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MISA PARA LOS EMPLEADOS DE LAS VILLAS PONTIFICIAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo XVI per annum
Castelgandolfo, 20 de julio de 1980

 

Queridos hermanos y hermanas:

Estoy contento de celebrar hoy con vosotros este convite eucarístico, en el primer domingo de mi estancia estiva en Castelgandolfo. La comunión que ahora establecemos entre nosotros alrededor del altar del Señor quiere ser signo, particular y singularísimo, de esos vínculos de fe y de intenciones que realmente nos unen cada día, aunque no siempre puedan expresarse de esta manera privilegiada. Aprovecho la ocasión, pues, tan oportuna, para manifestar mi aprecio hacia el trabajo desarrollado por vosotros, y mi cordial gratitud por vuestra solícita dedicación.

Pero, puesto que estamos celebrando la Santa Misa, debemos tomar de la liturgia de la Palabra la enseñanza adecuada para nuestra vida. Acabamos de leer en el Evangelio según San Lucas el episodio de la hospitalidad concedida a Jesús por Marta y María. Estas dos hermanas, en la historia de la espiritualidad cristiana, se han considerado como figuras emblemáticas relacionadas, respectivamente, con la acción y la contemplación: Marta está muy ocupada en las tareas de la casa, mientras que María está sentada a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Podemos sacar dos lecciones de este texto evangélico.

Ante todo, hay que notar la frase final de Jesús: "María ha elegido la parte mejor, que no le será quitada". De esta manera subraya, con fuerza, el valor fundamental e insustituible que, para nuestra existencia, tiene la escucha de la Palabra de Dios: ésta debe ser nuestro constante punto de referencia, nuestra luz y nuestra fuerza. Pero hay que escucharla.

Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar. El hombre de hoy siente mucho la necesidad de no limitarse a las meras preocupaciones materiales, e integrar, en cambio, su propia cultura técnica con superiores y desintoxicantes aportaciones procedentes del mundo del espíritu. Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía.

Por tanto, tenemos que conservar siempre ante los ojos del corazón el misterio del amor, con que Dios ha venido a nuestro encuentro en su Hijo, Jesucristo: el objeto de nuestra contemplación está todo aquí, y de aquí procede nuestra salvación, el rescate de toda forma de alienación y, sobre todo, de la del pecado. En resumidas cuentas, estamos invitados a hacer como la otra María, la Madre de Jesús, la cual "guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19). Con esta condición no seremos hombres en una sola dimensión, sino ricos de la misma grandeza de Dios.

Pero hay una segunda lección que aprender: y es que nunca debemos ver un contraste entre la acción y la contemplación. En efecto, leemos en el Evangelio que fue "Marta" (y no María) quien acogió a Jesús "en su casa". Por otra parte, la primera lectura de hoy nos sugiere la armonía entre las dos cosas: el episodio de la hospitalidad concedida por Abraham a los tres misteriosos personajes enviados por el Señor, los cuales, según una antigua interpretación, son incluso una imagen de la Santa Trinidad, nos enseña que también con nuestros trabajos diarios más pequeños podemos servir al Señor y estar en contacto con El. Y, puesto que este año se celebra el décimo quinto centenario del nacimiento de San Benito, recordamos su célebre máxima: "Reza y trabaja", Ora et labora! Estas palabras contienen un programa entero: no de oposición, sino de síntesis; no de contraste, sino de fusión entre dos elementos igualmente importantes.

Esto trae consigo para nosotros una enseñanza muy concreta que se puede expresar en manera de interrogación: ¿Hasta qué punto somos capaces de ver en la contemplación y en la oración un momento de auténtica carga para nuestras tareas diarias?, y, por otra parte, ¿hasta qué punto podemos vivificar, hasta lo íntimo, nuestro trabajo con una fermentadora comunión con el Señor? Estas preguntas pueden servir para un examen de conciencia y convertirse en estímulo para una toma de conciencia de nuestra vida de cada día, que sea, al mismo tiempo, más contemplativa y más activa.

Mientras ahora seguimos la celebración de la Santa Misa, ofrecemos al Señor estos nuestros propósitos, y sobre todo invocamos su potente gracia para que nos ayude a traducirlos en realidad vivida.

 



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