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VISITA PASTORAL A SAN MARINO Y RÍMINI

ÁNGELUS

San Marino
, domingo 29 de agosto de 1982

 

1. Antes de la bendición final, os invito a dirigir el pensamiento a la Virgen, rezando el Ángelus. Con esta oración, mediante la cual recordamos el anuncio que el Ángel hizo a María Virgen, adoramos al Padre celestial por el gran don de la Encarnación. Adoramos al Padre por la revelación de este misterio central de la historia de la salvación, esto es, de la entrada del Verbo Eterno en las vicisitudes de este mundo. Este es el misterio del amor infinito del Padre que ha querido establecer con nosotros relaciones de una familiaridad tan grande, que nos hace hijos en el Hijo. Y es el misterio del amor del Verbo que se ha hecho hombre.

El pasaje de Santiago, proclamado en esta liturgia, habla de los dones que recibimos del Padre: "Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros": (Sant 1, 17). El mayor de estos dones es el Hijo, que nos ha dado: Jesucristo que fue concebido en el seno bendito de la Virgen de Nazaret por obra del Espíritu Santo.

Con estas palabras conclusivas de mi encuentro con vosotros, queridos ciudadanos de San Marino, quiero realizar un acto de profunda adoración a Dios, recogiendo y ofreciendo los sentimientos con los que las generaciones pasadas y las actuales de San Marino han recordado a Cristo y a la Virgen María. Quiero ofrecer todas las expresiones de amor y confianza que estas generaciones han dirigido a Cristo y a su Madre a través de los siglos y que también elevan hoy.

2. Como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, quisiera, además, dar gracias con vosotros y por vosotros al Padre por el "don" de la "palabra que ha sido plantada en vosotros" (Sant 1, 21) desde los orígenes de esta República. Os exhorto a uniros conmigo para dar gracias a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, que es para todos vosotros el auténtico modelo de cómo se acoge y se pone en práctica la Palabra de Dios. Ella fue saludada por su pariente Santa Isabel ―como repetimos tan frecuentemente― "bendita entre las mujeres", precisamente porque creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor: ¡creyó y vivió en esta certeza!

3. Finalmente, deseo encomendaros al "Padre de las luces" por Cristo y mediante la intercesión de su Madre, a fin de que ilumine vuestras mentes y mueva vuestras voluntades para acoger generosamente todo lo que he manifestado en la homilía de esta celebración eucarística. Que la Virgen os ayude a utilizar siempre con rectitud la libertad, según la ley de Dios y la mejor tradición de vuestra República; que os sostenga en el compromiso de respetar los valores de la familia y os afiance en el esfuerzo cotidiano de corresponder con generosidad a las profundas exigencias del espíritu.

 



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