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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA EVANGELIZACIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PAOLO II

Avenida Costanera de Puerto Montt (Chile)
Sábado 4 de abril de 1987

 

1. “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Sal 98 [97], 3).

Aquí, en esta región sureña del continente americano, entre las cumbres de los Andes y las innumerables islas del litoral Pacífico, resuena hoy este versículo del Salmo en toda su majestuosa elocuencia.

Doy gracias a Dios nuestro Señor porque durante mi peregrinación a lo largo de vuestra patria, me ha permitido venir a Puerto Montt, desde donde mi voz quiere hacerse eco de esa victoria divina lograda para siempre por la Redención de Cristo. Saludo con particular afecto al Pastor de esta arquidiócesis y a los otros hermanos en el Episcopado aquí presentes, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a todos los amadísimos fieles, y a todos los habitantes de esta tierra tan hermosa del Sur de Chile, donde se han fundido los aportes de diversas razas y culturas. Un saludo particular lo dirijo en esta ocasión a los hombres del mar aquí presentes y a todas las personas que faenan a lo largo del litoral chileno. Tras la lectura bíblica de la pesca milagrosa, también yo, como Sucesor de Pedro, el pescador apóstol, me dispongo a lanzar una vez más la red del Evangelio. Están también presentes en mi afecto y en mi corazón de Pastor todos los diocesanos de Aysén, a quienes las dificultades en las comunicaciones no les han permitido venir a este encuentro. El Señor me ha enviado a predicar su mensaje para que todos los hombres lo aclamen.

“¡Aclamad al Señor tierra entera; gritad, vitoread, tocad!” (Sal 98 [97], 4), hemos cantado en el Salmo responsorial. La Iglesia en Chile, la Iglesia en toda América Latina quiere seguir escuchando y hacer propia la invitación del Salmista. Así lo puse ya de manifiesto, en coincidencia con mi viaje apostólico a Santo Domingo en 1984, cuando se dio inicio a la novena de años con la que ella se prepara para conmemorar, con un renovado propósito evangelizador, el primer anuncio del mensaje cristiano en tierras americanas.

El comienzo de tal epopeya va unido a aquel venturoso día 12 de octubre de 1492, cuando ante los ojos de los navegantes españoles se desvelaron “los confines de la tierra”, antes desconocidos para ellos. Y en el corazón de la Iglesia misionera nació un ferviente deseo de que estos “confines de la tierra”, apenas descubiertos, “contemplasen la victoria de nuestro Dios”: la salvación que ofrecen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a todos los hombres y pueblos, en Jesucristo.

¿No fue el mismo Jesucristo quien, al final de su misión mesiánica en la tierra, dijo a los Apóstoles: “Id por todo el mundo (Mc 16, 15), id pues y haced discípulos de entre todas las gentes”? (Mt 28, 19)

2. Ahora que se está acercando el Jubileo de la evangelización de América, —con el pensamiento puesto en el contexto actual de vuestro país— volvemos con la memoria a los diversos momentos en que se fue preparando la misión universal confiada por Cristo a sus Apóstoles.

El fragmento del Evangelio según San Lucas, que hemos proclamado en la liturgia de nuestro encuentro de hoy en Puerto Montt, contiene en sí el preanuncio de esta misión. Los Apóstoles habían pasado toda la noche faenando, en el lago de Genesaret, sin lograr pescar nada. Estaban cansados, presa del desánimo. El Señor les dice que echen las redes; y se produce el gran milagro: capturan gran cantidad de peces. Ante el signo insólito, ante el milagro, se comprende el estupor de aquellos hombres. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, y exclamó: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5, 8); con estas palabras confiesa humildemente su indignidad humana y. a la vez, la potencia divina demostrada por la persona del Maestro, quien contra toda esperanza les había ordenado echar las redes.

Es entonces cuando Jesús se vuelve a Pedro para decirle: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres” (Ibíd., 5, 10).

3. Desde aquel momento unos sencillos pescadores de Galilea quedarán transformados en discípulos y colaboradores del Maestro. Recordemos también que entre Getsemaní y el Gólgota sus esperanzas se vieron sometidas a una dura prueba; pero al tercer día Cristo resucitó y se les apareció en persona; y así, cuando el día de Pentecostés recibieron el poder del Espíritu Santo, aquellos pescadores de Galilea fueron enviados por todo el mundo para proclamar a todos los pueblos a Cristo crucificado.

“Nosotros —escribirá San Pablo más tarde— predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos” (1Co 1, 23). Pero para nosotros El es fuerza y sabiduría de Dios.

Y lo es para todos: “Para los llamados” (a la fe), ya sean “judíos como griegos” (Ibíd., 1, 24).

Sí, también nosotros predicamos a Cristo. “Ningún otro nombre hay bajo el cielo dado a los hombres, por el que podamos salvarnos” (Hch 4, 12).

4. Hermanos míos de Chile, en estos años de preparación para el V centenario de la evangelización de América, el Señor os repite a cada uno el llamado que hizo a Pedro en Genesaret: Jesús desea que todos seáis pescadores de hombres, apóstoles suyos.

En la antífona del Salmo responsorial hemos cantado: ¡Oh Cristo! Tú reinarás. ¡Oh Cruz!, Tú nos salvarás! La Cruz es el signo de la victoria de Cristo sobre el pecado: “la victoria de nuestro Dios, que los confines de la tierra han contemplado” (Sal 98 [97], 3). Por esto mismo los representantes de los Episcopados latinoamericanos, reunidos en octubre de 1984 en Santo Domingo, recibieron cada uno de mis manos una cruz, como signo de la evangelización. No sólo de aquella iniciada en América hace casi 500 años, sino también de la que se está llevando a cabo en el presente.

5. La evangelización, como afirma el documento de Puebla de los Ángeles, “está en los orígenes de este Nuevo Mundo que es América Latina. La Iglesia se hace presente en las raíces y en la actualidad del continente” (Puebla, 4). Prueba de ello es la propia evangelización de Chile. Mirando a su historia, nuestra ferviente acción de gracias se eleva al Señor por las maravillas que “el mensaje de la Cruz” (1Co 1, 18) ha obrado en esta tierra bendita; porque el poder de Dios brilla y sobrepuja las inevitables limitaciones de los hombres; porque su luz disipa las tinieblas.

La semilla de la fe cristiana fue traída a Chile por la expedición de Magallanes, más tarde por la de Almagro, y echó raíces en estos territorios del Nuevo Mundo merced al tesón de Pedro de Valdivia v de los misioneros que le acompañaban. Agradecemos al Señor esa herencia de la fe que, por providencia divina, empezó a dar fruto en estas tierras gracias al gran impulso evangelizador de los hijos de España.

Es emocionante leer los relatos y testimonios de aquellas gestas heroicas. En ellas —y por encima de las debilidades humanas y del comprensible afán de conquista— prevalece ciertamente y de manera admirable la voluntad de transmitir al Nuevo Mundo la Buena Nueva del mensaje cristiano, y de hacer confluir la cultura europea, en particular hispánica, con las culturas de los primitivos habitantes de esta tierra. Don Pedro de Valdivia, en una carta al Emperador Carlos V, testimoniaba su voluntad sincera de “no hacer agravio a nadie” y de contar con cuatro sacerdotes que se “entienden en la conversión de los indios y nos administran los sacramentos y usan muy bien su oficio de sacerdocio” (Don Pedro de Valdivia, Carta desde La Serena, 4 de septiembre de 1545).

Aquellos cuatro misioneros serían los primeros de una interminable serie de sacerdotes, religiosos y religiosas, que a través de los siglos vendrían a vuestra patria para consumir sus vidas en la implantación de la Iglesia.

No faltarían celosos misioneros que, en nombre del Evangelio, tomaran enérgicamente la defensa de los indígenas contra los abusos a que, a veces, se veían sometidos. Poco a poco irían llegando mercedarios, dominicos, franciscanos, jesuitas, agustinos y otras familias religiosas masculinas y femeninas. Desde los albores de la evangelización habrá también religiosas de clausura que recordarán a todos que, junto a la acción sacrificada, es indispensable la fuerza de la oración constante para convertir los corazones a Cristo. Quiero recordar también cómo los misioneros supieron hacer participar a tantos laicos en las tareas evangelizadoras, especialmente para asegurar la vida cristiana en aquellos lugares a los que ellos no podían acudir con frecuencia. Buen testimonio de esta colaboración de los laicos es la institución de los fiscales, aún viva en las islas de Chiloé.

La progresiva maduración de la sociedad chilena, durante el período colonial, tuvo lugar dentro de un ambiente en el que las instituciones educativas y de beneficencia, la religiosidad y todas las manifestaciones de la cultura fueron incorporando y dejándose fertilizar, generación tras generación, por los valores del Evangelio. Con la creación de las dos primeras diócesis de Santiago e Imperial —luego trasladada a Concepción—, la misma Iglesia, guiada por prelados ilustres, celosos y sacrificados, mediante sínodos diocesanos y actividad catequética, fue consolidándose progresivamente.

Contemporáneamente a ese creciente impulso evangelizador, surgieron en algunos momentos problemas, e incluso se crearon situaciones difíciles, sobre todo al sur de Concepción, que plantearían graves cuestiones a la conciencia cristiana. Las misiones de franciscanos y jesuitas entre los araucanos constituyen ciertamente una página gloriosa en la historia de la cristianización de Chile.

El camino de la evangelización siguió adelante con el mismo empuje, después que Chile alcanzara su autonomía como nación. De ello da testimonio la incorporación de otras familias religiosas a la obra de la evangelización el siglo pasado. Mencionamos en particular a los capuchinos por su abnegada labor en Araucania y a los salesianos en el extremo austral chileno.

6. Es suficiente este breve panorama de la evangelización en Chile, para sentirse uno impulsado a dar gracias al Señor porque el poder de su amor ha resplandecido en este pueblo cristiano, y porque la Santísima Virgen del Carmen, su Patrona, nunca ha dejado de confirmar las esperanzas que en Ella han depositado sus hijos chilenos.

Pero pasadas glorias no han de ser sino estimulo de nuevas empresas. Por ello, no podemos olvidar que la salvación se tiene que ir labrando día tras día y que, hoy como ayer, hemos de vencer obstáculos y dificultades para continuar en Chile la misión redentora de Cristo y de su Iglesia. Los medios a nuestro alcance para desplegar esta tarea son los mismos de Pedro y los demás Apóstoles: la Palabra de Dios y los Sacramentos.

Por eso, ante los retos a que se enfrenta la nueva evangelización en el presente, quiero dirigir a vuestra patria el mismo mensaje que lancé a toda América Latina desde Santo Domingo, en la apertura de este novenario. ¡A ti, Chile queridísimo, va mi mensaje de esperanza contra quienes pretenden arrebatarte la esperanza; un mensaje de paz y amor que te confirme como nación marcada por la fe católica!

Oh Chile, consciente cada vez más de las exigencias de tu fidelidad a Cristo, no dudes un momento en resistir:

— a «la tentación de quienes quieren olvidar tu innegable vocación cristiana y los valores que la plasman, para buscar modelos sociales que prescinden de ella o la contradicen;

— a la tentación de lo que puede debilitar la comunión en la Iglesia como sacramento de unidad y salvación; sea de quienes ideologizan la fe o pretenden construir una "Iglesia popular" que no es la de Cristo, sea de quienes promueven la difusión de sectas religiosas que poco tienen que ver con los verdaderos contenidos de la fe;

— a la tentación anticristiana de los violentos que desesperan del diálogo y de la reconciliación, y que sustituyen las soluciones políticas por el poder de las armas, o de la opresión ideológica;

— a la seducción de las ideologías que pretenden sustituir la visión cristiana con los ídolos del poder y la violencia, de la riqueza y del placer;

— a la corrupción de la vida pública o de los mercantes de droga y de pornografía, que van carcomiendo la fibra moral, la resistencia y esperanza de los pueblos;

— a la acción de los agentes del neomaltusianismo que quieren imponer un nuevo colonialismo a los pueblos latinoamericanos; ahogando su potencia de vida con las prácticas contraceptivas, la esterilización, la liberalización del aborto, y disgregando la unidad, estabilidad y fecundidad de la familia;

— al egoísmo de los "satisfechos" que se aferran a un presente privilegiado de minorías opulentas, mientras vastos sectores populares soportan difíciles y hasta dramáticas condiciones de vida, en situaciones de miseria, de marginación, de opresión;

— a las interferencias de potencias extranjeras, que siguen sus propios intereses económicos, de bloque o ideológicos, y reducen los pueblos a campo de maniobras al servicio de sus propias estrategias» (Homilía en Santo Domingo, III, n. 2, 12 de octubre de 1984).

7. Lleno de esperanza y confianza en Jesús, bendigo de todo corazón esa nueva evangelización de Chile, destinada a dar, con la gracia de Dios, muchos frutos, en vuestra patria, en América Latina y en el mundo.

Durante estos nueve años toda la Iglesia en Latinoamérica eleva a María, Madre de Dios y Reina de América, Madre y Reina de Chile, esta oración filial:

“Madre nuestra Santísima, / en esta hora de nueva evangelización, / ruega por nosotros al Redentor del hombre; / que El nos rescate del pecado / y de cuanto nos esclaviza: / que nos una con el vinculo de la fidelidad / a la Iglesia y a los Pastores que la guían. / Muestra tu amor de Madre a los pobres, / a los que sufren y a cuantos buscan el reino de tu Hijo. / Alienta nuestros esfuerzos por construir / el continente de la esperanza solidaria / en la verdad, la justicia y el amor”.

8. “Rema mar adentro” —dice Cristo a Simón Pedro— “y echad las redes para pescar (Lc 5, 4)”.

Entonces, para Pedro ese “mar adentro”, era sólo las aguas del lago de Genesaret. Más tarde, poco a poco, se va desvelando a los ojos de los pescadores-apóstoles un horizonte amplísimo que abarca hasta los confines del mundo, que llega a ese océano infinito de los misterios divinos y a ese mar de las almas que esperan de Dios la salvación. Son los hombres y mujeres de corazón sencillo que ponen su confianza en el Señor; que navegan por los, a veces procelosos mares de la vida buscando un faro que los guíe, una esperanza que dé sentido a su caminar.

Cristo, que daba gracias al Padre porque reveló los misterios del reino “a la gente sencilla” (Mt 11, 25), nos llama a abrir nuestro corazón a su mensaje, pues “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Co 1, 25).

A la misma inescrutable sabiduría y fuerza divina, se dirigen, de generación en generación, los sucesores de los pescadores-apóstoles. Aquellos que por primera vez trajeron la luz del Evangelio a vuestra tierra, y aquellos que la traen hoy. Y la traen en la comunidad de todo el Pueblo de Dios, que en la Cruz y en la Resurrección encuentra su sabiduría y su fuerza.

Cuando hoy Dios ha concedido al Sucesor de Pedro poder dar gracias en tierra chilena junto a vosotros, por el 500 aniversario del comienzo de la evangelización de América, quiero abrazar en mi corazón con la plegaria a todos aquellos que participaron en esta obra salvífica. Que la semilla que ellos plantaron en la tierra fértil del alma chilena continúe dando el ciento por uno en frutos de amor, verdad, libertad y justicia para que en esta tierra bendita reine la paz.

¡Queridos hermanos y hermanas!

¡Bendigamos al Señor que en la Cruz ha manifestado su salvación! ¡Bendigamos al Señor porque “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”!

Así sea.



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