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CARTA APOSTÓLICA
LES GRANDS MYSTÈRES
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
POR LA RECONCILIACIÓN Y LA PAZ EN LÍBANO

 

A todos los obispos de la Iglesia Católica

 

Queridos hermanos en el Episcopado:

Los grandes misterios de nuestra salvación que acabamos de celebrar estos últimos días nos recuerdan a qué precio hemos sido redimidos por Cristo "entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación" (Rom 4, 25). La Iglesia entera ha cantado su "Aleluya", gozosa de saberse portadora del mensaje de vida y esperanza que Pascua propone a la humanidad.

Pero la conciencia de la victoria de Cristo sobre las tinieblas hace todavía más viva nuestra preocupación de saber que muchos hermanos nuestros afrontan continuamente el mal en todas sus formas, en particular la guerra y sus terribles consecuencias. Por eso mi corazón se oprime al pensar en el drama que, desde hace diez años, vive todavía el Líbano.

El Líbano es hoy objeto de sufrimiento para el mundo y para la Iglesia, pues hermanos de nuestra misma condición humana sufren allí y miran con angustia el porvenir. Acabo de dirigir a todos los libaneses un Mensaje en el que he repetido mi confianza en el Líbano y en todos sus ciudadanos deseosos de hacer renacer un país a la vez nuevo y fiel a su precioso patrimonio espiritual.

Este Mensaje yo deseo que sea de toda la Iglesia, y por ello lo someto a vuestra consideración, venerables hermanos, para que lo deis a conocer a vuestras comunidades, alimente la oración y haga reflexionar a todos los hombres amantes de la paz y de la verdad sobre el drama de un pueblo que ha sufrido demasiado tiempo a causa de la violencia.

Como cristianos, no podemos por menos de ser artífices de paz, de esa paz que cantan las bienaventuranzas, de esa paz a la vez don y tarea confiada a la acción de cada uno.

Pero esta solidaridad se convierte en un deber más imperioso todavía cuando los que sufren son además hermanos cristianos. Ellos deben saber que participamos espiritualmente de su suerte teniendo conciencia de pertenecer a una misma familia.

No los olvidamos. Antes al contrario, contamos con ellos, con su presencia en un Líbano democrático, abierto a los otros, en diálogo con las culturas y las religiones, que sólo así es capaz de sobrevivir y asegurar su existencia en la libertad y la dignidad. Además, el desarrollo de la cristiandad en el Líbano condiciona la presencia de las minorías cristianas en Oriente Medio: el Papa y la Iglesia universal son conscientes de ello. Cada comunidad cristiana del mundo quisiera sin duda dar su propia aportación a la salvaguardia de estas Iglesias orientales que han sido la cuna de nuestra fe y a las que tanto debemos: ellas pueden contar con el apoyo moral y espiritual de la Iglesia católica entera.

Esta es la razón por la cual, venerables hermanos, os invito a rezar y a hacer rezar por nuestros hermanos cristianos libaneses: que ellos tengan el coraje de creer en el porvenir y por tanto que se estrechen cada vez más en torno a sus obispos para llevar en Iglesia el nombre de Dios a sus ciudadanos. En un Líbano todavía víctima de divisiones y exclusivismos de toda clase, es primordial que la comunidad cristiana aparezca como fermento de unidad y de reconciliación.

Recemos también por nuestros hermanos libaneses no cristianos que han escrito, junto con sus conciudadanos que profesan la fe en Cristo, la historia del Líbano, tierra de encuentro y de diálogo. ¿Cómo hombres que viven en la misma tierra y se reconocen hijos de un mismo Dios no terminarán por superar los tristes episodios de violencia y de venganza para mirar juntos al porvenir que hay que construir? ¡Qué desastre para el mundo si los unos y los otros llegasen a excluirse en nombre de la religión! Por su parte, los cristianos del mundo árabe se han sentido siempre de casa en esta región en la que han contribuido a la difusión de un mensaje de cultura y de progreso del que todos han sido beneficiarios.

Roguemos finalmente al Señor para que inspire a los amigos del Líbano en todas partes, en particular a los que asumen responsabilidades a nivel de decisiones políticas. ¡Que nadie ceda al cansancio, sino que todos estén dispuestos a continuar ayudando al Líbano a encontrar su fisonomía original! Todos los que aman este país deben ayudar a los libaneses a reconstruirlo con sus propios esfuerzos en torno a las legítimas autoridades: esto sólo podrá acontecer si cada uno está dispuesto en el Líbano o en cualquier otra parte, a sacrificar los propios intereses para que triunfe el bien común.

Os confío estas reflexiones, venerables hermanos, para que este Mensaje enviado a los libaneses sea también el que vosotros mismos y aquellos de los que tenéis el cuidado pastoral les dirigís. Como nuestros primeros hermanos en la fe que, después de la resurrección del Señor, "perseveraban unánimes en la oración... con María, la Madre de Jesús" (Act 1, 14), nosotros nos unimos a la súplica de la Iglesia en el Líbano para que le sea dada la gracia de sacar de la cruz de Cristo, que ella lleva en su carne, la fuerza de vivir el hoy de Dios y su ideal de fraternidad y de reconciliación. Deseamos también repetir a los libaneses no cristianos nuestra estima y pedimos a Dios que los ilumine a fin de que sepan resistir a la tentación de las separaciones, y de la desconfianza que ellas engendran tan fácilmente.

¡Que Dios dé a cada uno bastante coraje y fe para que el hombre sea vencedor de las tinieblas! Por lo demás, no será la primera vez que los libaneses desafían la prueba y la incertidumbre.

Confiamos estos deseos y estas oraciones a la intercesión de la Santísima Virgen a fin de que el Líbano vuelva a ser pronto para los pueblos de la región y del mundo un signo de esperanza ofrecido a todos.

Con un afecto particular en el Señor os concedo mi bendición apostólica.

Vaticano, 1 de mayo de 1984

JOANNES PAULUS PP. II



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