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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DEL CONSEJO NACIONAL DE LAS IGLESIAS DE TAIWÁN

Sala del Consistorio
Jueves, 7 de diciembre de 2017

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Queridos hermanos y hermanas:

Responsables y miembros del National Council of Churches of Taiwan, os doy mi cordial bienvenida y os agradezco las amables palabras de saludo que me habéis dirigido.

Como sabéis, acabo de regresar de una visita a Myanmar y Bangladesh. He visto la vitalidad y la iniciativa que caracterizan a los pueblos de Asia, pero también el rostro sufriente de una humanidad demasiado a menudo desprovista de prosperidad material y bienestar social. Hay muchos ámbitos en los cuales, como cristianos, estamos llamados a trabajar juntos para promover la dignidad de cada ser humano y apoyar a los menos afortunados. Me alienta lo que habéis dicho: «Sin amor, la paz no es realmente paz; sin amor, el mundo desciende al caos». Como cristianos, ante todo debemos poner en práctica el mandamiento del Señor: «Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos» (Juan 13, 34-35). El amor de Dios, para encarnar concretamente en la vida, es por lo tanto nuestro camino a seguir, la responsabilidad que juntos tenemos ante el mundo para dar testimonio de la esperanza que está en nosotros (1 Pedro 3, 15).

La Iglesia católica, a través de la Conferencia Episcopal Regional China, se ha comprometido, desde la fundación del National Council of Churches of Taiwan, en 1991, a promover una mayor unidad entre los creyentes en el Señor. El fortalecimiento de las relaciones entre las confesiones cristianas y el anuncio de Jesús, que podréis llevar también a través de obras de caridad y proyectos de capacitación dirigidos a los jóvenes, beneficiará a toda la sociedad. Un futuro mejor para todos requiere, de hecho, la formación de las generaciones jóvenes, especialmente en el arte del diálogo, para que puedan convertirse en protagonistas de una cultura de armonía y reconciliación, tan necesaria, y para disponerlos a recorrer con la ayuda de Dios, esa senda que va del conflicto a la comunión y que ha resultado ser tan fructífera en el camino ecuménico.

Agradezco a cada uno de vosotros el compromiso de continuar en este camino, reforzando la fraternidad y la colaboración entre vuestras comunidades. Sigamos caminando juntos en la primacía de la caridad hacia el día en que se cumpla el deseo de Jesús: «que sean una cosa sola... para que el mundo crea» (Juan 17, 21). Le pido a Dios que os bendiga, con vuestros seres queridos y vuestras comunidades, y a vosotros que os acordéis de mí en la oración y os invito a rezar el Padrenuestro.

 



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