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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 21 de enero de 1987

 

1. "Unidos en Cristo, una nueva creación" (cf. 2 Cor 5, 17-6, 4a).

Es el lema escogido este año para la "Semana de Oración por la unidad de los cristianos" que se está celebrando en todo el mundo. La anual "Semana de Oración" implica cada vez más a los cristianos: católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes se reúnen en asambleas comunes para invocar el perdón por el pecado de la división, y el don de la unidad. Esta celebración común resulta espiritualmente dinámica; anima desde dentro el movimiento hacia la unidad; lo sostiene en los momentos difíciles; lo mantiene constantemente orientado al justo fin.

El tema elegido para este año pide que nos fijemos en la raíz última de la unidad eclesial: la unión en Cristo.

Por el sacrificio de Jesucristo, muerto y resucitado por la salvación del mundo, Dios nos ha reconciliado consigo. Hemos sido redimidos por la sangre de Cristo. Incorporados a Él, participamos de su vida. Por consiguiente, estamos llamados a una vida nueva (cf. Rom 6, 4).

A los primeros cristianos de Corinto, afligidos por divisiones internas, San Pablo, en su segunda Carta, recuerda con fuerza que lo viejo ha pasado. Y lo viejo es: el odio, el antagonismo, las divisiones, el pecado. Pablo también les recuerda que ha nacido lo nuevo: la reconciliación, la caridad, la solidaridad, la unidad. Y añade una frase lapidaria y densa: "El que es de Cristo se ha hecho una criatura nuevaā€¯ (2 Cor, 5, 17).

2. El Concilio Vaticano II ha basado su reflexión en el "vínculo sacramental de unidad" (Unitatis redintegratio, 22) que existe entre los católicos y los demás cristianos sobre el acontecimiento del bautismo.

Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado y recibido con la requerida disposición de alma, "el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina... El bautismo, por tanto, constituye un poderoso vínculo sacramental de unidad entre todos los que con él se han regenerado" (Unitatis redintegratio, 22).

Este vínculo profundo, que permanece a pesar de cualquier división, es el fundamento sólido de la unidad. Pero no se trata de un fundamento estático. Pues del bautismo común emana una exigencia muy urgente de la realización plena de la unidad, en la comunión eclesial, de toda la comunidad cristiana, sin ninguna división de fe, aún en la variedad de expresiones legítimas de tradiciones litúrgicas y disciplinares (cf. Unitatis redintegratio, 1).

La unidad radical en Cristo exige la plena comunión de fe y de vida para que la comunidad cristiana pueda dar un testimonio cada vez más convincente de la nueva creación, a la que el Señor llama a toda la humanidad.

3. La "Jornada de Oración" que celebramos en Asís con el fin de impetrar para el mundo -en el contexto de un proyecto más amplio- dio también ocasión para una oración común entre los cristianos. Esta se basaba en la fe común en Jesucristo, Salvador del mundo y Príncipe de la paz. Junto a los creyentes de las demás religiones que, también ellos, rezaban por la paz, la oración común entre los cristianos expresaba lo específicamente cristiano que nos une en la fe fundamental y en la vocación común. Constituía casi la experiencia anticipada del día en que no habrá ya divisiones.

Al mismo tiempo, manifestaba el servicio común que los cristianos pueden y deben dar juntos en favor del hombre de nuestro tiempo.

El último Sínodo Extraordinario de los Obispos ha declarado que el ecumenismo está inscrito profunda e indeleblemente en la conciencia de la Iglesia. Y añade que "el diálogo ecuménico hace que se vea a la Iglesia más claramente como sacramento de unidad. La comunión entre los católicos y otros cristianos, aunque sea incompleta, llama también a todos a la colaboración en muchos campos y hace así posible, de alguna manera, un testimonio común del amor salvífico de Dios hacia el mundo necesitado de salvación" (Relación final, II, C, 7).

La presencia en Asís de numerosos representantes de las Iglesias y Comuniones cristianas de Oriente y de Occidente manifestó sin lugar a dudas un fruto de las nuevas relaciones instauradas entre los cristianos, y al mismo tiempo constató la posibilidad y la urgencia de dar nuevos pasos hacia la reconciliación plena, el testimonio y el servicio común a toda la humanidad.

Desde las perspectivas surgidas del encuentro de Asís, la oración por la unidad de los cristianos puede recibir un nuevo impulso y un reforzado compromiso.

4. Para desarrollar en nuestro tiempo el ministerio de la reconciliación (2 Cor 5, 18) hace falta estar plenamente reconciliados con Dios y con el prójimo, y antes que nada con los que compartimos la fe en el Dios Trino y estamos unidos por el único bautismo.

Concluimos estas reflexiones, dirigiendo a Dios nuestra oración por todos nuestros hermanos en la fe:

Oh Dios, que por medio del agua y del Espíritu Santo, nos has hecho renacer a la vida eterna en la nueva creación, continua, con tu bondad, derramando tus bendiciones a tus hijos y a tus hijas; mantennos siempre y en todas partes miembros fieles de tu pueblo, unidos por un bautismo común, y confesando juntos la única fe heredada de los Apóstoles, para que demos testimonio en un mundo dividido y busquemos la unidad plena que Cristo quiso para su Iglesia.

Él es Dios, y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Saludos

Dirijo mi cordial saludo saludo a los peregrinos que, llegados individualmente o en grupo, desde América Latina o España, están aquí presentes. Os invito a que en vuestra plegaria al Señor roguéis con humilde y confiada insistencia para que la unidad entre los seguidores de Cristo sea cuanto antes una gozosa realidad.

Me es grato saludar también al grupo de Militares del CESEDEN, de Madrid, que, con espíritu de sincera adhesión, han venido a saludar al Papa. Ante todo, deseo agradecer vuestra presencia en este encuentro. A vosotros y a vuestros compañeros de armas quiero recordar la necesidad de crear unos cauces donde la paz, valor fundamental en la vida de los pueblos y de las personas, ocupe siempre un lugar privilegiado; así será posible el progreso espiritual y material en el mundo actual.

A todos imparto, en prueba de benevolencia, mi bendición apostólica, que extiendo a vuestros respectivos hogares.



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