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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL HARVARD WORLD MODEL UNITED NATIONS

Aula Pablo VI
Jueves 17 de marzo de 2016

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Queridos amigos, ¡buenos días!

Me complace daros la bienvenida a todos vosotros en el Vaticano, y espero que vuestra estancia en Roma, para participar en el «2016 Harvard World Model United Nations”», haya sido fructuosa. Agradezco al señor Joseph Hall, secretario general de vuestro encuentro, las palabras que pronunció también en vuestro nombre. Me alegra de forma especial saber que vosotros representáis a numerosas naciones y culturas, y por ello reflejáis la rica diversidad de nuestra familia humana.

Como estudiantes universitarios, os dedicáis de modo particular a la búsqueda de la verdad y de la comprensión, al crecimiento en la sabiduría, no sólo en vuestro beneficio sino para el bien de vuestras comunidades locales y de toda la sociedad. Espero que esta experiencia os lleve a apreciar la necesidad y la importancia de estructuras de cooperación y de solidaridad, que fueron forjadas por la comunidad internacional a lo largo de muchos años. Estas estructuras son particularmente eficaces cuando están orientadas al servicio de quienes en el mundo son más vulnerables y marginados. Rezo a fin de que las Naciones Unidas, y cada uno de los Estados miembros, estén siempre dispuestos para ese servicio y para esa atención.

Sin embargo, el fruto más grande de vuestro encuentro aquí en Roma no es el aprendizaje sobre la diplomacia, los sistemas institucionales y las organizaciones, que son importantes y que merecen ser estudiadas por vosotros. El fruto más grande es el tiempo que pasáis juntos, vuestro encuentro con personas de todos los sitios del mundo, que representan no sólo los numerosos desafíos contemporáneos, sino sobre todo la rica variedad de talentos y potencialidades de la familia humana.

Los temas y las problemáticas que habéis tratado no están privadas de un rostro. En efecto, cada uno de vosotros puede describir las esperanzas y los sueños, los desafíos y los sufrimientos que caracterizan a la gente de vuestro país. En estos días aprenderéis mucho los unos de los otros y os recordaréis mutuamente que, detrás de cada dificultad que el mundo afronta, hay hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, personas como vosotros. Hay familias e individuos que viven cada día luchando, que tratan de cuidar a sus hijos y de darles a ellos lo necesario no sólo para el futuro, sino también para las necesidades elementales de hoy. Así también, muchos de los que son golpeados por los problemas más graves del mundo actual, por la violencia y por la intolerancia, se han convertido en refugiados, trágicamente obligados a abandonar sus casas, privados de su tierra y de su libertad.

Estos son los que necesitan vuestra ayuda, que os piden a gran voz que los escuchéis, y que son más dignos que nunca de cada uno de vuestros esfuerzos por la justicia, la paz y la solidaridad. San Pablo nos dice que tenemos que alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran (cf. Rm 12, 15). En definitiva, nuestra fuerza como comunidad, a cualquier nivel de vida y de organización social, se apoya no tanto en nuestros conocimientos y habilidades personales, como en la compasión que mostramos los unos hacia los otros, sobre el cuidado que tenemos especialmente de quienes no pueden cuidarse a sí mismos.

Espero también que vuestra experiencia os haya conducido a ver el compromiso de la Iglesia católica en el servicio a las necesidades de los pobres y de los refugiados, en apoyar a las familias y a las comunidades y en proteger la inalienable dignidad y los derechos de cada miembro de la familia humana. Nosotros, los cristianos, creemos que Jesús nos llama a servir a nuestros hermanos y hermanas, a hacernos cargo de los demás, prescindiendo de su proveniencia y de las circunstancias. Sin embargo, esto no es sólo un distintivo de los cristianos, sino que es una llamada universal, enraizada en nuestra humanidad común, es algo que tenemos como personas, que tenemos dentro como personas humanas.

Queridos jóvenes amigos, aseguro mi oración a vosotros y a vuestras familias. Que Dios omnipotente os bendiga con la felicidad que prometió a los que tienen hambre y sed de la justicia y trabajan en favor de la paz. ¡Gracias!



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