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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS LÍDERES DEL FORO DE LAS ISLAS DEL PACÍFICO

Sala Clementina
Sábado, 11 de noviembre de 2017

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Excelencias,
Ilustres Señoras y Señores:

Les agradezco a todos ustedes, líderes del Foro de las Islas del Pacífico, que con su presencia manifiestan las diferentes realidades de una región como la del Océano Pacífico, tan rica en bellezas culturales y naturales.

Esa región, lamentablemente, también suscita fuertes preocupaciones para todos nosotros y especialmente para las personas que viven allí, muy vulnerables a los fenómenos extremos ambientales y climáticos cada vez más frecuentes e intensos. Pero también pienso en las repercusiones del grave problema del aumento del nivel del mar, así como en la disminución continua y dolorosa del arrecife coralino, un ecosistema marino de gran importancia. Al respecto, recuerdo la pregunta alarmante formulada hace casi treinta años por los obispos de las Filipinas: «¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[1]. Son muchas las causas que han llevado a este deterioro del medio ambiente y por desgracia muchas de ellas se deben a una conducta humana imprudente, unida a formas de explotación de los recursos naturales y humanos cuyo impacto llega hasta el fondo de los océanos[2].

Y cuando hablamos de aumento del nivel del mar, que «afecta principalmente a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse»[3], pensamos en el problema del calentamiento global, que es ampliamente discutido en muchos foros y debates internacionales. Estos días en Bonn se celebra la COP23, la vigésimo tercera sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que este año se llevará a cabo bajo la presidencia de uno de los países representados por vosotros, la Islas Fiyi. Espero que los trabajos de la COP23, así como los que la siguen, tengan siempre en cuenta esa «Tierra sin fronteras, donde la atmósfera es extremadamente delgada y frágil», como la describía uno de los astronautas actualmente en órbita en la Estación Espacial Internacional, con quien recientemente tuve una conversación muy interesante.

Vienen de países que, con respecto a Roma, se encuentran en las antípodas; pero esta visión de una «Tierra sin fronteras» anula las distancias geográficas, reclamando la necesidad de una toma de conciencia mundial, de una colaboración y de una solidaridad internacionales, de una estrategia compartida, que no permitan permanecer indiferentes ante problemas tan graves como el deterioro del medio ambiente y de la salud de los océanos, conectado con el deterioro humano y social que la humanidad de hoy está viviendo.

Por otra parte, no sólo las distancias geográficas y territoriales, sino también las temporales se anulan con la convicción de que en el mundo todo está conectado[4]: Han pasado casi treinta años desde el llamamiento de los obispos filipinos y la situación de los océanos y del ecosistema marino no se puede decir, ciertamente, que haya mejorado, frente a los numerosos problemas que cuestionan, por ejemplo, la gestión de los recursos pesqueros, las actividades en la superficie o en las profundidades, la situación de las comunidades costeras y de las familias de pescadores, la contaminación causada por la acumulación de plástico y microplástico. «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores»[5].

Les doy las gracias por esta visita que me agrada mucho y los bendigo de corazón así como a vuestras naciones. Gracias.


[1] Véase Conferencia de Obispos Católicos de Filipinas, Carta Pastoral What is Happening to our Beautiful Land? 29 de enero de 1988, cit. en Cart. Enc. Laudato si’, 41.

[2] Cf. Cart. enc. Laudato si’, 41.

[3] Cf. ibid., 48.

[4] Cf. ibid., 16.

[5] Ibid., 160.

 



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