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VISITA PRIVADA DEL SANTO PADRE
AL PASTOR EVANGÉLICO GIOVANNI TRAETTINO

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Iglesia pentecostal de la reconciliación
Caserta, lunes 28 de julio de 2014

Galería fotográfica

 

¡Buenos días, hermanos y hermanas!

Mi hermano el pastor Giovanni comenzó hablando del centro de nuestra vida: estar en la presencia de Jesús. Y luego dijo «caminar» en la presencia de Jesús. Este fue el primer mandamiento que Dios dio a su pueblo, a nuestro padre Abrahán: «Ve, camina en mi presencia y sé irreprensible». Y luego el pueblo se puso en camino: algunas veces en la presencia del Señor, muchas veces no en la presencia del Señor. Eligió los ídolos, los dioses... Pero el Señor tiene paciencia. Tiene paciencia con el pueblo que camina. Yo no comprendo a un cristiano inerte. Un cristiano que no camina, no lo comprendo. El cristiano debe caminar. Hay cristianos que caminan, pero no en la presencia de Jesús; hay que rezar por estos hermanos. También por nosotros, cuando en ciertos momentos no caminamos en la presencia de Jesús, porque también nosotros somos todos pecadores, todos. Si alguno no es pecador, que levante la mano... Caminar en la presencia de Jesús.

Cristianos inertes: esto hace daño, porque lo que está inmóvil, lo que no camina, se corrompe. Como el agua que no corre, que es el agua que se corrompe primero, el agua que no fluye... Hay cristianos que confunden caminar con «dar vueltas». No son «caminantes», son errantes y dan vueltas por aquí y por allá en la vida. Están en el laberinto, y allí vagabundean, vagabundean... Les falta la parresia, la audacia de ir adelante; les falta la esperanza. Los cristianos sin esperanza dan vueltas por la vida; no son capaces ir adelante. Sólo estamos seguros cuando caminamos en la presencia del Señor Jesús. Él nos ilumina, Él nos da su Espíritu para caminar bien.

Pienso en el nieto de Abrahán, Jacob. Estaba tranquilo allí con sus hijos; pero en un momento determinado llegó la carestía y dijo a sus hijos, a sus once hijos, diez de los cuales eran culpables de traición, por haber vendido al hermano: «Marchad a Egipto, caminad hasta allí para comprar alimento, porque tenemos dinero, pero no tenemos comida. Llevad dinero y compradlo allí, donde dicen que se lo puede encontrar». Y ellos se pusieron en camino: en lugar de encontrar alimento, encontraron a un hermano. Y esto es hermosísimo.

Cuando se camina en la presencia de Dios, tiene lugar esta fraternidad. Cuando, en cambio, nos detenemos, nos miramos demasiado el uno al otro, se da otro camino... horrible, malo. El camino de las habladurías. Y se comienza: «¿Pero tú no sabes?». «No, no, yo no sé nada de ti. Yo sé de aquí, de allí…». «Yo soy de Pablo», «yo de Apolo», «yo de Pedro»... Y de este modo empiezan, así desde el primer momento comenzó la división en la Iglesia. Y no es el Espíritu Santo el que causa la división; hace algo que se asemeja bastante, pero no la división. No es el Señor Jesús quien causa la división. Quien provoca la división es precisamente el Envidioso, el rey de la envidia, el padre de la envidia: el sembrador de cizaña, Satanás. El que se infiltra en las comunidades y provoca las divisiones, siempre. Desde el primer momento, desde el primer momento del cristianismo existió esta tentación en la comunidad cristiana. «Yo soy de este»; «yo soy de aquél». «¡No! Yo soy la Iglesia, tú eres la secta»... Y así quien nos conquista es él, el padre de la división. No el Señor Jesús, que rezó por la unidad (Jn 17), ¡rezó!

¿Qué hace el Espíritu Santo? He dicho que hace otra cosa, que se puede pensar tal vez que sea la división, pero no lo es. El Espíritu Santo construye la «diversidad» en la Iglesia. La primera Carta a los Corintios, en el capítulo 12. Él construye la diversidad. Y verdaderamente esta diversidad es muy rica, muy hermosa. Pero luego el Espíritu Santo mismo construye la unidad, y así la Iglesia es una en la diversidad. Y, para usar una hermosa palabra de un evangélico que yo quiero mucho, una «diversidad reconciliada» por el Espíritu Santo. Él hace ambas cosas: produce la diversidad de los carismas y luego construye la armonía de los carismas. Por ello los primeros teólogos de la Iglesia, los primeros padres —hablo del siglo III o iv—, decían: «El Espíritu Santo, Él es la armonía», porque Él construye esta unidad armónica en la diversidad.

Nosotros estamos en la época de la globalización, y pensamos en qué es la globalización y qué sería la unidad en la Iglesia: ¿tal vez una esfera, donde todos los puntos son equidistantes desde el centro, todos iguales? ¡No! Esto es uniformidad. Y el Espíritu Santo no construye uniformidad. ¿Qué figura podemos encontrar? Pensemos en el poliedro: el poliedro es una unidad, pero con todas las partes distintas; cada una tiene su peculiaridad, su carisma. Esta es la unidad en la diversidad. Es por este camino que nosotros cristianos realizamos lo que llamamos con el nombre teológico de ecumenismo: tratamos de que esta diversidad esté más armonizada por el Espíritu Santo y se convierta en unidad; tratamos de caminar en la presencia de Dios para ser irreprensibles; tratamos de ir a buscar el alimento que necesitamos para encontrar al hermano. Este es nuestro camino, esta es nuestra belleza cristiana. Me refiero a lo que mi amado hermano dijo al inicio.

Luego habló de otra cosa, de la Encarnación del Señor. El apóstol Juan es claro: «Quien dice que el Verbo no vino en la carne, no es de Dios. Es del diablo». No es de los nuestros, es enemigo. Hubo una primera herejía —digamos la palabra entre nosotros— y fue esto lo que el Apóstol condenó: que el Verbo no haya venido en la carne. ¡No! La Encarnación del Verbo está en la base: es Jesucristo. Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, verdadero Dios y verdadero hombre. Así lo entendieron los primeros cristianos y tuvieron que luchar mucho, mucho, mucho para mantener estas verdades: el Señor es Dios y hombre; el Señor Jesús es Dios hecho carne. Es el misterio de la carne de Cristo: no se comprende el amor al prójimo, no se comprende el amor al hermano, si no se comprende este misterio de la Encarnación. Yo amo al hermano porque también él es Cristo, es como Cristo, es la carne de Cristo. Yo amo al pobre, a la viuda, al esclavo, a quien está en la cárcel… Pensemos en el «protocolo» a partir del cual seremos juzgados: Mateo 25. Amo a todos ellos porque estas personas que sufren son la carne de Cristo, y a nosotros que vamos por esta senda de la unidad nos hará bien tocar la carne de Cristo. Ir a las periferias, precisamente donde hay tantas necesidades, o hay —digámoslo mejor— tantos necesitados, tantos necesitados... También necesitados de Dios, que tienen hambre —pero no de pan, pues tienen mucho pan— de Dios. Ir allí, para anunciar esta verdad: Jesucristo es el Señor y Él te salva. Pero ir siempre a tocar la carne de Cristo. No se puede predicar un Evangelio puramente intelectual: el Evangelio es verdad, pero es también amor y es también belleza. Esta es la alegría del Evangelio. Esta es precisamente la alegría del Evangelio.

En este camino hemos hecho muchas veces lo mismo que los hermanos de José, cuando los celos y la envidia nos han dividido. Ellos llegaron antes queriendo matar al hermano —Rubén logró salvarlo— y luego venderlo. También el hermano Giovanni ha hablado de esa historia triste. Esa historia triste donde el Evangelio para algunos se vivía como una verdad y no se daban cuenta de que detrás de esa actitud había cosas malas, cosas que no eran del Señor, una mala tentación de división. Esa historia triste, en la cual se hacía lo mismo que hicieron los hermanos de José: la denuncia, las leyes de esta gente: «va contra la pureza de la raza...». Y estas leyes fueron aprobadas por bautizados. Algunos de los que hicieron esta ley y algunos de los que persiguieron y denunciaron a los hermanos pentecostales porque eran «entusiastas», casi «locos», que arruinaban la raza, algunos eran católicos... Yo soy el pastor de los católicos: os pido perdón por esto. Os pido perdón por esos hermanos y hermanas católicos que no comprendieron y fueron tentados por el diablo e hicieron la misma cosa que hicieron los hermanos de José. Pido al Señor que nos dé la gracia de reconocer y perdonar... ¡Gracias!

Luego el hermano Giovanni ha dicho una cosa que comparto totalmente: la verdad es un encuentro, un encuentro entre personas. La verdad no se construye en un laboratorio, se construye en la vida, buscando a Jesús para encontrarlo. Pero el misterio más hermoso, más grande es que cuando encontramos a Jesús nos damos cuenta de que Él nos buscaba antes, que Él nos ha encontrado antes, porque Él llega antes que nosotros. A mí, en español, me gusta decir que el Señor nos primerea. Es una palabra española: nos precede, y siempre nos espera. Él llega antes que nosotros. Y creo que Isaías o Jeremías —lo dudo— dice que el Señor es como la flor del almendro, que es el primero en florecer en primavera. ¡El Señor nos espera! ¿Es Jeremías? Sí. Es el primero que florece en primavera, es siempre el primero.

Este encuentro es hermoso. Este encuentro nos llena de alegría, de entusiasmo. Pensemos en el encuentro de los primeros discípulos, Andrés y Juan. Cuando el Bautista dijo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Y ellos siguieron a Jesús, permanecieron con Él toda la tarde. Luego, al salir, al volver a casa, decían: «Hemos escuchado a un rabino»... ¡No! «¡Hemos encontrado al Mesías!». Estaban entusiasmados. Algunos reían... Pensemos en esa frase: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret». No lo creían. Pero ellos lo habían encontrado. Ese encuentro que transforma; de ese encuentro viene todo. Este es el camino de la santidad cristiana: cada día buscar a Jesús para encontrarlo y cada día dejarse buscar por Jesús y dejarse encontrar por Jesús.

Nosotros estamos en este camino de la unidad, entre hermanos. Alguno se asombrará: «El Papa visitó a los evangélicos». ¡Fue a encontrarse con los hermanos! ¡Sí! Porque —y esto que diré es verdad— son ellos los que vinieron primero a verme a mí a Buenos Aires. Y aquí hay un testigo: Jorge Himitian puede contar la historia de cuando vinieron, se acercaron... Y así comenzó esta amistad, esta cercanía entre los pastores de Buenos Aires, y hoy aquí. Os agradezco mucho. Os pido que recéis por mí, lo necesito... para que al menos no sea tan malo. ¡Gracias!

 



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