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PEREGRINACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
A BOZZOLO (DIÓCESIS DE CREMONA) Y A BARBIANA (DIÓCESIS DE FLORENCIA)

VISITA A LA TUMBA DE PRIMO MAZZOLARI

DISCURSO CONMEMORATIVO DEL SANTO PADRE

Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol - Bozzolo (Cremona)
Martes 20 de junio de 2017

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Me han aconsejado que cortase un poco este discurso, porque es algo largo. Traté de hacerlo, pero no pude. Hay tantas cosas que venían, de aquí y allí... ¡Pero vosotros tenéis paciencia! Porque no quiero dejar de decir todo lo que quiero decir, sobre don Primo Mazzolari. Soy peregrino aquí en Bozzolo y luego en Barbiana, siguiendo las huellas de dos párrocos que han dejado una estela de luz, aunque sea “incómoda” en su servicio al Señor y al Pueblo de Dios. He dicho muchas veces que los párrocos son la fuerza de la Iglesia en Italia, y lo repito. Cuando son los rostros de un clero no clerical, como fue este hombre, dan vida a un verdadero “magisterio de los párrocos”, que hace tanto bien a todos. Don Primo Mazzolari fue definido “el párroco de Italia”; y san Juan XXIII lo saludaba como “la tromba del Espíritu Santo en la Baja Padania”. Creo que la personalidad sacerdotal de Don Primo no sea una excepción singular, sino un espléndido fruto de vuestras comunidades, aunque no siempre haya sido comprendido y apreciado. Como dijo el beato Pablo VI: «¡Caminaba hacia adelante con un paso demasiado largo y muchas veces no podíamos ir detrás de él. Y así sufrió él, y sufrimos también nosotros. Es el destino de los profetas!» (Saludo a los peregrinos de Bozzolo y Cicognara, 1 de mayo, 1970). Su formación es hija de la rica tradición cristiana de esta tierra paduana, lombarda, cremonesa. En los años de su juventud le llamó la atención la figura del gran obispo Geremia Bonomelli, protagonista del catolicismo social, pionero de la pastoral de los migrantes.

No es mi tarea contar o analizar la obra de Don Primo. Agradezco a quien a lo largo de los años se ha dedicado a ello. Yo prefiero meditar con vosotros —especialmente con mis hermanos sacerdotes que están aquí y también con los de toda Italia: este fue el “párroco de Italia”— meditar sobre la actualidad de su mensaje, que sitúo simbólicamente en tres escenarios que todos los días llenaban sus ojos y su corazón: el río, la granja y la llanura.

1) El río es una imagen espléndida, que pertenece a mi experiencia, y también a la vuestra. Don Primo desempeñó su ministerio a lo largo de los ríos, símbolos de la primacía y del poder de la gracia de Dios que fluye continuamente hacia el mundo. Su palabra, predicada o escrita, tomaba su pensamiento claro y su fuerza persuasiva de la fuente de la Palabra del Dios vivo, del Evangelio meditado y orado, reencontrado en el Crucificado y en los hombres, celebrado en gestos sacramentales no reducidos a mero ritual. Don Mazzolari, párroco de Cicognara y de Bozzolo, no se resguardó del río de la vida, del sufrimiento de su gente, que lo plasmó como pastor franco y exigente, sobre todo consigo mismo. A lo largo del río aprendía cada día a recibir el don de la verdad y del amor, para hacerse portador fuerte y generoso. Predicando a los seminaristas de Cremona, recordaba: «Ser un “repetidor” es nuestra fuerza. [...] Pero, entre un repetidor muerto, un altavoz, y un repetidor vivo, ¡hay una diferencia! El sacerdote es un repetidor, pero este repetir suyo no debe ser sin alma, pasivo, sin cordialidad. Al lado de la verdad que repito, tiene que haber, tengo que poner algo mío, para mostrar que creo en lo que digo; debe hacerse de modo que el hermano sienta una invitación a recibir la verdad»[1]. Su profecía se realizaba en el amar su propia época, en el unirse a la vida de las personas que encontraba, en aprovechar todas las oportunidades para anunciar la misericordia de Dios. Don Mazzolari no era uno que añoraba la Iglesia del pasado, sino que trató de cambiar la Iglesia y el mundo a través del amor apasionado y la dedicación incondicional. En su escrito “La parroquia”, propone un examen de conciencia sobre los métodos de apostolado, convencido de que las deficiencias de la parroquia de su tiempo se debían a un defecto de encarnación. Hay tres caminos que no conducen por la dirección evangélica.

— El camino de “dejar hacer”. Es el de quien está a la ventana y mira sin ensuciarse las manos —ese “balconear” la vida—. Se contenta con criticar, con “describir con amarga complacencia y con altivez los errores”[2] de todo el mundo. Esta actitud deja la conciencia tranquila, pero no tiene nada de cristiano porque conduce a retirarse, con espíritu de juicio, a veces áspero. Falta una capacidad propositiva, un enfoque constructivo a la solución de los problemas.

— El segundo método equivocado es el del “activismo separatista”. Nos esforzamos en crear instituciones católicas (bancos, cooperativas, círculos, sindicatos, escuelas...). Así la fe se vuelve más activa pero —advertía Mazzolari— puede generar una comunidad cristiana elitista. Se favorecen intereses y clientelas con una etiqueta católica. Y, sin querer, se construyen barreras corren el riesgo de ser insuperables para el surgir de la pregunta de fe. Se tiende a afirmar lo que divide respecto a lo que une. Es un método que no facilita la evangelización, cierra puertas y genera desconfianza.

— El tercer error es el “sobrenaturalismo deshumanizador”. Uno se refugia en lo religioso para evitar las dificultades y las decepciones que se encuentran. Uno se aleja del mundo, verdadero campo del apostolado, por preferir devociones. Es la tentación del espiritualismo. El resultado es un apostolado débil, sin amor. «Los alejados no se pueden interesar con una oración que no se convierta en caridad, con una procesión que no ayude a llevar las cruces de cada hora»[3]. El drama se consume en esta distancia entre la fe y la vida, entre la contemplación y la acción.

2) La granja. En la época de don Primo, había una “familia de familias”, que vivían juntas en estos campos fértiles, también sufriendo miserias e injusticias, a la espera de un cambio, que después se tradujo en el éxodo a las ciudades. La granja, la casa, nos dan la idea de la Iglesia que guiaba don Mazzolari. También él pensaba en una Iglesia en salida, cuando meditaba para los sacerdotes con estas palabras: «Para caminar hay que salir de casa y de la Iglesia, si el Pueblo de Dios ya no viene; y ocuparse y preocuparse también de esas necesidades que, aunque no sean espirituales, son necesidades humanas y, como pueden perder al hombre, también pueden salvarlo. El cristiano se ha separado del hombre, y nuestro discurso no puede entenderse si antes no lo introducimos por este camino, que parece las más alejada y es la más segura. [...] Para hacer mucho[4], hay que amar mucho». Así decía vuestro párroco. La parroquia es el lugar donde cada hombre se siente esperado, un «hogar que no conoce las ausencias». Don Mazzolari era un párroco convencido de que «los destinos del mundo maduran en las periferias», y que hizo de su propia humanidad un instrumento de la misericordia de Dios, como el padre de la parábola evangélica, tan bien descrita en el libro «La más bella aventura». Él fue llamado con razón, “el párroco de los alejados” porque siempre los amó y los buscó, no se preocupó de preparar en teoría un método de apostolado válido para todos y para siempre, sino de proponer el discernimiento como camino para interpretar el ánimo de cada hombre. Esta mirada misericordiosa y evangélica sobre la humanidad le llevó a dar también valor a la gradualidad necesaria: el sacerdote no es uno que exige la perfección, sino que ayuda a todos a dar lo mejor. «Contentémonos de lo que pueden dar a nuestras poblaciones. ¡Tengamos sentido común! No tenemos que masacrar los hombros de la pobre gente»[5]. Esto es lo que me gustaría repetir y repetirlo a todos los sacerdotes de Italia e incluso del mundo: ¡Tengamos sentido común! ¡No masacremos los hombros de la pobre gente! Y si, por estas aperturas, era llamado a la obediencia, la vivía de pie, como adulto, como hombre y, al mismo tiempo de rodillas, besando la mano a su obispo, que no dejaba de amar.

3) El tercer escenario —el primero era el río, el segundo, la granja— el tercer escenario es el de vuestra gran llanura. Los que han acogido el “Sermón de la Montaña” no tienen miedo de adentrarse, como viandantes y testigos, en la llanura que se abre, sin límites tranquilizadores. Jesús prepara a sus discípulos a esto, conduciéndoles entre la multitud, entre los pobres, revelando que la cumbre se alcanza desde la llanura, donde se encarna la misericordia de Dios (cf. Homilía en el Consistorio, 19 de noviembre, 2016). Ante la caridad pastoral de Don Primo se abrían diversos horizontes, en situaciones complejas que tuvo que afrontar: las guerras, los totalitarismos, los enfrentamientos fratricidas, la fatiga de la democracia en gestación, la miseria de su gente. Os animo, hermanos sacerdotes, a escuchar al mundo, a los que viven y trabajan en él, para haceros cargo de todas las peticiones de sentido y esperanza, sin miedo a cruzar los desiertos y las zonas de sombra. Así podemos convertirnos en Iglesia pobre y con los pobres, la Iglesia de Jesús. Don Primo definía la de los pobres como una “existencia que incomoda” y la Iglesia necesita convertirse al reconocimiento de su vida para amarlos tal y como son: «Los pobres deben ser amados como pobres, es decir, tal cual son, sin hacer cálculos sobre su pobreza, sin pretensiones o derechos de hipoteca, ni siquiera la de hacerlos ciudadanos del reino de los cielos y mucho menos prosélitos»[6]. El no hacía proselitismo, porque no es cristiano. El Papa Benedicto XVI nos dijo que la Iglesia, el cristianismo, no crece por proselitismo, sino por atracción, es decir, por testimonio. Eso es lo que Don Primo Mazzolari hizo: testimonio. El Siervo de Dios vivió como un sacerdote pobre, no como un pobre sacerdote. En su testamento espiritual escribió: «Alrededor de mi altar, como alrededor de mi casa y mi trabajo nunca hubo “sonido del dinero”. Lo poco que ha pasado por mis manos [...] fue donde tenía que ir. Si tuviera alguna amargura sobre esta cuestión, incumbiría a mis pobres y a las obras de la parroquia que hubiera querido ayudar ampliamente». Meditó a fondo sobre la diferencia de estilo entre Dios y el hombre: «El estilo de hombre: con mucho hace poco. El estilo de Dios: con nada hace todo»[7]. Por eso la credibilidad del anuncio pasa a través de la sencillez y la pobreza de la Iglesia: «Si queremos que la pobre gente vuelva a su Casa, hace falta que el pobre encuentre el aire del Pobre», es decir, de Jesucristo. En su escrito «El viacrucis del pobre» don Primo recuerda que la caridad es cuestión de espiritualidad y de mirada. «El que tiene poca caridad ve pocos pobres; el que tiene mucha caridad ve muchos pobres; el que no tiene caridad no ve ninguno»[8]. Y añade: «El que conoce al pobre, conoce al hermano: el que ve al hermano ve a Cristo, el que ve a Cristo ve a la vida y su poesía verdadera, porque la caridad es la poesía del cielo traída a la tierra»[9].

Estimados amigos, gracias por haberme recibido hoy en la parroquia de Don Primo. A vosotros y a los obispos os digo: Estad orgullosos de haber generado “sacerdotes así”, y no os canséis de convertíos también vosotros en “sacerdotes y cristianos así”, aunque requiera luchar con vosotros mismos, llamando por su nombre a las tentaciones que nos acosan, dejándonos sanar por la ternura de Dios. Si os dieráis cuenta de no haber recogido la lección de don Mazzolari, hoy os invito a aprenderla. El Señor, que ha suscitado siempre en la Santa Madre Iglesia pastores y profetas según su corazón, nos ayude hoy a no ignorarlos de nuevo. Porque ellos han visto lejos, y seguirles nos habría ahorrado sufrimientos y humillaciones. Muchas veces he dicho que el pastor debe ser capaz de ponerse delante del pueblo para indicar el camino, en medio como signo de cercanía o atrás para alentar a quien se ha quedado atrás. (cfr. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 31).

Y don Primo escribía: «Donde veo que el pueblo resbala hacia bajadas peligrosas, me pongo atrás; donde es necesario subir, me pongo delante. Muchos no entienden que es la misma caridad que me mueve en uno y en otro caso y que nadie lo puede hacer mejor que un cura»[10]. Con este espíritu de comunión fraterna, con vosotros y con todos los sacerdotes de la Iglesia en Italia —con aquellos buenos párrocos— quisiera concluir con una oración de don Primo, párroco enamorado de Jesús y de su deseo de que todos los hombres tengan la salvación. Así rezaba don Primo: «Has venido para todos: para aquellos que creen y para aquellos que dicen que no creen. Los unos y los otros, a veces estos más que aquellos, trabajan, sufren, esperan para que el mundo vaya un poco mejor. Oh Cristo, has nacido “fuera de la casa” y has muerto “fuera de la ciudad”, para ser de manera todavía más visible el cruce y el punto de encuentro. Nadie está fuera de la salvación, oh Señor, para que nadie esté fuera de tu amor, que no se consterna ni se reduce por nuestras oposiciones y nuestros rechazos».

Y ahora os daré la bendición. Recemos a la Virgen, primero, que es nuestra Madre: sin Madre no podemos seguir adelante.

Dios te salve María...


 

[1] P. Mazzolari, Sacerdotes así, 125-126.

[2] Id. Carta sobre la parroquia, 54.

[3] Ibid., 54.

[4] P. Mazzolari, Conciencia social del clero, ICAS, Milán, 1974, 32.

[5] Id., Sacerdotes así, 118-119.

[6] Id., El viacrucis del pobre, 63.

[7] Id. La parroquia, 84.

[8] Id. El viacrucis del pobre, 32.

[9] Ibid., 33.

[10] Id., Escritos políticos, 195.

 



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