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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL CHAD,
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 2 de octubre de 2014

 

Queridos hermanos obispos:

Es una gran alegría acogeros en el Vaticano con ocasión de vuestra visita ad limina. Agradezco cordialmente a monseñor Jean Claude Bouchard, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que me ha dirigido. Esta peregrinación regular de los obispos de todo el mundo a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo es una ocasión particularmente significativa para vivir la colegialidad. No solo muestra y fortalece los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro, sino que también recuerda la solicitud fraterna que cada obispo debe tener por las demás Iglesias particulares, sobre todo por las que se encuentran en el mismo país. Expreso mis mejores deseos de que volváis a vuestras diócesis fortalecidos en la convicción de que no estáis solos en vuestra difícil y exigente misión, sino que junto a vosotros tenéis a hermanos y hermanas que comparten la misma preocupación de anunciar el Evangelio y servir a la Iglesia en Chad, y también la certeza de que el Papa, con toda la Iglesia universal, os recuerda en su oración y os anima en vuestro ministerio.

Ante todo, quiero agradeceros la obra de evangelización que estáis realizando. Vuestras comunidades están creciendo no sólo en el plano numérico, sino también en la calidad y en el vigor de su compromiso. En verdad, me alegro por el trabajo realizado en los ámbitos de la educación, la salud y el desarrollo. Por lo demás, las autoridades civiles están muy agradecidas con la Iglesia católica por su aportación al conjunto de la sociedad chadiana. Os animo a perseverar en este camino, puesto que hay un vínculo íntimo entre evangelización y promoción humana, vínculo que debe expresarse y desarrollarse en toda la acción evangelizadora (cf. Evangelii gaudium, 178). El servicio a los pobres y a los más débiles es dar verdadero testimonio de Cristo, que se hizo pobre para acercarse a nosotros y salvarnos. Las congregaciones religiosas, así como los laicos que trabajan con ellas, tienen un papel considerable en este ámbito, por lo cual les estamos muy agradecidos.

Es verdad, sin embargo, que este compromiso en las obras sociales no podrá agotar por sí solo toda la acción evangelizadora; una profundización y una raigambre de la fe en el corazón de los fieles —que se traduzcan en un auténtico camino espiritual y sacramental— son indispensables para que ella sea capaz de resistir a las pruebas, hoy numerosas, y para que el comportamiento de los fieles se adapte cada vez más a las exigencias del Evangelio, permitiéndoles progresar en una santidad auténtica. Esto es particularmente cierto en un país donde el peso de algunas tradiciones culturales es muy fuerte, donde propuestas religiosas más fáciles en el plano moral aparecen por doquier, y donde la secularización comienza a hacerse sentir.

Es oportuno, pues, que los fieles se formen sólidamente desde el punto de vista doctrinal y espiritual. Y el primer ámbito de esta formación es, indudablemente, la catequesis. Os invito, con renovado espíritu misionero, a actualizar los métodos catequísticos utilizados en vuestras diócesis. Por un lado, lo que es bueno en vuestras tradiciones culturales se debe tener en consideración y valorar —puesto que Cristo no vino para destruir las culturas sino para perfeccionarlas (cf. Audiencia general, 20 de agosto de 2014)—; por otro, lo que no es cristiano se debe denunciar lo más claramente posible. Al mismo tiempo, es indispensable velar por la exactitud y la exhaustividad del contenido doctrinal de estos itinerarios. Dicho contenido se expresa con claridad en el Catecismo de la Iglesia católica, al que deben referirse todos los itinerarios de formación.

La preocupación por una catequesis de calidad plantea necesariamente la cuestión de la formación de los catequistas. Son muy numerosos en vuestras diócesis y su papel es insustituible en el anuncio de la fe. Os pido que les transmitáis mi más profundo aliento. El catequista debe formarse oportunamente no solo desde el punto de vista intelectual —algo absolutamente indispensable—, sino también humano y espiritual para que, como verdadero testigo de Cristo, su enseñanza dé realmente fruto. ¿Acaso cada diócesis debería dotarse de un centro de formación destinado a los catequistas, que podría ser útil, más en general, para la formación permanente de los laicos? De hecho, el trabajo de evangelización entre los fieles ha de ser retomado y profundizado continuamente.

Esto también vale para las familias, que son «la célula vital de la sociedad y de la Iglesia» (Africae munus, 42) y que hoy se encuentran muy debilitadas. Os recomiendo —pero sé que ya lo hacéis— prestarles una atención particular; necesitan vuestra orientación, vuestra enseñanza, vuestra protección. Y, en el seno de la familia, es importante que el papel y la dignidad de la mujer se valoricen, para dar un testimonio elocuente del Evangelio. Es oportuno, pues, que en este ámbito «los comportamientos dentro de la Iglesia sean un modelo para el conjunto de la sociedad» (Africae munus, 56). En fin, la fecundidad y la solidez de la evangelización dependen naturalmente de la calidad del clero. Dirijo a todos los sacerdotes mi más afectuoso saludo. Es verdad, su tarea es difícil, realizada a veces en condiciones de indigencia y de soledad. Para apoyarlos en su misión, y para que su ministerio entre los fieles sea fecundo, es menester cuidar de modo particular su formación en los seminarios. Sé qué inversión —en dinero y en personas— representa para una diócesis. Pero os recomiendo vivamente actuar de manera concreta para designar y formar a profesores estables y competentes. No dudéis en comprometeros personalmente, visitando vosotros mismos los seminarios, mostrándoos cercanos a los profesores y a los seminaristas, para conocer mejor las riquezas y las lagunas de la formación, para consolidar unas y remediar otras.

En cuanto a la formación permanente del clero, a nivel diocesano, para que todos puedan participar en ella, es necesario ciertamente retomar y recordar las exigencias de la vida sacerdotal en cada uno de sus aspectos —espiritual, intelectual, moral, pastoral, litúrgico…—, así como suscitar una fraternidad sacerdotal sincera y entusiasta.

Queridos hermanos obispos: la Iglesia en Chad, a pesar de su vitalidad y su desarrollo, es muy minoritaria en medio de un pueblo de mayoría musulmana y que en parte aún está apegado a sus cultos tradicionales. Os animo a esforzaros para que la Iglesia, que es respetada y escuchada, conserve todo el lugar que le corresponde en la sociedad chadiana, de la que ha llegado a ser un elemento estructurante, incluso allí donde es minoritaria. En semejante contexto, no puedo dejar de alentaros a desarrollar el diálogo interreligioso, iniciado tan felizmente por el fallecido arzobispo de Yamena, monseñor Mathias N’Gartéri Mayadi, que se dedicó mucho a promover la coexistencia entre las diversas comunidades religiosas. Pienso que hay que proseguir con semejantes iniciativas para desalentar el desarrollo de la violencia, de la que son víctimas los cristianos en algunos países cercanos al vuestro. Además, es muy importante mantener las buenas relaciones establecidas con las autoridades civiles, que permitieron recientemente la firma de un Acuerdo-marco entre la Santa Sede y la República de Chad, el cual, una vez ratificado, ayudará mucho a la misión de la Iglesia. ¡Ojalá que pongáis en marcha plenamente dicho Acuerdo para mayor difusión del Evangelio!

Con esta esperanza, encomendándoos a todos vosotros, así como a los sacerdotes, las personas consagradas, los catequistas y todos los fieles laicos de vuestras diócesis a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y a la intercesión de san Juan Pablo II, os imparto de todo corazón la bendición apostólica.

 



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