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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA CONFEDERACIÓN DE COOPERATIVAS ITALIANAS

Aula Pablo VI
Sábado, 16 de marzo de 2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

¡Os doy la bienvenida a todos! Agradezco a vuestro Presidente las palabras que me ha dirigido, en particular la síntesis que ha hecho de vuestro trabajo y vuestro compromiso: ha captado lo que tiene una importancia especial para mí y nos brinda una visión inteligente del contexto actual en el que vivimos. Y agradezco también el testimonio de una cooperativa que ha sabido ir adelante.

Los cien años de historia de vuestra acción son una meta importante, que no puede pasar en silencio. Representan un camino del cual sentirse agradecido por todo lo que habéis logrado, inspirados por el gran llamamiento de la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII. De manera profética, este Pontífice abrió la gran reflexión sobre la doctrina social de la Iglesia. La suya fue una intuición florecida con la convicción de que el Evangelio no puede ser relegado solo a una parte del hombre o de la sociedad, sino que habla a toda la humanidad para hacerla más y más humano. Los tiempos en los que el Papa León escribía eran tiempos difíciles, pero cada edad tiene sus fatigas y sus dificultades.

Vuestra historia es preciosa porque nace del haber tomado en serio las palabras del Papa y de haberlas concretado a través de un compromiso serio y generoso que dura desde hace un siglo. Es un fuerte signo de esperanza cuando la doctrina social de la Iglesia no se queda en papel mojado o en un discurso abstracto, sino que se convierte en vida gracias a hombres y mujeres de buena voluntad, que le dan carne y concreción, transformándola en gestos personales y sociales concretos, visibles y útiles.

También hoy en día, la Iglesia no solo necesita decir la Verdad en voz alta; necesita siempre hombres y mujeres que transformen en bienes concretos lo que los pastores predican y los teólogos enseñan. En este sentido, hoy, deciros “gracias” por vuestros cien años de compromiso es también un ejemplo para los hombres de nuestro tiempo, que necesitan descubrirse a sí mismos no solo “prendedores” de bien, sino “emprendedores” de la caridad.

Vuestro modelo cooperativo, precisamente porque está inspirado en la doctrina social de la Iglesia, corrige algunas tendencias típicas del colectivismo y el estatismo que a veces son letales para las iniciativas privadas; y, al mismo tiempo, frena las tentaciones del individualismo y el egoísmo típicas del liberalismo. En efecto, mientras la empresa capitalista apunta principalmente al beneficio, la empresa cooperativa tiene como objetivo principal la satisfacción equilibrada y proporcional de las necesidades sociales. Ciertamente, la cooperativa también debe apuntar a producir ganancias, a ser efectiva y eficiente en su actividad económica, pero todo esto sin perder de vista la solidaridad mutua.

Por este motivo, el modelo de cooperativa social es uno de los nuevos sectores en los que ahora se concentra la cooperación, porque logra combinar, por un lado, la lógica de la empresa y, por otro, la de la solidaridad: solidaridad interna hacia sus miembros y solidaridad externa hacia los destinatarios. Esta forma de vivir el modelo cooperativo ya ejerce una influencia significativa en las empresas demasiado ligadas a la lógica de las ganancias, porque las empuja a descubrir y evaluar el impacto de una responsabilidad social. De este modo, se las invita a considerar no solo el balance económico, sino también el social, haciendo que se den cuenta de que es necesario contribuir a responder a las necesidades de los involucrados en la empresa, así como a las del territorio y de la comunidad. De esta manera, el trabajo cooperativo cumple su función profética y su testimonio social a la luz del Evangelio.

Pero nunca debemos olvidar que esta visión de cooperación, basada en las relaciones y no en el lucro, va en contra de la mentalidad del mundo. Solo si descubrimos que nuestra verdadera riqueza son las relaciones y no los meros bienes materiales, encontraremos formas alternativas de vivir y vivir en una sociedad que no está gobernada por el dios dinero, un ídolo que la engaña y luego la deja cada vez más inhumana e injusta, y diría también, más pobre.

Gracias por vuestro arduo trabajo, que cree en la cooperación y expresa la obstinación de permanecer humanos en un mundo que quiere mercantilizarlo todo. Y sobre la obstinación hemos escuchado a esta hermana nuestra que ha dado testimonio hoy: hace falta obstinación para seguir por este camino cuando la lógica del mundo va en otra dirección. Os doy gracias por vuestra obstinación… ¡que no es pecado! Seguid adelante así.

Pero la ventaja más importante y obvia de la cooperación es vencer la soledad que convierte la vida en un infierno. Cuando el hombre se siente solo, experimenta el infierno. En cambio, cuando advierte que no está abandonado, puede enfrentar cualquier tipo de dificultad y esfuerzo. Y esto se ve en los momentos difíciles. Así como vuestro presidente ha recordado que en cooperativa “uno más uno es tres”, hay que recordar que en los momentos difíciles uno más uno es la mitad. Así [la cooperación] hace que las cosas difíciles pueden ser mejores. Nuestro mundo está enfermo de soledad ―lo sabemos todos―, por eso necesita iniciativas que permitan enfrentar junto con otros lo que la vida impone. Caminando y trabajando juntos experimentamos el gran milagro de la esperanza: todo parece posible otra vez. En este sentido, la cooperación es una forma de concretar la esperanza en la vida de las personas.

Podríamos decir así que la cooperación es otra forma de enunciar la proximidad que Jesús enseñó en el Evangelio. Hacerse prójimo significa evitar que el otro sea permanezca presa del infierno de la soledad. Desafortunadamente, la crónica a menudo nos habla de personas que se suicidan llevadas por la desesperación, madurada precisamente en la soledad. No podemos permanecer indiferentes ante estas tragedias, y cada uno, según sus posibilidades, debe comprometerse a quitar un trozo de soledad a los demás. Hay que hacerlo no tanto con palabras, sino sobre todo con compromiso, amor, competencia y poniendo en juego el gran valor agregado que es nuestra presencia personal. Hay que hacerlo con cercanía, con ternura. Esta palabra, ternura, que corre el peligro de caerse del diccionario porque la sociedad actual la usa muy poco. Solo cuando nos ponemos en juego en primera persona podemos marcar la diferencia.

Por ejemplo, es solidaridad comprometerse a dar a todos un trabajo ecuamente retribuido; permitir a los agricultores a los que el mercado ha debilitado formar parte de una comunidad que los fortalece y los apoya; a un pescador solitario unirse a un grupo de colegas; a un descargador estar dentro de un equipo, y así sucesivamente. De esta manera, cooperar se convierte en un estilo de vida. Cooperar es un estilo de vida. “Yo vivo, pero solo, hago lo que me toca y sigo adelante…”. Es un modo de vivir, un estilo de vida. El otro, en cambio es: “Yo vivo con los demás, en cooperación”. Es otro estilo de vida, y nosotros elegimos este.

En este sentido, un episodio en el Evangelio de Marcos nos ayuda: «[Jesús] entró de nuevo en Cafarnaúm. Al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer un paralítico, llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos dice al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”»  (2,1-5). Y luego, lo curó.

Cuando pensamos en esta página del Evangelio, nos sentimos inmediatamente atraídos por el gran milagro del perdón y, posteriormente, de la curación física de este hombre; pero quizás se nos escape otro milagro: el de sus amigos. Esos cuatro hombres llevan al paralítico sobre sus hombros; no permanecen indiferentes ante el sufrimiento de su amigo enfermo; no se mimetizan entre la multitud con todos los demás para escuchar a Jesús. Estos hombres cumplen un gesto milagroso: se juntan y, con una estrategia ganadora y creativa, encuentran el camino no solo para hacerse cargo de este hombre, sino también para ayudarle a encontrar al que puede cambiar su vida. Y al no poder hacerlo de la manera más sencilla, a causa de la multitud, tienen el coraje de subir al techo y abrirlo. Ellos son los que abren la brecha a través de la cual el paralítico puede acercarse a Jesús y salir cambiado de aquel encuentro. El evangelista señala que Jesús se dirigió a ese hombre “viendo su fe”, es decir la fe de todo el grupo: del paralítico y de sus amigos.

En este sentido, podemos decir que la cooperación es una forma de “abrir el techo” de una economía que corre el riesgo de producir bienes pero a costa de la injusticia social. Es derrotar la inercia de la indiferencia y el individualismo haciendo algo alternativo y no solo quejándose. Quien funda una cooperativa cree en una forma diferente de producir, trabajar y permanecer en la sociedad. Los que encontraron una cooperativa tienen algo de la creatividad y el coraje de aquellos cuatro amigos del paralítico. El “milagro” de la cooperación es una estrategia de equipo que abre una brecha en el muro de la multitud indiferente que excluye a los que son más débiles.

Una sociedad que se convierte en un muro, formada por la masa de muchos individuos que no piensan y no actúan como personas, no puede apreciar el valor fundamental de las relaciones. No se puede actuar realmente como persona cuando se está enfermo de indiferencia y egoísmo. Entonces, en realidad, el verdadero “paralítico” no es ese hombre que llevaron subiéndose al techo para ponerlo frente a Jesús; el verdadero paralítico es la multitud que impide llegar a una solución. Una multitud formada por individuos que solo miran sus propias necesidades sin darse cuenta de los demás y, por lo tanto, nunca descubren el sabor pleno de la vida. El individualismo impide la felicidad plena, porque excluye al otro del horizonte. Cuando sigo ciego ante el sufrimiento y la fatiga de los demás, en realidad estoy ciego ante lo que podría hacerme feliz: no se puede ser feliz solo. Jesús dice en el Evangelio con una frase lapidaria: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9, 25).

Queridos hermanos y hermanas, vivimos en un mundo preso del frenesí de poseer y al que le cuesta caminar como comunidad. El egoísmo es siempre fuerte. El trabajo que habéis hecho durante estos cien años ha sido el de oponer la relación al individualismo, el equipo al interés, el bienestar de todos a los intereses de unos pocos.

Ya he tenido ocasión de contar en otras ocasiones lo que me impresionó cuando tenía 18 años, en 1954, escuchando a mi padre hablar sobre este tema. Desde entonces me he convencido de que la cooperación cristiana es el camino correcto. Quizás económicamente parezca más lento, pero es el más efectivo y seguro, el que llega más lejos.

Por eso me han gustado las palabras del Presidente, que representan con humildad el gran esfuerzo de la cooperación en Italia y en el mundo.

En particular, me complace escuchar que habéis visitado las periferias existenciales donde se anidan más vulnerabilidades: este es el lugar privilegiado de nuestro testimonio. Insistir en la categoría de las periferias se debe a la elección que hizo Jesús, el Hijo de Dios, al venir al mundo. Escogió la periferia como el centro de su misión. Y no lo hizo solo geográficamente viniendo al mundo en una periferia del gran imperio romano, sino también saliendo al encuentro de cada hombre marginado en la periferia a causa de la pobreza, la enfermedad y de sus propios errores.

En este mundo globalizado, debemos estar en sintonía con lo que enseña la doctrina social de la Iglesia cuando habla de la centralidad de la persona. San Juan Pablo II lo explicaba bien en la Encíclica Centesimus annus cuando escribe: «Si en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la tierra y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes instrumentales, hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, [...] su capacidad de organización solidaria, así como la de intuir y satisfacer las necesidades de los demás» (n. 32). Tendríamos que entender, pues, la importancia de adquirir competencias profesionales y ofrecer itinerarios de formación permanentes, especialmente a aquellas personas que viven en los márgenes de la sociedad y a las categorías más desfavorecidas.

En este sentido, son principalmente las mujeres quienes, en el mundo global, soportan la carga de la pobreza material, la exclusión social y la exclusión cultural. El tema de las mujeres debe volver a ser una de las prioridades de los proyectos futuros en la esfera cooperativa. No es un discurso ideológico. Se trata, en cambio, de asumir el pensamiento de las mujeres como un punto de vista privilegiado para aprender a que la cooperación no solo sea estratégica sino también humana. La mujer ve mejor lo que es el amor en el rostro de cada uno. La mujer sabe mejor cómo concretar lo que los hombres a veces tratamos como “sistemas máximos”.

Queridos amigos, espero que los cien años pasados abran de par en par ante vosotros niveles de compromiso nuevos e inéditos, permaneciendo siempre fieles a la raíz de donde todo nació: el Evangelio. Nunca perdáis de vista esta fuente, y buscad entre los gestos y decisiones de Jesús aquello que más pueda inspirar vuestra tarea.

Os bendigo de todo corazón, os aliento y os digo que tengo mucha esperanza en lo que hacéis. Estoy seguro de que es una esperanza bien puesta. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 16 de marzo de 2019.

 



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