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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 22 de marzo de 1989

 

1. “Jesucristo fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación” (Rm 4, 25).

“Cristo murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5, 15).

Estas afirmaciones del Apóstol Pablo siempre nos confortan y consuelan en la peregrinación de nuestra vida; pero sobre todo en la “Semana Santa”, al prepararnos a la solemnidad de la Pascua, nos hacen reflexionar sobre el “sentido pascual” de la vida cristiana.

Sabemos que “Pascua” significa “paso”, palabra que se interpreta de diversos modos: en primer lugar, recuerda el histórico y venturoso “paso” del pueblo hebreo, guiado por Moisés, de la esclavitud de los egipcios a la libertad de nación elegido por Dios en función de la venida del Mesías; indica, además, el sacrificio del cordero inmolado por los hebreos antes de partir, así como la perenne memoria anual de ese “paso”; define también al mismo Jesús, el Mesías, el verdadero Cordero, cuya inmolación liberó a la humanidad de la opresión del pecado y determinó el “paso” del Antiguo al Nuevo Testamento; y finalmente “Pascua” significa el paso de Jesús de la muerte a la nueva vida: en efecto, la acepción común del término “Pascua” indica precisamente la resurrección gloriosa de Cristo, al tercer día después de su muerte en cruz, como había anunciado.

2. Así, pues, para el cristiano tener el “sentido pascual” de la vida significa ante todo poseer la profunda e inquebrantable convicción de que Cristo es de verdad el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, la Verdad absoluta, la Luz del mundo.

Precisamente las sugestivas ceremonias de la Vigilia pascual del Sábado Santo, con los símbolos del fuego, de la luz, del agua bautismal, del solemne canto del “Exsultet”, quieren indicar que Cristo es la Luz del mundo: el cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, se enciende del fuego bendecido en el atrio del templo; en el cirio se graban las letras “alfa” y “omega” y los números del año en curso, para indicar que el principio y el fin del tiempo están inscritos en la eternidad de Dios; cuando el diácono canta Lumen Christi, de la llama del cirio se encienden las velas de los fieles y poco a poco las luces del templo, a medida que se avanza hacia el altar: escena sugestiva, con la que se subraya que sólo Cristo, el Redentor, lleva la Luz de la divina Revelación, disipa las tinieblas y resuelve el enigma de la historia.

Por eso el cristiano siente ante Cristo resucitado el coraje, el fervor, el entusiasmo para anunciar a todo el mundo la Verdad: “¡Convertíos y creed en el Evangelio!”.

3. Tener el “sentido pascual” de la vida significa también comprender profundamente la realidad y el valor de la redención, que se ha realizado por la pasión y muerte en cruz de Jesús, y que precisamente la Semana Santa quiere recordarnos con sus ritos elocuentes, al proponer los trágicos sucesos que tuvieron lugar desde la agonía de Getsemaní hasta el grito de Jesús cuando morra clavado en la cruz. La muerte de Jesús en la cruz es el supremo acto de adoración al Padre, es el único y verdadero sacrificio ofrecido a Dios en nombre de la humanidad, como expresión máxima de oración, la cual encierra en sí misma cualquier otro tipo de adoración y de oración.

La muerte en cruz, penosa y desgarradora, fue también “sacrificio de expiación”, que nos hace comprender tanto la gravedad del pecado, que es rebelión contra Dios y rechazo de su amor, como la maravillosa obra redentora de Cristo, que al expiar por la humanidad nos ha devuelto la “gracia”, es decir, la participación en la misma vida trinitaria de Dios y la herencia de su felicidad eterna. La pasión y la muerte en cruz de Jesús dan el verdadero y definitivo sentido del acontecer humano, en el cual se realiza ya la redención en perspectiva de eternidad. Como Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos gloriosos, si hemos aceptado su mensaje y su misión. El Viernes Santo doblamos la rodilla ante el Crucifijo y repetimos con San Pablo: “Con Cristo estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20).

4. En fin, el “sentido pascual” de la vida también emerge espléndidamente en la Misa vespertina del Jueves Santo in Cena Domini, que recuerda la institución del Sacrificio-Sacramento de la Eucaristía. El mismo Jesús, con su infinita y amorosa sabiduría, quiso que el único e irrepetible Sacrificio del Calvario, acto supremo de adoración y de expiación, permaneciera para siempre presente en la historia por medio de los sacerdotes y de los obispos, encargados para ello expresamente por Él.

Por eso, el Jueves Santo nos recuerda que la vida del cristiano ha de ser “eucarística”: ¡El cristiano lúcido y coherente no puede pasar sin la Santa Misa y la Santa Comunión, porque ha comprendido que no puede pasar sin la “Pascua” del Señor! Y de este “sentido pascual” de la vida también surge necesariamente el sentimiento y el compromiso de caridad hacia los hermanos, de comprensión, de paciencia, de perdón, de sensibilidad hacia el que sufre, recordando el ejemplo del Divino Maestro quien, antes de la institución de la Eucaristía, lavó humildemente los pies a los Apóstoles.

5. Amadísimos: La Semana Santa que estamos celebrando, os ayude a reflexionar sobre el mensaje fundamental de la Pascua. En la medida de lo posible, tomad parte vosotros también en el Triduo Sacro en vuestras parroquias, para que no pase en balde la gracia que ofrece la liturgia; acercaos a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, a fin de que vuestra Pascua sea de verdad un gran acontecimiento espiritual, que se prolongue después a todos los días del año y se abra a la vida eterna.

Esta es mi exhortación cordial, que os dejo junto con mi felicitación y mi bendición.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, saludo al grupo de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, a todos los sacerdotes y demás almas consagradas aquí presentes a quienes aliento a una entrega generosa a Dios y a la Iglesia.

Asimismo saludo a los integrantes de la peregrinación de la diócesis de Ávila y a la organizada por el Consejo General de Colegios de Agentes comerciales de España.

Mi bienvenida y particular bendición a los numerosos grupos de jóvenes procedentes de tantos lugares de España y de países de América Latina, como México y Argentina.

A todos bendigo de corazón.



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