la historia, el Papa anticipó también la primera lectura del miércoles, en la que «la Iglesia nos hace contemplar el tercer pasaje», o sea, el hecho de que «Jonás se disgustó y se irritó, porque el Señor había perdonado a la ciudad: “No, tú me mandaste, yo prediqué. Ahora tú debes hacer lo que me habías dicho”». Emerge aquí el hecho de que Jonás «era un testarudo, más que testarudo, era rígido; estaba enfermo» de «rigidez del alma». Añadió Francisco: «tenía el alma “almidonada”, no se podía agrandar, cerrada: las cosas son así y deben ser así». Por eso, explicó, después de «la conversión de Nínive «al Señor le tocó hacer “otro trabajo”: la «conversión de Jonás».

El Pontífice, en este punto, se paró a analizar el método pedagógico usado por el Señor con Jonás. El profeta «irritado, se va fuera de la ciudad, a una cabaña». Y ya que «allí el sol era fuerte, el Señor hizo crecer una planta de ricino, para que le diese sombra». Jonás —que «había ido allí para ver qué ocurría en la ciudad, estaba seguro de que el Señor le había perdonado» y de que «tal vez tenía la esperanza, o peor, las ganas de que bajara fuego del cielo. Estaba allí, esperaba el espectáculo— en realidad «estaba feliz» por este árbol que le daba consuelo. Pero después «el Señor hizo que el ricino se secara» y entonces Jonás «se enfadó más» y, usando la misma expresión que había usado con lo marineros, dijo «mejor para mí morir que vivir».

Es este, explicó el Papa, el momento en el que «el Señor entra en el corazón de Jonás» y le habla: «“¿Te parece justo irritarte así por esta planta de ricino?”. Él responde: “Sí, es justo” —estaba realmente enfadado—; “Estoy tremendamente irritado”. Pero el Señor le responde: “Tú sientes piedad por esta planta de ricino, por la que no has trabajado, que no has hecho salir, que en una noche creció y en una noche murió. ¿Y yo no debería tener piedad de Nínive, esa gran ciudad en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre la mano derecha y la mano izquierda y una gran cantidad de animales?”». El Señor «manifiesta a Jonás su misericordia». He aquí entonces cómo la Escritura habla también del hombre de hoy.

Explicó Francisco: «los testarudos de alma, los rígidos, no entienden qué es la misericordia de Dios. Son como Jonás: “debemos predicar esto, que se castigue a estos porque han hecho el mal y deben ir al infierno». Es decir, los rígidos «no saben agrandar el corazón como el Señor. Los rígidos son pusilánimes, como el pequeño corazón cerrado, pegados a la justicia desnuda». Sobre todo, añadió, los rígidos «olvidan que la justicia de Dios se hizo carne en su Hijo, se hizo misericordia, se hizo perdón; que el corazón de Dios siempre está abierto al perdón. Es más, olvidan lo que rezamos la semana pasada en la oración colecta: olvidan que Dios, su omnipotencia, se manifiesta sobre todo en la misericordia y en el perdón». Para el hombre, explicó el Papa, «no es fácil entender la misericordia de Dios, no es fácil». Y «es necesaria tanta oración para entenderla, porque es una gracia». Los hombres, de hecho, están habituados a la lógica del «me la has hecho, te la devolveré», a la justicia del «la has hecho, la pagas». Y, en cambio, «Jesús pagó por nosotros y continúa pagando».

A Jonás —«testarudo, pusilánime, rígido», que «no entendió la misericordia de Dios»— el Señor «le habría podido decir: “Arréglatelas tú con tu rigidez y tu terquedad”».

Y, en cambio, «el mismo Dios que quiso salvar aquellas ciento veinte mil personas, fue a él a hablarle y a convencerlo». Porque es «el Dios de la paciencia, es el Dios que sabe acariciar, que sabe agrandar los corazones». He aquí, entonces, «el mensaje de este libro profético»: con su «diálogo entre la profecía, la penitencia, la misericordia y la pusilanimidad o la terquedad», nos dice que «siempre vence la misericordia de Dios», porque «su omnipotencia se manifiesta precisamente en la misericordia».

Por eso, el Pontífice concluyó la homilía aconsejando «tomar la Biblia y leer este libro de Jonás —es pequeñísimo, son tres páginas— y ver cómo actúa el Señor, cómo es la misericordia del Señor, cómo el Señor transforma nuestros corazones.

Y agradecer al Señor porque Él es tan misericordioso».

 



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