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CEREMONIA DE CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS:
CIRILO BERTRÁN Y OCHO COMPAÑEROS,
INOCENCIO DE LA INMACULADA,
BENITO MENNI Y TOMÁS DE CORI 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo de Cristo Rey, 21 de noviembre de 1999

 

1. "Se sentará en el trono de su gloria" (Mt 25, 31).

La solemnidad litúrgica de hoy se centra en Cristo, Rey del universo, Pantocrátor, como resplandece en el ábside de las antiguas basílicas cristianas. Contemplamos esa majestuosa imagen en este último domingo del año litúrgico.

La realeza de Jesucristo es, según los criterios del mundo, paradójica:  es el triunfo del amor, que se realiza en el misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Esta realeza salvífica se revela plenamente en el sacrificio de la cruz, acto supremo de misericordia, en el que se lleva a cabo al mismo tiempo la salvación del mundo y su juicio.

Todo cristiano participa en la realeza de Cristo. En el bautismo, junto con la gracia interior, recibe el impulso a hacer de su existencia un don gratuito y generoso a Dios y a sus hermanos. Esto se manifiesta con gran elocuencia en el testimonio de los santos y las santas, que son modelos de humanidad renovada por el amor divino. Entre ellos, a partir de hoy incluimos con alegría a Cirilo Bertrán y sus ocho compañeros, a Inocencio de la Inmaculada, a Benito Menni y a Tomás de Cori.

2. "Cristo tiene que reinar" hemos escuchado de san Pablo en la segunda lectura. El reinado de Cristo se va construyendo ya en esta tierra mediante el servicio al prójimo, luchando contra el mal, el sufrimiento y las miserias humanas hasta aniquilar la muerte. La fe en Cristo resucitado hace posible el compromiso y la entrega de tantos hombres y mujeres en la transformación del mundo, para devolverlo al Padre:  "Así Dios será todo para todos".

Este mismo compromiso es el que animó al hermano Cirilo Bertrán y a sus siete compañeros, Hermanos de las Escuelas Cristianas del Colegio "Nuestra Señora de Covadonga", que habiendo nacido en tierras españolas y uno de ellos en Argentina, coronaron sus vidas con el martirio en Turón (Asturias) en 1934, junto con el padre pasionista Inocencio de la Inmaculada. No temiendo derramar su sangre por Cristo, vencieron a la muerte y participan ahora de la gloria en el reino de Dios. Por eso, hoy tengo la alegría de inscribirlos en el catálogo de los santos, proponiéndolos a la Iglesia universal como modelos de vida cristiana e intercesores nuestros ante Dios.

Al grupo de los mártires de Turón se añade el hermano Jaime Hilario, de la misma Congregación religiosa, y que fue asesinado en Tarragona tres años más tarde. Perdonando a los que lo iban a matar, exclamó:  "Amigos, morir por Cristo es reinar".

Todos ellos, como cuentan los testigos, se prepararon a la muerte como habían vivido:  con la oración perseverante, en espíritu de fraternidad, sin disimular su condición de religiosos, con la firmeza propia de quien se sabe ciudadano del cielo. No son héroes de una guerra humana en la que no participaron, sino que fueron educadores de la juventud. Por su condición de consagrados y maestros afrontaron su trágico destino como auténtico testimonio de fe, dando con su martirio la última lección de su vida. Que su ejemplo y su intercesión lleguen a toda la familia lasaliana y a la Iglesia entera.

3. "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, (...) porque estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25, 34. 36). Estas palabras del evangelio proclamado hoy le serán sin duda familiares a Benito Menni, sacerdote de la orden de San Juan de Dios. Su dedicación a los enfermos, vivida según el carisma hospitalario, guió su existencia.

Su espiritualidad surge de la propia experiencia del amor que Dios le tiene. Gran devoto del Corazón de Jesús, Rey de cielos y tierra, y de la Virgen María, encuentra en ellos la fuerza para su dedicación caritativa a los demás, sobre todo a los que sufren:  ancianos, niños escrofulosos y poliomielíticos y enfermos mentales. Su servicio a la orden y a la sociedad lo realizó con humildad desde la hospitalidad, con una integridad intachable, que lo convierte en modelo para muchos. Promovió diversas iniciativas, orientando a algunas jóvenes que formarían el primer núcleo del nuevo instituto religioso, fundando en Ciempozuelos (Madrid): las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. Su espíritu de oración lo llevó a profundizar en el misterio pascual de Cristo, fuente de comprensión del sufrimiento humano y camino para la resurrección. En este día de Cristo Rey, san Benito Menni ilumina con el ejemplo de su vida a quienes quieren seguir las huellas del Maestro por los caminos de la acogida y la hospitalidad.

4. "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas y las cuidaré" (Ez 34, 11). Tomás de Cori, sacerdote de la orden de los Frailes Menores, fue imagen viva del buen Pastor. Como guía amoroso, supo conducir a los hermanos encomendados a su cuidado hacia las verdes praderas de la fe, animado siempre por el ideal franciscano.

En el convento mostraba su espíritu de caridad, siempre disponible para cualquier tarea, incluidas las más humildes. Vivió la realeza del amor y del servicio, según la lógica de Cristo que, como canta la liturgia de hoy, "se ofreció a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumando el misterio de la redención humana" (Prefacio de Jesucristo, Rey del universo).

Como auténtico discípulo del Poverello de Asís, santo Tomás de Cori fue obediente a Cristo, Rey del universo. Meditó y encarnó en su existencia la exigencia evangélica de la pobreza y la entrega de sí a Dios y al prójimo. De este modo, toda su vida aparece como signo del Evangelio y testimonio del amor del Padre celestial, revelado en Cristo y operante en el Espíritu Santo, para la salvación del hombre.

5. Demos gracias a Dios que, a lo largo de los senderos del tiempo, no deja de suscitar luminosos testigos de su reino de justicia y paz. Los doce nuevos santos, a los que hoy tengo la alegría de proponer a la veneración del pueblo de Dios, nos indican el camino que debemos recorrer para llegar preparados al gran jubileo del año 2000. En efecto, no es difícil reconocer en su ejemplaridad algunos elementos que caracterizan el acontecimiento jubilar. Pienso, en particular, en el martirio y en la caridad (cf. Incarnationis mysterium, 12-13). Más en general, esta celebración nos recuerda el gran misterio de la comunión de los santos, fundamento del otro elemento característico del jubileo, que es la indulgencia (cf. ib., 9-10).

Los santos nos señalan el camino del reino de los cielos, el camino del Evangelio aceptado radicalmente. Al mismo tiempo, sostienen nuestra serena certeza de que toda realidad creada encuentra en Cristo su cumplimiento y que, gracias a él, el universo será entregado a Dios Padre plenamente renovado y reconciliado en el amor.

Que san Cirilo Bertrán y sus ocho compañeros, san Inocencio de la Inmaculada, san Benito Menni y santo Tomás de Cori nos ayuden también a nosotros a recorrer este camino de perfección espiritual. Nos sostenga y proteja siempre María, Reina de todos los santos, a quien precisamente hoy contemplamos en su presentación en el Templo. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, también nosotros colaboremos fielmente en el misterio de la redención. Amén.

 



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