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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON NIÑOS Y JÓVENES DE LAS ESCUELAS ITALIANAS
QUE PARTICIPAN EN LA MANIFESTACIÓN ORGANIZADA POR "LA FÁBRICA DE LA PAZ"

Aula Pablo VI
Lunes 11 de mayo de 2015

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DIÁLOGO DEL PAPA CON LOS NIÑOS PRESENTES EN EL ENCUENTRO 

Queridos niños, ¡buenos días!

Y queridos no-niños, ¡buenos días!

He escuchado las preguntas que me habéis presentado. Las escribí aquí. Son 13. ¡Habéis sido geniales formulando las preguntas! Hablaré a partir de las preguntas que me habéis hecho.

Chiara: «Peleo a menudo con mi hermana. ¿Tú has peleado con tu familia?».

Es una pregunta real. Me veo tentado de hacer esta pregunta: Levante la mano quien nunca ha peleado con un hermano o con alguien de la familia, pero nunca... Todos lo hemos hecho. Forma parte de la vida, porque «yo quiero hacer un juego», el otro quiere hacer otro juego, y luego peleamos. Pero al final lo importante es construir la paz. Sí, peleamos, pero no terminar el día sin hacer las paces. Tener siempre esto en la mente. A veces yo tengo razón, el otro se ha equivocado, ¿cómo voy a pedir disculpas? No pido disculpas, pero realizo un gesto, y la amistad continúa. Esto es posible: no permitir que el hecho de haber peleado se extienda hasta el día siguiente. Esto es feo. No acabar el día sin hacer las paces. También yo he peleado muchas veces, también ahora. Me altero un poco, pero busco siempre hacer las paces juntos. Es humano pelear. Lo importante es que no se persista, que después haya paz. ¿Entendido?

Segunda: «Quisiera recitar una poesía al Papa. El título de la poesía es “La paz se construye”».

Es verdad, la paz se construye cada día. No quiere decir que no existan guerras. Con dolor existirán las guerras... Pensemos que un día no habrá guerras, ¿y luego?, para no caer en otra guerra se construye la paz cada día. La paz no es un producto industrial: la paz es un producto artesanal. Se construye cada día con nuestro trabajo, con nuestra vida, con nuestro amor, con nuestra cercanía, con nuestro querernos mutuamente. ¿Entendido? ¡La paz se construye cada día!

«Santidad, ¿no se cansa de estar en medio de tanta gente? ¿No quisiera un poco de paz?».

Yo, muchas veces, quisiera un poco de tranquilidad, descansar un poco más. Esto es verdad. Pero estar con la gente no quita la paz. Sí, hay ruido, bullicio, hay movimiento. Pero esto no quita la paz. Lo que quita la paz es el hecho de no querernos. ¡Eso quita la paz! Lo que quita la paz son los celos, las envidias, la avaricia, tomar las cosas de los demás: eso quita la paz. Pero estar con la gente es hermoso, no quita la paz. Cansa un poco porque uno se cansa, yo no soy un jovencito... Pero no quita la paz.

Cuarta pregunta, de un niño egipcio. «Querido Papa, nosotros venimos de países pobres y con guerras. La escuela nos ayuda mucho. ¿Por qué las personas poderosas no ayudan a la escuela?».

¿Por qué las personas poderosas no ayudan a la escuela? Se puede incluso hacer la pregunta un poco más amplia: ¿por qué tantas personas poderosas no quieren la paz? ¡Porque viven de las guerras! La industria de las armas: ¡esto es grave! Los poderosos, algunos poderosos, obtienen beneficios con la fabricación de armas, y venden las armas a este país que está contra aquel otro, y luego las venden al otro que es contrario a este... Es la industria de la muerte. Y tienen ganancias. Vosotros sabéis que la avaricia nos hace mucho mal: el deseo de tener más, más, más dinero. Cuando vemos que todo gira alrededor del dinero —el sistema económico gira en torno al dinero y no en torno a la persona, al hombre, a la mujer, sino al dinero— se sacrifica mucho y se declara la guerra por defender el dinero. Y por eso mucha gente no quiere la paz. Se gana más con la guerra. Se gana dinero, pero se pierden vidas, se pierde la cultura, se pierde la educación, se pierden muchas cosas. Es por esto que no la quieren. Un sacerdote anciano que conocí hace años decía esto: el diablo entra a través de la billetera. Por la codicia. Y por eso no quieren la paz.

Rafael, me ha conmovido mucho lo que has dicho (lo dice en español). Me sentí conmovido. Tu pregunta la hiciste en español. Quisieras saber: «¿Existe alguna razón por la cual un niño, sin hacer nada malo, pueda venir al mundo, nacer, con los problemas que yo he tenido? ¿Qué me sugiere que puedo hacer a fin de que los niños como yo no sufran?».

Esta pregunta es una de las más difíciles de responder. ¡No hay respuesta! Hubo un gran escritor ruso, Dostoyevski, que había planteado la misma pregunta: ¿por qué sufren los niños? Sólo se puede elevar los ojos al cielo y esperar respuestas que no se encuentran. No hay respuestas para esto, Rafael. En cambio, sí existen para la segunda parte: «¿Qué puedo hacer yo para que un niño no sufra o sufra menos?». Estar cerca de él. Que la sociedad trate de tener centros de atención, de curación, centros también de ayuda paliativa para que no sufran los niños; que desarrolle la educación de los niños con enfermedades. Se debe trabajar mucho. A mí no me gusta decir —por ejemplo— que un niño es discapacitado. ¡No! Este niño tiene una habilidad diferente, una habilidad diferente. No es discapacitado. Todos tenemos habilidad, todos. Todos tienen la capacidad de darnos algo, de hacer algo. A la primera pregunta no respondí; a la segunda sí.

«Querido Papa, ¿hay posibilidad de perdón para quién ha hecho cosas malas?».

Escuchad bien esto: ¡Dios perdona todo! ¿Entendido? Somos nosotros los que no sabemos perdonar. Somos nosotros los que no encontramos caminos de perdón, muchas veces por incapacidad o porque —la niña que hizo esta pregunta tiene al papá en la cárcel— es más fácil llenar las cárceles que ayudar a seguir adelante a quien se ha equivocado en la vida. ¿El camino más fácil? Vamos a la cárcel. Y no hay perdón. El perdón, ¿qué significa? ¿Has caído? ¡Levántate! Yo te ayudaré a levantarte, a reinsertarte en la sociedad. Siempre está el perdón y nosotros debemos aprender a perdonar, pero así: ayudando a reinsertar a quien se equivocó. Hay una hermosa canción que cantan los Alpinos. Dice más o menos así: «En el arte de subir, la victoria no está en no caer, sino en no permanecer caído». Todos caemos, todos nos equivocamos. Pero nuestra victoria ante nosotros mismos y ante los demás —para nosotros mismos— es no permanecer «caídos» y ayudar a los demás a no permanecer «caídos». Y esto es un trabajo muy difícil, porque es más fácil descartar de la sociedad a una persona que ha cometido un gran error y condenarlo a muerte, encerrándolo en cadena perpetua... El trabajo debe ser siempre el de reintegrar, no permanecer «caídos».

Esta es una hermosa pregunta: «Y si una persona no quiere hacer las paces contigo, ¿tú qué harías?».

Ante todo el respeto por la libertad de la persona. Si esta persona no quiere hablar conmigo, no quiere hacer las paces conmigo, tiene dentro de sí, no digo odio, pero un sentimiento en contra de mí... ¡Respetar! Rezar, pero nunca, nunca, vengarse. ¡Jamás! Respeto. Tú no quieres hacer las paces conmigo, yo hice todo lo posible por hacerlo, pero respeto esta elección tuya. Debemos aprender el respeto. En el trabajo artesanal de construir la paz, el respeto hacia las personas está siempre, siempre, en el primer lugar. ¿Entendido? ¡El respeto!

Y un joven detenido en Casal del Marmo hace esta pregunta: «La respuesta a los jóvenes como yo a menudo es la cárcel. ¿Usted está de acuerdo?».

No. No estoy de acuerdo. Repito lo que he dicho: es la ayuda a levantarte de nuevo, a reinsertarte, con la educación, con el amor, con la cercanía. Pero la solución de la cárcel es lo más cómodo para olvidar a los que sufren. Os doy un consejo: cuando os dicen que alguien está en la cárcel, que ese otro está en la cárcel, que otro también está en la cárcel, decíos a vosotros mismos: «También yo puedo cometer los mismos errores que cometió él». Todos podemos cometer los errores más graves. ¡No condenar jamás! Ayudar siempre a levantarse de nuevo y a reinsertarse en la sociedad.

«Querido Papa, tengo nueve años y siempre escucho hablar de la paz. Pero, ¿qué es la paz? ¿Me lo puedes explicar? Aprovecho para decirte que en septiembre iré a Lourdes con UNITALSI. ¿Por qué no vienes y conduces el tren, así no llegamos con retraso?».

Has estado genial. ¡Genial! La paz es ante todo que no haya guerras, pero también que haya alegría, amistad entre todos, que cada día se dé un paso hacia adelante en favor de la justicia, para que no haya niños que pasen hambre, para que no haya niños enfermos que no tengan la posibilidad de ser ayudados en su salud... Hacer todo esto es construir la paz. La paz es un trabajo, no es una forma de estar tranquilos... ¡No, no! La paz auténtica es trabajar para que todos encuentren solución a los problemas, a las necesidades, que tienen en su tierra, en su patria, en su familia, en su sociedad. Así se construye la paz —como he dicho— «artesanal».

Tú: «Querido Papa, ¿cómo puede ayudarnos la religión en la vida?».

La religión nos ayuda porque nos hace caminar en presencia de Dios; nos ayuda porque nos da los Mandamientos, las Bienaventuranzas; sobre todo nos ayuda —todas las religiones, porque todos tienen un mandamiento que es común— a amar al prójimo. Y este «amar al prójimo» nos ayuda a todos para la paz. Nos ayuda a todos a construir la paz, a seguir adelante en la paz. Nos ayuda a todos.

«Papa, según tu opinión, ¿seremos un día todos iguales?».

A esta pregunta se puede responder de dos formas: todos somos iguales —¡todos!—, pero no nos reconocen esta verdad, no nos reconocen esta igualdad, y por ello algunos son más —digamos la palabras, pero entre comillas— felices que los demás. ¡Pero esto no es un derecho! ¡Todos tenemos los mismos derechos! Cuando no se ve esto, esa sociedad es injusta. No vive según la justicia. Y donde no hay justicia, no puede estar presente la paz. ¿Entendido? Lo decimos juntos, veamos si sois capaces, me gustaría repetirlo juntos más de una vez... Estad atentos, es así: «¡Donde no hay justicia, no hay paz!»... ¡Todos!

[lo repiten más veces: «¡Donde no hay justicia, no hay paz!»]

Muy bien. ¡Aprended bien esto!

Y la última pregunta, la décimo tercera: «¿Cambia de verdad algo después de este encuentro?».

¡Siempre! Cuando hacemos algo juntos, algo bello, algo bueno, todos cambian. Todos cambian algo. Y esto nos hace bien. Seguir adelante con este encuentro nos hace bien. Nos hace mucho bien. Todos nosotros, hoy, tenemos que salir de este encuentro un poco cambiados: ¿mejores o peores?

Niños: ¡Mejores!

¿Habéis dicho peores?

Niños: ¡Mejores!

Un poco cambiados para bien.

Queridos niños y niñas, muchas gracias por vuestras preguntas.

¡Han sido geniales! Muchas gracias y rezad por mí.

Después de la proyección de un documental con mensajes y saludos, y la bendición, el Papa añadió:

¡Trabajad por la paz! ¿Entendido?

Niños: ¡Sí!

¿Cómo era la otra frase? ¡Donde no hay justicia, no hay paz! ¿Cómo era?

Niños: ¡Donde no hay justicia, no hay paz!

Otra vez...

Niños: ¡Donde no hay justicia, no hay paz!

Otra vez...

Niños: ¡Donde no hay justicia, no hay paz!


 

DISCURSO PREPARADO POR EL SANTO PADRE

Queridos jóvenes:

Os agradezco la invitación que me hicisteis de trabajar con vosotros en la «fábrica de la paz». Es un buen lugar de trabajo, porque se trata de construir una sociedad sin injusticias ni violencias, en el que cada niño y cada joven pueda ser escuchado y crecer en el amor. Hay mucha necesidad de fábricas de la paz, porque lamentablemente las fábricas de guerra no faltan. La guerra es fruto del odio, del egoísmo, de querer poseer cada vez más y predominar sobre los demás. Y vosotros para contrarrestarla os comprometéis a difundir la cultura de la inclusión, de la reconciliación y del encuentro. En este proyecto estáis implicados en gran número: vosotros alumnos de las escuelas, pertenecientes a diversas etnias y religiones; la fundación «La Fábrica de la paz», que ha promovido este proyecto educativo; los profesores y los padres; el Ministerio de educación y la Conferencia episcopal italiana. Es un hermoso camino, que requiere valentía y trabajo, para que todos comprendan la necesidad de un cambio de mentalidad para garantizar la seguridad a los niños del planeta, en especial a los que viven en zonas de guerra y persecución. Tomando en cuenta vuestras preguntas, quisiera daros algunas sugerencias para trabajar bien en esta fábrica de la paz.

Comienzo precisamente por la expresión «fábrica de la paz». El término «fábrica» nos dice que la paz es algo que hay que hacer, que hay construir con sabiduría y tenacidad. Pero para construir un mundo de paz hay que comenzar desde nuestro «mundo», o sea desde los ambientes donde vivimos todos los días: la familia, la escuela, el patio, el gimnasio, el oratorio... Y es importante trabajar junto con las personas que viven a nuestro lado: los amigos, compañeros de escuela, padres y educadores. Se necesita la ayuda de todos para construir un futuro mejor. A los adultos, también a las instituciones, les compete estimularos, sosteneros y educaros en los valores auténticos. Y vosotros, os pido, jamás os rindáis, ni siquiera ante las dificultades y las incomprensiones. Cada acción y cada gesto vuestro hacia el prójimo puede construir la paz. Por ejemplo, si os sucede que peleáis con un compañero, hacer inmediatamente las paces; o pedir disculpas a los padres y a los amigos, cuando se faltó en algo. El auténtico constructor de la paz es el que da el primer paso hacia el otro. Y esto no es debilidad, sino fuerza, la fuerza de la paz. ¿Cómo pueden acabar las guerras en el mundo, si no somos capaces de superar nuestras pequeñas incomprensiones y nuestras riñas? Nuestros actos de diálogo, de perdón, de reconciliación, son «ladrillos» que sirven para construir el edificio de la paz.

Otra cosa muy hermosa de vuestra «fábrica» es que no tiene fronteras: se respira un clima de acogida y de encuentro sin barreras o exclusiones. Ante personas que provienen de países o etnias diferentes, que tienen otras tradiciones y religiones, vuestra actitud es la del conocimiento y del diálogo, para la inclusión de todos, respetando las leyes del Estado. Y luego habéis comprendido que para construir un mundo de paz es indispensable interesarse por las necesidades de los más pobres, de los que más sufren y son abandonados, incluso los alejados. Pienso en muchos de vuestros coetáneos que sólo por el hecho de ser cristianos fueron expulsados de sus casas, de sus países, y alguno fue asesinado porque tenía la Biblia en la mano. Y así, el trabajo de vuestra «fábrica» se convierte verdaderamente en una obra de amor. Amar a los demás, especialmente a los más desfavorecidos, significa testimoniar que cada persona es un don de Dios. ¡Cada persona!

Pero precisamente la paz misma es un don de Dios, un don que hay que pedir con confianza en la oración. Por eso es importante no sólo ser testimonios de paz y de amor, sino también testimonios de oración. La oración es hablar con Dios, nuestro Padre que está en los cielos, y confiarle los deseos, las alegrías, los disgustos. La oración es pedirle perdón cada vez que uno se equivoca y comete algún pecado, con la certeza de que Él perdona siempre. Su bondad hacia nosotros nos impulsa a ser, también nosotros, misericordiosos hacia nuestros hermanos, perdonándolos de corazón cuando nos ofenden o nos hacen el mal. Y, por último, la paz tiene un rostro y un corazón: el rostro y el corazón de Jesús, el Hijo de Dios, que murió en la cruz y resucitó precisamente para dar la paz a cada hombre y a toda la humanidad. Jesús es «nuestra paz» (Ef 2, 14), porque derribó el muro del odio que separa a los hombres entre sí.

Esto es, queridos jóvenes, y queridos amigos, lo que quería deciros. Os agradezco de nuevo por haberme involucrado en la «fábrica de la paz». Trabajemos juntos en esta gran fábrica. Os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Por mi parte, os recuerdo con afecto, rezo por vosotros y os bendigo.

 



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