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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BENÍN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 27 de abril de 2015

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Queridos hermanos obispos:

Me alegra mucho acogeros con ocasión de vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. Saludo cordialmente a monseñor Antoine Ganyé, presidente de vuestra Conferencia, y le agradezco sus palabras. Deseo que vuestra visita a Roma sea para vosotros un momento de profundo y tranquilo regreso a las fuentes espirituales, os brinde la oportunidad de dar gracias por el hermoso trabajo realizado en vuestras diócesis para el anuncio del Evangelio, y os ofrezca las ayudas necesarias para perseverar en vuestra misión de pastores. Nuestro encuentro manifiesta la comunión fraterna que existe entre todos los obispos, y con aquel que preside esta comunión: el sucesor de Pedro. Expreso el deseo de que, una vez que hayáis vuelto a vuestras diócesis, tengáis presente esta realidad profunda y sobrenatural: jamás estáis solos. Todos estamos unidos al servicio de un único Señor.

Ante todo, deseo dar gracias al Señor por el progreso que concede, a través del ejercicio de vuestro ministerio, a la Iglesia que está en Benín. Dais testimonio de un hermoso entusiasmo en la expresión visible de la fe del pueblo de Dios. La vida parroquial es animada, los fieles participan en gran número en las celebraciones, las conversiones a Cristo son numerosas, así como las vocaciones sacerdotales y religiosas. Sin embargo, tenéis razón en destacar en vuestros informes que dicha fe, cada vez más difundida, a veces es superficial y carente de solidez. Por lo tanto, es importante que el deseo de un conocimiento profundo del misterio cristiano no sea prerrogativa de una élite, sino que anime a todos los fieles, puesto que todos están llamados a la santidad. Esto es esencial para que la Iglesia en Benín pueda resistir y vencer los vientos contrarios que se levantan por doquier en el mundo y que no dejarán de soplar en vuestra tierra. Sé que estáis vigilantes ante las múltiples agresiones ideológicas y mediáticas. El espíritu del secularismo también está obrando en vuestro país, aunque esto sea aún poco visible. Sólo una fe radicada profundamente en el corazón de los fieles, y vivida concretamente, permitirá afrontar todo esto.

En particular, pienso en los desafíos más grandes que se refieren a la familia y a los que el próximo Sínodo, en Roma, intentará responder. Os agradezco vuestras oraciones en este sentido, y vuestras oraciones por mí; también os agradezco la movilización de la que estáis dando muestra, con vuestras diócesis, para participar en esta reflexión tan importante. No puedo menos que alentaros a proseguir con determinación los esfuerzos emprendidos para sostener a las familias, tanto en su fe como en su vida cotidiana. Sé que la pastoral del matrimonio sigue siendo difícil, teniendo en cuenta la situación concreta, social y cultural, de vuestro pueblo. Pero no hay que descorazonarse, sino perseverar sin pausa, puesto que la familia que la Iglesia católica defiende es una realidad querida por Dios; es un don de Dios que aporta, a las personas así como a la sociedad, alegría, paz, estabilidad y felicidad. La puesta en juego es importante, dado que, siendo la familia la célula básica tanto de la sociedad como de la Iglesia, dentro de ella se transmiten los valores humanos y evangélicos auténticos: «La misión educativa de la familia cristiana [es]… un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y… escuela de los seguidores de Cristo» (Familiaris consortio, 39).

Otro desafío importante que afrontáis con atención se refiere a los jóvenes y a la educación. En vuestras diócesis habéis abierto numerosas escuelas católicas, y los jóvenes están bien insertados en los movimientos. Este esfuerzo ha de proseguir sin pausa, dado que la formación integral, tanto humana como espiritual de las jóvenes generaciones, es importante para el futuro de la sociedad a la que podrán aportar su valiosa contribución, sobre todo en materia de solidaridad, justicia y respeto por el otro. De hecho, es necesario favorecer en vuestro país —naturalmente sin renunciar para nada a la verdad revelada por el Señor— el encuentro entre las culturas, así como el diálogo entre las religiones, en particular con el islam. Es sabido que Benín es un ejemplo de armonía entre las religiones presentes en su territorio. Es necesario estar vigilantes, teniendo en cuenta el actual clima mundial para conservar esta frágil herencia. Me alegra particularmente la reciente celebración, presidida por el cardenal Tauran, de un congreso internacional sobre el diálogo interreligioso, que todos apreciaron.

Por lo tanto, favoreciendo la concordia y la justicia, vuestras Iglesias locales, queridos hermanos, tienen un papel de primer orden por desempeñar con vistas al progreso de vuestro país. Pero ese papel lo desempeñan también a través de las obras sanitarias y de promoción humana. ¡Cuánto trabajo realizado en nombre del Evangelio en vuestras diócesis! Mientras la crisis económica mundial afecta a un gran número de países, es oportuno ir valientemente contra la corriente, luchando contra la cultura del «descarte» generalizada por doquier (cf. Evangelii gaudium, 53) y difundiendo los valores evangélicos de la acogida y del encuentro. «El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia» (Evangelii gaudium, 179). Sin embargo, es preciso tener bien presente que las obras realizadas por la Iglesia tienen una especificidad que debe identificarse claramente: no se trata nunca de una simple asistencia social, sino de la manifestación de la ternura y la misericordia de Jesús mismo, que se inclina sobre las heridas y las debilidades de sus hermanos. Es así como la alegría del Evangelio se anuncia del modo más eficaz a los hombres. Dirijo un caluroso agradecimiento a todos los que participan en ellas, sean sacerdotes, fieles laicos o bien religiosos y religiosas. Invito a estos últimos a vivir intensamente el Año de la vida consagrada, para que arraiguen aún más profundamente su vida y sus acciones en Cristo Jesús. Es así como podrán amar en la verdad y la misericordia a toda persona que encuentren en el camino, porque habrán aprendido de Él qué es el amor y cómo amar: sabrán amar, porque tendrán su mismo corazón (cf. Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la vida consagrada, 21 de noviembre de 2014).

También quiero rendir homenaje al generoso compromiso de los sacerdotes al servicio de la buena nueva. El Señor bendice vuestras comunidades con el florecimiento de numerosas vocaciones sacerdotales. La formación en el seminario es determinante para el futuro, e invito a los pastores a vigilar sobre el equilibrio de esta última, que debe ser siempre tanto humana, espiritual y comunitaria, como intelectual. El obispo debe ser un padre para sus sacerdotes, favorecer la comunión y la fraternidad en el seno de la familia sacerdotal, cuidar de cuantos se encuentran en dificultad, de los más frágiles, en particular, de los jóvenes que deben ser mayormente acompañados. Por lo demás, puesto que las vocaciones no faltan, estad dispuestos a compartir generosamente vuestros recursos con las Iglesias de otras regiones, que carecen de ellos. Pero cuando enviéis a sacerdotes para estudiar o en misión externa, es oportuno hacerlo con discernimiento, no olvidando las necesidades de vuestras Iglesias mismas.

Queridos hermanos obispos: La Iglesia en Benín tiene buenas relaciones con las autoridades civiles. La voz de la Iglesia se escucha y su acción se aprecia. Os invito a seguir ocupando todo vuestro lugar en la vida pública del país, especialmente en estos tiempos. Sé que estáis comprometidos en un constante trabajo para promover las relaciones entre los diversos componentes de la sociedad. Os invito a perseverar en este camino, prestando atención a no entrar directamente en el juego político ni en las disputas de partido. La gestión de los asuntos públicos corresponde a los laicos, mientras que vosotros tenéis el deber importante de formar y animar constantemente.

Que la Virgen María os sostenga e ilumine en vuestro ministerio y os conduzca a vosotros, así como a vuestros sacerdotes, las personas consagradas, los catequistas y todos los laicos de vuestras diócesis, a su Hijo Jesús. A todos imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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