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VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A ECUADOR, BOLIVIA Y PARAGUAY

(5-13 DE JULIO DE 2015)

ENCUENTRO CON LA SOCIEDAD CIVIL

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Iglesia de San Francisco, Quito (Ecuador)
Martes 7 de julio de 2015

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Queridos amigos:

Buenas tardes. Y perdonen si me pongo de costado, pero necesito la luz sobre el papel. No veo bien. Me alegra poder estar con ustedes, hombres y mujeres que representan y dinamizan la vida social, política y económica del País.

Justo antes de entrar en la Iglesia, el Señor Alcalde me ha entregado las llaves de la ciudad. Así puedo decir que aquí, en San Francisco de Quito, soy de casa. Ese símbolo, que es muestra de confianza y cariño, al abrirme las puertas, me permite presentarles algunas claves de la convivencia ciudadana a partir de este ser de casa, es decir, a partir de la experiencia de la vida familiar.

Nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. Me viene a la mente la imagen de esas madres o esposas. Las he visto en Buenos Aires haciendo colas los días de visita para entrar a la cárcel, para ver a su hijo o a su esposo que no se portó bien, por decirlo en lenguaje sencillo, pero no los dejan porque siguen siendo de casa. Cómo nos enseñan esas mujeres. En la sociedad, ¿no debería suceder también lo mismo? Y, sin embargo, nuestras relaciones sociales o el juego político en el sentido más amplio de la palabra –no olvidemos que la política, decía el beato Pablo VI, es una de las formas más altas de la caridad–, muchas veces este actuar nuestro se basa en la confrontación, que produce descarte. Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme, de descartarlo. Así vamos construyendo una cultura del descarte que hoy día ha tomado dimensiones mundiales, de amplitud. ¿Eso es ser familia? En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete? ¿Amamos nuestro país, la comunidad que estamos intentando construir? ¿La amamos sólo en los conceptos disertados, en el mundo de las ideas? San Ignacio –permítanme el aviso publicitario-, san Ignacio nos decía en los Ejercicios que el amor se muestra más en las obras que en las palabras. ¡Amémosla a la sociedad en las obras más que en las palabras! En cada persona, en lo concreto, en la vida que compartimos. Y además nos decía que el amor siempre se comunica, tiende a la comunicación, nunca al aislamiento. Dos criterios que nos pueden ayudar a mirar la sociedad con otros ojos. No solo a mirarla, sino a sentirla, a pensarla, a tocarla, a amasarla.

A partir de este afecto, irán surgiendo gestos sencillos que refuercen los vínculos personales. En varias ocasiones me he referido a la importancia de la familia como célula de la sociedad. En el ámbito familiar, las personas reciben los valores fundamentales del amor, la fraternidad y el respeto mutuo, que se traducen en valores sociales esenciales, y son la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad. Entonces, partiendo de este ser de casa, mirando la familia, pensemos en la sociedad a través de estos valores sociales que mamamos en casa, en la familia: la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad.

La gratuidad: para los padres, todos sus hijos, aunque cada uno tenga su propia índole, son igual de queribles. En cambio, el niño, cuando se niega a compartir lo que recibe gratuitamente de ellos, de los padres, rompe esta relación o entra en crisis, fenómeno más común. Las primeras reacciones, que a veces suelen ser anteriores a la autoconciencia de la madre, empiezan cuando la madre está embarazada: el chico empieza con actitudes raras, empieza a querer romper, porque su psiquis le prende el semáforo rojo: cuidado que hay competencia, cuidado que ya no sos el único. Curioso. El amor de los padres lo ayuda a salir de su egoísmo para que aprenda a convivir con el que viene y con los demás, que aprenda a ceder, para abrirse al otro. A mí me gusta preguntarle a los chicos: “Si tenés dos caramelos y viene un amigo, ¿qué hacés?” Generalmente, me dicen: “Le doy uno”. Generalmente. “Y si tenés un caramelo y viene tu amigo, ¿qué hacés?” Ahí dudan. Y van desde el “se lo doy”, “lo partimos”, al “me lo meto en el bolsillo”. Ese chico que aprende a abrirse al otro. En el ámbito social, esto supone asumir que la gratuidad no es complemento sino requisito necesario para la justicia. La gratuidad es requisito necesario para la justicia. Lo que somos y tenemos nos ha sido confiado para ponerlo al servicio de los demás –gratis lo recibimos, gratis lo damos–. Nuestra tarea consiste en que fructifique en obras de bien. Los bienes están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, que es lícito, pesa sobre ellos una hipoteca social. Siempre. Se supera así el concepto económico de justicia, basado en el principio de compraventa, con el concepto de justicia social, que defiende el derecho fundamental de la persona a una vida digna. Y, siguiendo con la justicia, la explotación de los recursos naturales, tan abundantes en el Ecuador, no debe buscar beneficio inmediato. Ser administradores de esta riqueza que hemos recibido nos compromete con la sociedad en su conjunto y con las futuras generaciones, a las que no podremos legar este patrimonio sin un adecuado cuidado del medio ambiente, sin una conciencia de gratuidad que brota de la contemplación del mundo creado. Nos acompañan aquí hoy hermanos de pueblos originarios provenientes de la amazonía ecuatoriana. Esa zona es de las “más ricas en variedad de especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva… Requiere un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial, pues tiene una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente. Pero, cuando es quemada, cuando es arrasada para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos (cf.LS 37-38). Y ahí Ecuador –junto a los otros países con franjas amazónicas– tiene una oportunidad para ejercer la pedagogía de una ecología integral. ¡Nosotros hemos recibido como herencia de nuestros padres el mundo, pero también recordemos que lo hemos recibido como un préstamo de nuestros hijos y de las generaciones futuras a las cuales lo tenemos que devolver! Y mejorado. ¡Y esto es gratuidad!

De la fraternidad vivida en la familia, nace ese segundo valor, la solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar al necesitado, sino en ser responsables los unos a los otros. Si vemos en el otro a un hermano, nadie puede quedar excluido, nadie puede quedar apartado.

El Ecuador, como muchos pueblos latinoamericanos, experimenta hoy profundos cambios sociales y culturales, nuevos retos que requieren la participación de todos los actores sociales. La migración, la concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que constituyen una amenaza a la convivencia social. Las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades. La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas macroeconómicas, crear un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado. Si no hay solidaridad esto es imposible. Me referí a los jóvenes y me referí a la falta de trabajo. Mundialmente es alarmante. Países europeos, que estaban en primera línea hace décadas, hoy están sufriendo en la población juvenil –de veinticinco años hacia abajo– un cuarenta, un cincuenta por ciento de desocupación. Si no hay solidaridad eso no se soluciona. Les decía a los salesianos: “¡Ustedes que Don Bosco los creó para educar, hoy educación de emergencia para esos jóvenes que no tienen trabajo!”. ¿Por qué? Emergencia para prepararlos a pequeños trabajos que le otorguen la dignidad de poder llevar el pan a casa. A estos jóvenes desocupados que son los que llamamos los “ni ni” –ni estudian ni trabajan–, ¿qué horizontes les queda? ¿Las adicciones, la tristeza, la depresión, el suicidio –no se publican íntegramente las estadísticas de suicidio juvenil– o enrolarse en proyectos de locura social, que al menos le presenten un ideal? Hoy se nos pide cuidar, de manera especial, con solidaridad, este tercer sector de exclusión de la cultura del descarte. Primero son los chicos, porque o no se los quiere –hay países desarrollados que tienen natalidad casi cero por cien–, o no se los quiere o se los asesina antes de que nazcan. Después los ancianos, que se los abandona y se los va dejando y se olvida que son la sabiduría y la memoria de su pueblo. Se los descarta. Ahora le tocó el turno a los jóvenes. ¿A quién le queda lugar? A los servidores del egoísmo, del dios dinero que está al centro de un sistema que nos aplasta a todos.

Por último, el respeto del otro que se aprende en la familia se traduce en el ámbito social en la subsidiariedad. O sea, gratuidad, solidaridad, subsidiariedad. Asumir que nuestra opción no es necesariamente la única legítima es un sano ejercicio de humildad. Al reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones, vemos la riqueza que entraña la diversidad y el valor de la complementariedad. Los hombres, los grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a veces suponga cometer errores. En el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a promover a cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y contribuir desde su especificidad al bien común. El diálogo es necesario, es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico. En una democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos son protagonistas, son protagonistas imprescindibles en ese diálogo, no son espectadores. Las paredes, patios y claustros de este lugar lo dicen con mayor elocuencia: asentado sobre elementos de la cultura incaica y caranqui, la belleza de sus proporciones y formas, el arrojo de sus diferentes estilos combinados de modo notable, las obras de arte que reciben el nombre de “escuela quiteña”, condensan un extenso diálogo, con aciertos y errores, de la historia ecuatoriana. El hoy está lleno de belleza y, si bien es cierto que en el pasado ha habido torpezas y atropellos –¿cómo negarlo? incluso en nuestras historias personales, ¿cómo negarlo?–, podemos afirmar que la amalgama irradia tanta exuberancia que nos permite mirar el futuro con mucha esperanza.

También la Iglesia quiere colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales, educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados. Muchos me preguntarán: “Padre, ¿por qué habla tanto de los necesitados, de las personas necesitadas, de las personas excluidas, de las personas al margen del camino?”. Simplemente porque esta realidad y la respuesta a esta realidad está en el corazón del Evangelio. Y precisamente porque la actitud que tomemos frente a esta realidad está inscrita en el protocolo sobre el cual seremos juzgados, en Mateo 25.

Muchas gracias por estar aquí, por escucharme; les pido, por favor, que lleven mis palabras de aliento a los grupos que ustedes representan en las diversas esferas sociales. Que el Señor conceda a la sociedad civil que ustedes representan ser siempre ese ámbito adecuado donde se viva en casa, donde se vivan estos valores de la gratuidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad. Muchas gracias.

 



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