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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN

Sala Clementina
Viernes, 13 de septiembre de 2019

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Queridos hermanos:

Os doy la bienvenida a todos vosotros reunidos en Roma para el Capítulo General y agradezco al Prior General sus palabras.

En este Capítulo os habéis propuesto afrontar los retos más importantes del momento, a la luz de la Palabra de Dios, del Magisterio de la Iglesia y del gran Padre Agustín.

Sabéis bien que las comunidades de personas consagradas son lugares donde queremos vivir la experiencia de Dios desde una profunda interioridad y en comunión con nuestros hermanos. Este es el primer y fundamental desafío al que se enfrentan las personas consagradas y que hoy deseo confiaros en particular a vosotros: vivir juntos la experiencia de Dios para que podamos mostrárselo a este mundo de una manera clara, valiente, sin compromisos, ni vacilaciones. ¡Es una gran responsabilidad!

Recuerdo las palabras de San Pablo VI en la maravillosa Exhortación Evangelica testificatio: «La tradición de la Iglesia ―¿es necesario recordarlo?― nos ofrece, desde los orígenes, este testimonio privilegiado de una búsqueda constante de Dios, de un amor único e indiviso por Cristo, de una dedicación absoluta al crecimiento de su Reino. Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder en penetración, la “sal” de la fe de disolverse en un mundo de secularización» (n. 3). En aquel tiempo estaba en fase de secularización, hoy está completamente secularizado.

Vosotros, agustinos, habéis sido llamados a dar testimonio de esa caridad cálida, viva, visible, contagiosa de la Iglesia, a través de una vida comunitaria que manifiesta claramente la presencia del Resucitado y de su Espíritu. La unidad en la caridad ―como bien explican también vuestras Constituciones― es un punto central en la experiencia y espiritualidad de san Agustín y un fundamento de toda la vida agustiniana. En esta perspectiva, en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate he querido recordar «aquel sublime encuentro espiritual que vivieron juntos san Agustín y su madre santa Mónica» (n. 142): un momento en el que sus almas se funden en la intuición de la Sabiduría divina. Lo releemos siempre con emoción en la memoria litúrgica de santa Mónica. Ese deseo de la santa que al final obtuvo lo que buscaba e incluso más. Ese «cumulatius hoc mihi Deus meus prestitit» (S. Agustin Conf., IX,11). Esto debe alentarnos a proseguir.

«Pero ―añadí inmediatamente― estas experiencias no son lo más frecuente, ni lo más importante. La vida comunitaria [...] está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos [...]. La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador, es el lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre» (ib., 143.145).

Ciertamente, mantener viva esta llama de caridad fraterna no será posible sin el “in Deum” de vuestra Regla: «Primum, propter quod in unum estis congregati, ut unanimes habitetis in domo et sit vobis anima una et cor unum in Deum» (n. 3). Es decir, orientados hacia Dios. Este añadido a la expresión de los Hechos de los Apóstoles es propia de Agustín, para subrayar que es ese profundo dinamismo de vuestras comunidades, la primera gran fuente de la que brota todo vuestro servicio a la Iglesia y a la humanidad. El anima una et cor unum nace de esta fuente perenne: in Deum. Vuestros corazones orientados hacia Dios. ¡Siempre! Cada miembro de la comunidad debe orientarse, como el primer “propósito santo” de cada día, a la búsqueda de Dios, o a dejarse buscar por Dios. Esta “dirección” debe ser declarada, confesada, testificada entre vosotros sin falsa modestia. La búsqueda de Dios no puede ser oscurecida por otros propósitos, por generosos y apostólicos que sean. Porque ese es vuestro primer apostolado. Estamos aquí ―deberíais poder decir todos los días entre vosotros― porque estamos caminando hacia Dios. Y como Dios es Amor, caminamos hacia Él en amor.

Como escribió el querido P. Agostino Trapé: «Según la Regla, la caridad no es sólo el fin y el medio de la vida religiosa, sino también su centro: de la caridad debe proceder y a la caridad debe orientarse, con un movimiento perpetuo de causalidad circular, cada pensamiento, cada afecto, cada actitud, cada acción» (San Agustín, Regla, Milán 1971-Ancora, p. 137).

San Agustín, escribiendo a san Jerónimo, expresaba así su propia experiencia de comunidad: «Confieso que me resulta aún más natural abandonarme enteramente al afecto de tales personas, sobre todo cuando estoy oprimido por los escándalos del mundo: en sus corazones encuentro descanso sin preocupaciones, convencido de que hay Dios en él» (Cartas 73,10). Y frente a los escándalos de la Iglesia y también a los escándalos de vuestra familia, la paz va por este camino. Volved a apuntad hacia ello…y los escándalos se derrumban, solos, porque demuestran que no hay otro camino, este es el camino.

A menudo es bueno volver a aquella meditación que Agustín dio a sus fieles, sobre la Primera Carta de Juan, donde la Iglesia es llamada por él «mater charitas», una madre que llora por la división de los hijos y llama y recuerda la unidad de la caridad: «Si quieres saber si has recibido el Espíritu, interroga a tu corazón para no correr el riesgo de tener el sacramento, pero no el efecto de él. Pregúntale a tu corazón y si allí hay caridad hacia tu hermano, está tranquilo. No puede haber amor sin el Espíritu de Dios, porque Pablo grita: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5)» (ibíd. VI,10).

Vuestras Constituciones llaman a esta caridad fraterna “un signo profético”, y su advertencia es sabia cuando dicen: «No podremos realizar todo esto si no tomamos nuestra cruz diaria por Cristo, con humildad y mansedumbre». La cruz es la medida del amor, siempre. Es verdad que se puede amar sin cruz, cuando no hay cruz, pero cuando hay cruz, la forma en que cargo con la cruz, es la medida del amor. Es así.

Volvamos a la meditación agustiniana para escuchar de él, padre y guía, lo que es a fin de cuentas la via charitatis: «Dice el Señor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros” (Jn 13, 34). […] Pero, ¿cuál es la perfección del amor? Es también amar a nuestros enemigos y amarlos para que se hagan hermanos [...]. Así amó quien, colgado en la cruz, dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34) [...]. Cuando estaba clavado en la cruz, caminaba precisamente por este camino, que es el camino de la caridad» (ibíd., I, 9).

Queridos hermanos, estos son también hoy para vosotros el desafío y la responsabilidad: ¡vivir en vuestras comunidades de tal manera que podáis experimentar juntos a Dios y mostrarlo vivo al mundo! La experiencia del Señor, como Él es, como Él nos busca cada día. Que María, madre de Jesús y figura luminosa de la Iglesia, os acompañe y proteja siempre. Os bendigo de corazón y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.

 



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