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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD MAR DINKHA IV,
CATHOLICÓS PATRIARCA DE LA IGLESIA ASIRIA DE ORIENTE

Jueves 2 de octubre de 2014 

 

Santidad,
amados hermanos en Cristo:

Es para mí un momento de gracia y de verdadera alegría poderos acoger aquí, ante la tumba del apóstol Pedro. Con afecto doy la bienvenida a Vuestra Santidad y también le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los distinguidos miembros de su delegación. A través de vosotros, saludo en el Señor a los obispos, al clero y a los fieles de la Iglesia asiria de Oriente. Con las palabras del apóstol Pablo, rezo para que «la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4, 7).

Nuestro encuentro está marcado por el sufrimiento que compartimos por las guerras que se están librando en diversas regiones de Oriente Medio y, en particular, por la violencia que se está cometiendo contra los cristianos y los miembros de otras minorías religiosas, especialmente en Irak y en Siria. ¡Cuántos hermanos y hermanas nuestros están sufriendo persecución diaria! Cuando pensamos en su sufrimiento, vamos espontáneamente más allá de las distinciones de rito o de confesión: en ellos está el cuerpo de Cristo que, aún hoy, es herido, golpeado, humillado. No existen razones religiosas, políticas o económicas que puedan justificar lo que le está sucediendo a centenares de miles de hombres, mujeres y niños inocentes. Nos sentimos profundamente unidos en la oración de intercesión y en la acción de caridad por estos miembros del cuerpo de Cristo que están sufriendo.

Santidad: Vuestra visita es un ulterior paso por el camino de una creciente cercanía y comunión espiritual entre nosotros, después de las amargas incomprensiones de los siglos pasados. Hace ya veinte años, la Declaración cristológica común firmada por usted y por mi predecesor, el Papa san Juan Pablo II, constituyó una piedra miliar de nuestro camino hacia la comunión plena. Con ella reconocimos que confesamos la única fe de los Apóstoles, la fe en la divinidad y en la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, unidas en una única persona, sin confusión ni cambio, sin división ni separación. Para usar las palabras de ese documento histórico, «confesamos juntos la misma fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros para que nosotros, por medio de su gracia, llegáramos a ser hijos de Dios». Deseo asegurarle mi compromiso personal en seguir caminando a lo largo de esta senda, profundizando ulteriormente las relaciones de amistad y de comunión que existen entre la Iglesia de Roma y la Iglesia asiria de Oriente.

Acompaño con la oración el trabajo de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria de Oriente para que, gracias a él, llegue pronto el día bendito en que podamos celebrar en el mismo altar el sacrificio de alabanza, por el que seremos uno en Cristo. En espera de ese día, sentimos que caminamos juntos en presencia del Señor, así como hizo nuestro padre Abraham en su peregrinación de fe hacia la Tierra prometida, conscientes de que, aunque la meta parece lejana y solo podemos gustarla en la esperanza, es don prometido por el Señor y, por tanto, no dejará de manifestarse. Lo que ya nos une es mucho más que lo que nos separa, por este motivo nos sentimos impulsados por el Espíritu a intercambiar desde ahora los tesoros espirituales de nuestras tradiciones eclesiales, para vivir como verdaderos hermanos, compartiendo los dones que el Señor no cesa de otorgar a nuestras Iglesias como signo de su bondad y misericordia.

Santidad: Le agradezco su visita e invoco sobre usted, sobre el clero y sobre los fieles encomendados a su cuidado pastoral, por intercesión de la Santísima Madre de Dios, la abundancia de las bendiciones divinas.

 



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