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EXEQUIAS DEL CARDENAL PAOLO DEZZA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Lunes 20 de diciembre de 1999

 

1. "Pater, quos  dedisti  mihi,  volo ut ubi ego  sum  et  illi  sint  mecum" (Jn 17, 24).

Estas palabras de Cristo, tomadas de la oración llamada "sacerdotal", son para nosotros luz y consuelo, amadísimos hermanos, en este momento, en el que la fe nos reúne en torno al altar de Cristo y a los restos mortales del venerado cardenal Paolo Dezza, jesuita.

Nuestra oración quisiera insertarse en la del único y sumo Sacerdote, y esconderse en su "vuelo", reflejo perfecto de la voluntad de salvación del Padre celestial, fuente de la vida en el tiempo y en la eternidad.

Con su larga existencia, el padre Dezza se acercó a los ideales bíblicos de longevidad, recorriendo casi enteramente el siglo que está a punto de terminar. Nació en Adviento, el día de santa Lucía, y falleció en Adviento, un poco más cerca de la Navidad:  la muerte fue para él la "puerta santa", el último tránsito que se abre a la eternidad.

2. Con las palabras de Isaías, profeta del Adviento, la liturgia acaba de hacer resonar el anuncio del banquete escatológico y de la victoria definitiva de Dios sobre la muerte. En presencia de Cristo, muerto y resucitado, nosotros, a quienes la gracia ha llevado al monte Sión, decimos con fe:  "Ahí tenéis a nuestro Dios:  esperamos que nos salve; (...) nos regocijamos y nos alegramos por su salvación" (Is 25, 9).

La muerte de un hombre, tanto más de  una  persona  a  la  que nos unen vínculos de profundo afecto, no puede menos de producirnos dolor y emoción. Esos mismos sentimientos tuvo el Señor Jesús, que, delante de la tumba de su amigo Lázaro, viendo el llanto de sus hermanas, se conmovió hasta las lágrimas. Precisamente esas lágrimas Dios prometió enjugar de todos los rostros (cf. Is 25, 8); y lo hizo y lo sigue haciendo también hoy con la mano del Resucitado. Él colma a los creyentes de esperanza y alegría, a pesar de las pruebas y aflicciones de la vida, mediante las cuales podemos purificarnos, para que nos encuentre preparados cuando vuelva (cf. 1 P 1, 3-9).

3. Me agrada pensar que, más allá de la muerte, han acogido al padre Paolo Dezza tres rostros muy amados y deseados, para acompañarlo a la comunión plena con Dios:  María, Pedro e Ignacio, a los que la Providencia quiso unir su itinerario espiritual.

Fue ordenado sacerdote en 1928, en la fiesta de la Anunciación del Señor, como si hubiera querido unir su "fiat" al de la Virgen, para disponerse a acoger la gracia del Espíritu Santo. Realmente, en la intensa y múltiple actividad del padre Dezza, y más aún en las numerosas virtudes de su alma cristiana, religiosa y sacerdotal, aparece de modo inconfundible la fecundidad de la gracia y el fruto de una correspondencia perseverante y generosa a la iniciativa divina.

4. Pero si buscamos un punto unificador, en el que podamos resumir toda su vida y su espiritualidad, el mismo cardenal difunto nos lo proporciona con gran claridad. En la homilía con ocasión de su LX aniversario de ordenación sacerdotal, dijo que la expresión del padre De Guibert:  "Servir a Cristo en la persona de su Vicario" siempre le había resultado muy querida, porque le parecía ver en ella "la nota determinante de mi vocación a la Compañía y la nota dominante de toda mi vida religiosa y sacerdotal en la Compañía".

En aquella circunstancia, recordó la "huella profunda" que dejó en él, cuando tenía unos trece años, la participación en una audiencia del Papa san Pío X; y explicó que fueron decisivas para su vocación la fidelidad y la devoción al Papa, en las que veía que se distinguían los jesuitas. Su adhesión al Papa fue creciendo durante los años de su formación, hasta el punto de que, recién ordenado sacerdote, quiso venir a Roma para celebrar la misa en la capilla Clementina, junto a la tumba del apóstol Pedro.

5. Destinado casi inmediatamente a la Pontificia Universidad Gregoriana, de la que, de 1941 a 1951 fue estimadísimo rector, mantuvo contactos cada vez más estrechos con los Pontífices. "Esos contactos ―afirmaba― me hicieron comprender mejor el significado y el valor del vínculo especial que une a la Compañía con el Papa, me mostraron el gran servicio que, en virtud de dicho vínculo, la Compañía es capaz de prestar a la Iglesia y, por consiguiente, la gratitud y la benevolencia especial de los Papa para con la Compañía".

Mi venerado predecesor Pablo VI, en años muy problemáticos para la Iglesia y para la Compañía de Jesús, encontró en el padre Dezza al servidor de Cristo, al auténtico jesuita, al hombre espiritual en cuyo sabio consejo podía confiar en medio de las dificultades de su altísima misión. Yo mismo le conferí un poder especial para la Compañía de Jesús, en una fase importante de su historia.

Servir a Cristo en la persona de su Vicario: el ideal de san Ignacio fue la norma en la que el cardenal Dezza inspiró toda su vida de modo fiel y diligente, inteligente y prudente, generoso y desinteresado. No ignoraba las deficiencias existentes en la Iglesia y en sus hombres, pero con una esmerada dedicación, llena de amor y fe, contribuyó a aliviar sus efectos, trabajando por la auténtica renovación de la Iglesia misma.

6. Todo esto, que para él fue objeto de constante empeño ante Dios, es hoy para nosotros motivo de emocionada acción de gracias. Nos anima la esperanza confiada de que el Señor ya ha introducido a este amado hermano nuestro en la plenitud del gozo eterno, que él, sobre todo en el último período, deseaba ardientemente. Oremos para que se le conceda este deseo, ofreciendo el sacrificio del altar e invocando sobre él la intercesión materna de la bienaventurada Virgen María.

El amadísimo padre Paolo Dezza, consagrado sacerdote bajo el signo de la Anunciación, murió bajo la mirada llena de esperanza de la Virgen del Adviento. Que ella misma le ayude a vivir su "nacimiento al cielo", para celebrar allí, junto con los ángeles y los santos, su jubileo.

 



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