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SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
PARA LOS LAICOS DE ROMA COMPROMETIDOS EN LA PASTORAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


Basílica de San Pedro
Domingo 25 de noviembre de 1979

 

1. Hoy la basílica de San Pedro vibra con la liturgia de una solemnidad extraordinaria. En el calendario litúrgico postconciliar la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo va unida al domingo último del año eclesiástico. Y está bien así. Efectivamente, las verdades de la fe que queremos manifestar, el misterio que queremos vivir encierran, en cierto sentido, cada una de las dimensiones de la historia, cada una de las etapas del tiempo humano, y abren al mismo tiempo la perspectiva "de un cielo nuevo y de una tierra nueva" (Ap 21, 1), la perspectiva de un Reino que "no es de este mundo" (Jn 18, 36). Es posible que se entienda erróneamente el significado de las palabras sobre el "Reino", que pronunció Cristo ante Pilato, es decir sobre el Reino que no es de este mundo. Sin embargo, el contexto singular del acontecimiento, en cuyo ámbito fueron pronunciadas, no permite comprenderlas así. Debemos admitir que el Reino de Cristo, gracias al cual se abren ante el hombre las perspectivas extraterrestres, las perspectivas de la eternidad, se forma en el mundo y en la temporalidad. Se forma, pues, en el hombre mismo mediante "el testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) que Cristo dio en ese momento dramático de su Misión mesiánica: ante Pilato, ante la muerte en cruz, que pidieron al juez sus acusadores. Así, pues, debe atraer nuestra atención no sólo el momento litúrgico de la solemnidad de hoy, sino también la sorprendente síntesis de verdad, que esta solemnidad expresa y proclama. Por esto me he permitido, junto con el cardenal Vicario de Roma, invitar hoy a los miembros de los diversos sectores del apostolado de los laicos de todas las parroquias de nuestra ciudad, esto es, a todos los que junto con el Obispo de Roma y con los Pastores de almas de cada una de las parroquias aceptan hacer propio el testimonio de Cristo Rey y tratan de hacer lugar en sus corazones al Reino y de difundirlo entre los hombres.

2. Jesucristo es "el testigo fiel" (cf. Ap 1, 5), como dice el autor del Apocalipsis. Es el "testigo fiel" del señorío de Dios en la creación y sobre todo en la historia del hombre. Efectivamente, Dios formó al hombre, desde el principio, como Creador y a la vez como Padre. Por lo tanto, Dios, como Creador y como Padre, está siempre presente en su historia. Se ha convertido no sólo en el Principio y en el Término de todo lo creado, sino que se ha convertido también en el Señor de la historia y en el Dios de la Alianza: "Yo soy el alfa y el omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso" (Ap 1, 8).

Jesucristo —"Testigo fiel"— ha venido al mundo precisamente para dar testimonio de esto.

¡Su venida en el tiempo! De qué modo tan concreto y sugestivo la había preanunciado el profeta Daniel en su visión mesiánica, hablando de la venida de "un hijo de hombre" (Dan 7, 13) y delineando la dimensión espiritual de su Reino en estos términos: "Le fue dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá" (Dan 7, 14). Así ve el profeta Daniel, probablemente en el siglo II, el Reino de Cristo antes de que El viniese al mundo.

3. Lo que sucedió ante Pilato el viernes antes de Pascua nos permite liberar la imagen profética de Daniel de toda asociación impropia. He aquí, en efecto, que el mismo "Hijo del hombre" responde a la pregunta que le hizo el gobernador romano, Esta respuesta dice: "Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36).

Pilato, representante del poder ejercido en nombre de la poderosa Roma sobre el territorio de Palestina, el hombre que piensa según las categorías temporales y políticas, no entiende esta respuesta. Por eso pregunta por segunda vez: "¿Luego tú eres rey?" (Jn 18, 37).

También Cristo responde por segunda vez. Como la primera vez ha explicado en qué sentido no es rey, así ahora, para responder plenamente a la pregunta de Pilato y al mismo tiempo a la pregunta de toda la historia de la humanidad, de todos los gobernantes y de todos los políticos, responde así: "Yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz" (cf. Jn 18, 37).

Esta respuesta, en conexión con la primera, expresa toda la verdad sobre su Reino: toda la verdad sobre Cristo-Rey .

4. En esta verdad se incluyen también las palabras ulteriores del Apocalipsis, con las que el discípulo amado completa, de algún modo, a la luz de la conversación que tuvo lugar el Viernes Santo en la residencia jerosolimitana de Pilato, lo que hace tiempo escribió el profeta Daniel. San Juan anota: "Ved que viene en las nubes del cielo (así lo había expresado Daniel) y todo ojo lo verá, y cuantos le traspasaron... Sí, amén" (Ap 1, 5-6). Precisamente: Amén. Esta palabra única sella por así decirlo, la verdad sobre Cristo. No es sólo "el testigo fiel", sino también "el primogénito de entre los muertos" (Ap 1. 5). Y si es el Príncipe de la tierra y de quienes la gobiernan ("el Príncipe de los reyes de la tierra", Ap 1, 5), lo es por esto, sobre todo por esto y definitivamente por esto, porque "nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre y nos ha hecho reyes y sacerdotes de Dios su Padre" (Ap 1, 5-6).

5. He aquí la definición plena de ese Reino, toda la verdad sobre Cristo Rey. Nos hemos reunido hoy en esta Basílica para aceptar esta verdad una vez más, con los ojos de la fe bien abiertos y con el corazón pronto para dar la respuesta. No sólo porque se trata de verdad que exige respuesta. No sólo la comprensión. No sólo la aceptación por parte del entendimiento, sino una respuesta que brota de toda la vida.

Esta respuesta ha sido pronunciada, de modo espléndido, por el Episcopado de la Iglesia contemporánea en el Concilio Vaticano II. En este momento quisiéramos incluso tender la mano a esos textos de la Constitución Lumen gentium que deslumbran con la profundidad sencilla de la verdad, a esos textos cargados de la plenitud de la "praxis" cristiana contenidos en la Constitución pastoral Gaudium et spes y a tantos otros documentos que sacan de esos fundamentales las conclusiones concretas para los diversos campos de la vida eclesial. Pienso especialmente en el decreto Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los laicos. Si algo pido al laicado de Roma y del mundo es que tengan siempre a la vista estos documentos espléndidos de la enseñanza de la Iglesia contemporánea. Ellos definen el sentido más profundo del ser cristianos. Estos documentos merecen mucho más que ser simplemente estudiados o meditados; si no se busca en ellos el apoyo, es casi imposible entender y realizar nuestra vocación y, especialmente, la vocación de los laicos, su particular aportación a la construcción de ese Reino que, aun no siendo "de este mundo" (Jn 18, 36), sin embargo, existe ya aquí abajo, porque está en nosotros. Y. en particular, en vosotros: ¡laicos!

6. Cristo subió a la cruz como un Rey singular: como el testigo eterno de la verdad. "Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). Este testimonio es la medida de nuestras obras, La medida de la vida. La verdad por la que Cristo ha dado la vida —y que la ha confirmado con la resurrección—, es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El Reino de Cristo se manifiesta, como enseña el Concilio, en la "realeza" del hombre. Es necesario que, bajo esta luz, sepamos participar en toda esfera de la vida contemporánea y formarla. Efectivamente, no faltan en nuestros tiempos propuestas dirigidas al hombre, no faltan programas que se presentan para su bien. ¡Sepamos examinarlos de nuevo en la dimensión de la verdad plena sobre el hombre, de la verdad confirmada con las palabras y con la cruz de Cristo! ¡Sepamos discernirlos bien! Lo que afirman, ¿se expresa con la medida de la verdadera dignidad del hombre? La libertad que proclaman, ¿sirve a la realeza del ser creado a imagen de Dios, o por el contrario prepara la privación o constricción de la misma? Por ejemplo: ¿sirven a la verdadera libertad del hombre o expresan su dignidad, la infidelidad conyugal, aun cuando esté legalizada por el divorcio, o la falta de responsabilidad por la vida concebida, aun cuando la técnica moderna enseña cómo desembarazarse de ella? Ciertamente todo el "permisivismo" moral no se basa en la dignidad del hombre y no educa al hombre para su realeza.

¿Cómo no evocar aquí la diagnosis que en el contexto socio-religioso de nuestra ciudad ha hecho el señor cardenal Vicario en vuestra asamblea del pasado 10 de noviembre? El ha indicado los principales "sufrimientos" que angustian a la ciudad de Roma: la inseguridad social de las familias por la casa, el trabajo, la educación de los hijos; el extravío espiritual y social de los emigrantes de zonas rurales; la incomunicabilidad entre las familias que viven en los grandes condominios populares sin conocerse y sin la valentía de solidarizarse: la delincuencia organizada especialmente al servicio de la droga; la violencia loca e inmotivada y el terrorismo político, a los que se añaden las múltiples manifestaciones de inmoralidad y de irreligiosidad en la vida personal y social.

También se especificaban las causas de estos males, entre otras, el descenso del interés por los problemas de la educación y de la enseñanza dejada cada vez más en poder de fuerzas minoritarias, pero fuertemente perturbadoras; la disgregación de la familia sometida a la acción corrosiva de múltiples factores ambientales y de costumbres. Pero la raíz más profunda de ellas, como ha dicho el cardenal, está "en el constante desprecio de la persona humana, de su dignidad. de sus derechos y deberes" y del sentido religioso y moral de la vida. El cardenal Vicario os ha pedido también a todos vosotros que asumáis decididamente responsabilidades, colocándoos ante algunas "perspectivas concretas de compromiso" y exactamente: la construcción de una verdadera comunidad cristiana, capaz de anunciar el Evangelio de modo creíble; el compromiso cultural de búsqueda y discernimiento crítico, con fidelidad constante al Magisterio, en orden a un diálogo justo entre Iglesia y mundo; el compromiso de contribuir al incremento del sentido de la responsabilidad social, estimulando en el clero y en los fieles la solidaridad por el bien común tanto de la comunidad eclesial como de la civil; finalmente, el compromiso en la pastoral vocacional, hoy especialmente urgente, y en la de las comunicaciones sociales.

He aquí, hermanas y hermanos queridísimos, que están ante vosotros algunas coordenadas precisas de acción pastoral, en las que cada uno está invitado a medirse con adhesión coherente a las exigencias, que dimanan del bautismo y de la confirmación y reafirmadas por la participación en la Eucaristía. Pido a todos y a cada uno que no se eche atrás ante las propias responsabilidades. Lo pido en la solemnidad litúrgica de Cristo Rey.

Cristo, en cierto sentido, está siempre ante el tribunal de las conciencias humanas, como una vez se encontró ante el tribunal de Pilato. El nos revela siempre la verdad de su Reino. Y se encuentra siempre, por tantas partes, con la réplica: "¿Qué es la verdad?" (Jn 18, 38).

Por esto que El se encuentre aún cercano a nosotros. Que su reino esté cada vez más en nosotros. Correspondámosle con el amor al que nos ha llamado, y amemos en El siempre más la dignidad de cada hombre.

Entonces seremos verdaderamente partícipes de su misión. Nos convertiremos en apóstoles de su reino. Amén.

 



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