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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO ANUAL DE LA UNIÓN EUROPEA DE CICLISMO

Sala Clementina
Sábado, 9 de marzo de 2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Me complace dar la bienvenida a los participantes en el Congreso anual de la Unión Europea de Ciclismo, que, en esta ocasión, alberga también a la Asamblea de la Confederación Africana de ciclo. Saludo en particular al presidente de la Unión Ciclista Internacional, el Sr. David Lappartient, y le agradezco las palabras que me ha dirigido.

La relación entre la Iglesia y el deporte tiene una larga historia que, con el tiempo, se ha consolidado cada vez más. El deporte puede ser una gran ayuda para el crecimiento humano de cada persona, ya que anima a dar lo mejor de sí mismo, con vistas a conseguir un objetivo determinado; porque educa en la constancia, el sacrificio y la renuncia. Pensemos, por ejemplo, en los largos y duros entrenamientos o en la observancia de una disciplina de vida exigente. La práctica de un deporte enseña, además, a no desanimarse y a empezar de nuevo con determinación, después de una derrota o de una lesión. No pocas veces se convierte en una oportunidad para expresar con entusiasmo la alegría de vivir y la justa satisfacción por haber alcanzado una meta.

El ciclismo, en particular, es uno de los deportes, que más destaca algunas virtudes tales como la resistencia al esfuerzo ―en las subidas largas y difíciles―, el valor ―a la hora de intentar una fuga o hacer frente a un sprint―, la integridad en respetar las normas, el altruismo y el sentido de equipo. En efecto, si pensamos en una de las disciplinas más populares, el ciclismo en carretera, vemos que en las carreras todo el equipo trabaja unido ―gregarios, velocistas, escaladores― y a menudo deben sacrificarse por el capitán. Y cuando un compañero pasa por un momento difícil, son sus compañeros de equipo los que le ayudan y acompañan. Así también en la vida es necesario cultivar un espíritu de altruismo, de generosidad y de comunidad para ayudar a los que se quedan atrás y necesitan ayuda para llegar a un determinado objetivo.

Muchos ciclistas han sido un ejemplo, en el deporte y en la vida, de integridad y coherencia, dando lo mejor de sí mismos en una bicicleta. En sus carreras han sabido combinar fuerza de espíritu y determinación para lograr la victoria, pero también solidaridad y alegría de vivir, dando testimonio de haber descubierto ese potencial humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y la belleza de vivir en comunión con los demás y con la creación. Los atletas tienen esta extraordinaria posibilidad de transmitir a todo el mundo, especialmente a los jóvenes, los valores positivos de la vida y el deseo de emplearla para objetivos altos y nobles.

Esto nos da a entender la importancia, para cualquier práctica deportiva ―desde los que lo practican ocasionalmente, a los amateurs, hasta los profesionales― de saber vivir siempre la actividad deportiva al servicio del crecimiento y la realización integral de la persona. Cuando, por el contrario, el deporte se convierte en un fin en sí mismo y la persona en un instrumento al servicio de otros intereses, tales como el prestigio y el beneficio, aparecen alteraciones que contaminan el deporte. Pienso en el dopaje, en la falta de honradez, en la falta de respeto por uno mismo y por sus adversarios, en la corrupción.

También me gustaría decir una palabra acerca de las nuevas especialidades, en el ámbito del ciclismo, que se difunden entre las nuevas generaciones y que, como todas las novedades, pueden despertar resistencias y plantear un desafío a las disciplinas más tradicionales. También vale para vosotros el compromiso asumido por la Iglesia de querer escuchar a los jóvenes, de interesarse por sus expectativas, por sus formas de expresar el deseo de vivir y de realizarse. Es necesario acompañar a las nuevas generaciones sin perder de vista las sanas tradiciones y la cultura popular que en tantos países del mundo, acompañan al ciclismo y a sus campeones.

Os deseo, en estos días de encuentro, un trabajo provechoso y mientras os pido que recéis por mí, os bendigo de todo corazón. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 9 de marzo de 2019.

 



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