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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA EL FESTIVAL DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Verona, 24 de noviembre de 2016

 

Un afectuoso saludo para todos vosotros que participáis en el VI Festival de la Doctrina Social de la Iglesia. El tema de este año, que es «En medio de la gente», expresa una gran verdad: estamos hechos para estar con los demás, como recordaba el día después de mi elección como Obispo de Roma. Nuestra humanidad se enriquece mucho si estamos con todos los demás y en cualquier situación en la que se encuentren. Lo que hace daño es el aislamiento, no la compartición. El aislamiento es caldo de cultivo para el miedo y la desconfianza e impide disfrutar de la fraternidad. Es necesario que nos digamos que se corren más riesgos cuando nos aislamos que cuando nos abrimos a los demás: la capacidad de hacerse daño no es propia del encuentro, sino del cierre y del rechazo. Lo mismo vale cuando nos hacemos cargo de alguien: pienso en una persona enferma, en un anciano, en un emigrante, en un pobre, en un desempleado. Cuando nos ocupamos de los demás nos complicamos menos la vida que cuando estamos centrados solamente en nosotros mismos.

Estar en medio de la gente no significa solamente ser abiertos y encontrar a los demás, sino también dejarse encontrar. Somos nosotros los que necesitamos que nos miren, que nos llamen, que nos toquen, que nos interpelen, somos nosotros los que necesitamos a los demás para poder participar en todo lo que solamente los demás nos pueden dar. La relación exige este intercambio entre las personas; la experiencia nos dice que, por lo general, de los demás recibimos más de lo que damos. Hay una verdadera riqueza humana entre nuestra gente. Son innumerables las historias de solidaridad, de ayuda, de apoyo, vividas en nuestras familias y en nuestras comunidades. Es impresionante cómo algunas personas viven con dignidad las dificultades económicas, el dolor, el trabajo duro, las pruebas. Cuando encuentras a estas personas sientes de cerca su grandeza, y es como si una luz te mostrase con claridad que se puede cultivar una esperanza para el futuro; se puede creer que el bien es más fuerte que el mal porque ellas están aquí. Estando en medio de la gente tenemos acceso a la enseñanza de los hechos. Pongo un ejemplo: Me dijeron que hace poco murió una chica de 19 años. El dolor fue inmenso, muchísimos asistieron al funeral. Lo que sorprendió a todos no fue solo la ausencia de desesperación, sino la percepción de una cierta serenidad. Las personas, después del funeral, se decían unas a otras con asombro que habían salido de la celebración como liberadas de un peso. La madre de la joven dijo: "He recibido la gracia de la serenidad". La vida cotidiana está entretejida con estos hechos que marcan nuestra existencia: nunca pierden eficacia aunque no pasen a ser titulares de los diarios. Sucede así: sin discursos ni explicaciones se entiende lo que en la vida vale o no la pena.

Estar en medio de la gente también significa darse cuenta de que cada uno de nosotros es parte de un pueblo. La vida concreta es posible porque no es la suma de muchas individualidades, sino la articulación de muchas personas que contribuyen a la creación del bien común. Estar juntos nos ayuda a ver el conjunto. Cuando vemos el conjunto, nuestra mirada se enriquece y resulta evidente que los papeles que desempeña cada uno dentro de la dinámica social nunca pueden ser aislados o absolutos. Cuando se separa al pueblo de los que mandan, cuando se toman decisiones basadas en el poder y no en la compartición popular, cuando el que manda es más importante que el pueblo y las decisiones las toman unos pocos, o son anónimas, o están siempre dictadas por emergencias verdaderas o presuntas, la armonía social se ve amenazada y las consecuencias son graves para las personas: aumenta la pobreza, peligra la paz, manda el dinero y la gente está mal. Por lo tanto, estar en medio de la gente no solamente hace bien a la vida del individuo, sino que es un bien para todo el mundo.

Estar en medio de la gente pone de manifiesto la pluralidad de colores, culturas, razas y religiones. La gente nos enseña la riqueza y la belleza de la diversidad. Solamente con una gran violencia se podría reducir la variedad a uniformidad, la pluralidad de pensamientos y acciones a una sola manera de hacer y de pensar. Cuando estás con la gente percibes la humanidad: nunca existe solamente la cabeza, siempre existe también el corazón; hay más sustancia y menos ideología. Para resolver los problemas de la gente hay que empezar desde abajo, ensuciarse las manos, tener valor, escuchar a los últimos. Creo que surge espontánea la pregunta de: ¿Cómo se hace? Podemos encontrar la respuesta contemplando a María. Ella es sierva, es humilde, es misericordiosa, está en camino con nosotros, es concreta, no se pone nunca en el centro del escenario, pero es una presencia constante. Si nos fijamos en ella encontraremos la mejor manera de estar en medio de la gente. Si la miramos podremos recorrer todos los senderos de lo humano sin miedo y sin prejuicios; con ella podremos llegar a ser capaces de no excluir a nadie. Este es mi deseo para todos vosotros.

Antes de saludaros me gustaría dar las gracias al obispo de Verona por su acogida, a todos los voluntarios por su disponibilidad y generosidad, a don Adriano Vincenzi por su trabajo en pro del conocimiento y la actualización de la doctrina social de la Iglesia. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

 



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