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CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Viernes 8 de diciembre de 1989

 

l. "Cantad al Señor un cántico nuevo ... Su diestra le ha dado la victoria" (Sal 97/98, 1).

¡Cantad al Señor! Venimos hoy a esta Basílica que las generaciones cristianas de los primeros siglos edificaron en honor de María Santísima y que hoy los fieles de Roma y de todas las partes del mundo, con tanta generosidad y sensibilidad que merecen mi aplauso y mi aliento, contribuyen a volver a su antiguo esplendor sosteniendo los necesarios trabajos de restauración. Venimos a "cantar un cántico nuevo", es decir, el cántico de la Inmaculada Concepción.

Y venimos para meditar la victoria que en la Virgen de Nazaret, elegida para ser la Madre del Redentor, consiguió Cristo, su Hijo.

Venimos para alegramos juntamente con María por este misterio que se inscribe en la historia del gran adviento de la humanidad; y sobre el telón de fondo de esta historia Ella resplandece como la aurora en el cielo: cuando la noche deja paso al día, las tinieblas a la luz.

2. La liturgia de hoy habla de victoria porque habla de lucha.

"Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3, 15).

Estas palabras del Libro del Génesis pertenecen al pasaje que atestigua el origen del pecado en la historia del hombre: el pecado "original".

En este pecado "el padre de la mentira" (Jn 8, 44) se enfrentó al Padre de la luz. Y logró captar para su causa al hombre, a quien Dios había creado varón y mujer, y a quien había dado la gracia de su amistad: la participación en la vida misma de Dios.

El Concilio Vaticano II enseña: "Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes, 13).

Desde aquel momento "el hombre ... cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal... Es esto lo que explica la división intima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha. y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (ib. 13).

3. La liturgia de hoy habla de esta lucha. Se remonta al exordio mismo de la historia del pecado en el género humano. Pero al mismo tiempo habla de la victoria.

Y esa victoria ya es anunciada con las palabras del Libro del Génesis que aparecen en la primera lectura de esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

Dichas palabras aluden a la "estirpe de la mujer", que "herirá la cabeza de la serpiente".

Luego hemos escuchado en el Evangelio las palabras dirigidas por el ángel de la Anunciación a María de Nazaret: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús ... El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios... Su reino no tendrá fin" (Lc 1, 31.35.33).

4. El nombre Jesús significa "Dios salva" (Dios es el Salvador). "Salva". es decir, libra del mal. "Salva", es decir, "vence el mal". Es esto precisamente lo que en el lenguaje metafórico del Libro del Génesis significan las palabras "herirá en la cabeza la serpiente".

Sin embargo, ya aquel primer anuncio habla del precio que pagará el Salvador, Hijo de una Mujer.

Sabemos qué precio ha pagado Jesús, Hijo de María, nuestro Salvador. Sabemos que "hemos sido comprados a un caro precio" ( cf. 1 Co 6, 20). La Cruz de Cristo está en el centro de la historia de la salvación, en el centro de la historia del hombre.

María estará bajo la Cruz.

Precisamente sobre la Cruz se conseguirá la victoria. Precisamente a través de la Cruz "su reino no tendrá fin".

Es "la diestra" del Hijo, clavado en la Cruz, la que ha conseguido esta victoria sobre el pecado.

5. Esa victoria es lo que celebra hoy la liturgia de la Iglesia.

Aquí tiene su punto de partida la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

El Hijo ha obtenido esta victoria en su Madre y por su Madre preservándola de la herencia del pecado de Adán desde el primer momento de su existencia, ya en el momento mismo de la concepción.

Ella, como todos los hombres, tenía necesidad de redención. Y fue redimida gracias al precio del Sacrificio de la Cruz de su Hijo. Fue redimida gracias a este Sacrificio.

Fue redimida de un modo particular.

La Iglesia profesa esta singular y excepcional redención de la Madre de Cristo celebrando la Inmaculada Concepción de María.

6. Hoy, juntamente con el Apóstol, la Iglesia bendice a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

En efecto, "en la persona de Cristo (el Padre) nos eligió —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables ante él... para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 4.6).

Esta bendición se refiere a todos los hombres redimidos por Cristo.

De modo particular y excepcional se refiere a María .. A aquella a la que el ángel Gabriel dijo en la Anunciación:

"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"; y a la que Isabel exclamó: "bendita tú entre las mujeres" (Lc 1, 28.42).

¡Cantemos al Señor un cántico nuevo!

El día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María el Adviento se transforma en "un cántico nuevo" con que la Iglesia canta a su Señor y Redentor.



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