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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE LA NATIVIDAD DE MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 25 de febrero de 2001

 

1. "Abre, Señor, nuestro corazón, y comprenderemos las palabras de tu Hijo".

La invocación del Aleluya nos introduce en el tema de este VIII domingo del tiempo ordinario. Jesús es el verdadero Maestro que comunica a los hombres las verdades de la salvación. Quienes lo escuchan son invitados a "comprender", es decir, a acoger en el corazón sus palabras y a traducirlas en opciones concretas de vida.

Jesús no sólo transmite una doctrina que viene de Dios; sobre todo es el modelo al que debemos conformarnos; no nos ha dejado simplemente una colección de enseñanzas para aprender; nos ha indicado sobre todo un camino por recorrer, presentándose él mismo como ejemplo que hay que imitar.

Por tanto, abrámosle nuestro corazón:  así entraremos en el misterio de su amor, que ilumina toda la existencia.

2. "Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro" (Lc 6, 40).

En el seguimiento de Cristo, nuestro divino Maestro, aprendemos que para ser sus discípulos es preciso seguirlo especialmente con la capacidad de amar, tal como él mismo la describe en el texto del evangelio según san Lucas que estamos leyendo en estos domingos. El núcleo de su mensaje es precisamente el amor, más aún, el amor a los enemigos, que  no  busca  venganza y ofrece el perdón; es  la  misericordia y la disponibilidad  a amar siempre, incluso a costa de la vida, al estilo de Dios (cf. Lc 6, 27-38).

Esta es la enseñanza que hay que acoger y transmitir fielmente. Esta es la única escuela que forma a los auténticos misioneros del Evangelio, llamados a ser guías sabios y seguros para sus hermanos (cf. Lc 6, 39).

3. Con estos sentimientos os saludo, amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de la Natividad de María en la vía de Bravetta.

Me alegra estar entre vosotros hoy, prosiguiendo mis visitas pastorales a las parroquias romanas. Doy gracias con alegría a quienes, al inicio de la celebración eucarística, me han dado la bienvenida, interpretando vuestros sentimientos.

De modo especial, quisiera saludar al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Vincenzo Apicella, a vuestro querido párroco, don Lorenzo Rossi, y a los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción, que colaboran con él en la atención pastoral de la parroquia.

Saludo, asimismo, a los Hijos de la Inmaculada Concepción, que durante mucho tiempo han prestado la iglesia del instituto Padre Luigi Monti para la celebración dominical de la misa de los muchachos y de los jóvenes con sus familias.

También saludo y doy las gracias a las religiosas de Nuestra Señora de la Compasión y a las Hijas de San José, presentes en el barrio, y que, cuando aún no existía la iglesia ni ningún otro local disponible, ofrecieron sus instalaciones a la comunidad parroquial. Les agradezco sinceramente este servicio prestado generosamente a la parroquia y las animo a proseguir su apreciada colaboración en las actividades pastorales. Al abrazar con afecto a cada uno de los presentes, deseo extender mi cordial saludo a todos los habitantes del barrio.

Sé que habéis debido esperar hasta el año pasado la construcción de la nueva iglesia en la que hoy, con íntima satisfacción, celebramos la Eucaristía.

Demos gracias a Dios por esta obra que ha costado muchos esfuerzos y que, con el apoyo del Vicariato, habéis logrado realizar finalmente. Haced que este templo sea signo visible de unidad y comunión, superando la fragmentación de las celebraciones litúrgicas y de los lugares de catequesis que habéis tenido que soportar durante mucho tiempo. Caminando en concordia y unidad, escribiréis una hermosa página de vida espiritual y pastoral de vuestra comunidad parroquial.

4. Precisamente para ayudaros en este itinerario, permitidme que os entregue simbólicamente el Mensaje que dirigí la semana pasada a la diócesis de Roma, al término del jubileo y con vistas a la gran Asamblea diocesana del próximo mes de junio. Hacedlo objeto de atenta reflexión y traducid sus indicaciones en opciones apostólicas concretas. El tiempo cuaresmal, que empezará dentro de algunos días, constituye una ocasión oportuna para esta revisión de vida.

Preguntaos individualmente y como comunidad:  ¿qué aportación puedo dar al crecimiento de la comunión plena en la Iglesia? ¿Cómo puedo brindar mi contribución específica, para que sea cada vez más casa y escuela de comunión? Es preciso caminar unidos para testimoniar juntos el Evangelio. Esta es la consigna que os dejo, queridos hermanos y hermanas de la parroquia de la Natividad de María.

Muchas son las urgencias apostólicas en vuestro barrio que, como otros, ha sufrido profundas transformaciones en pocos años. Desde hace tiempo habéis emprendido felizmente hermosas iniciativas en favor de los niños y de los jóvenes, de los novios, de las familias, de los pobres y de los ancianos. Avanzad por este camino, privilegiando en primer lugar el cuidado de las familias, que a menudo no son capaces de asegurar una adecuada formación cristiana a sus hijos. Hay niños y adolescentes que necesitan que alguien les ayude a crecer en la fe; y cristianos que esperan guías capaces de sostenerlos en el testimonio evangélico, orientándolos en los diversos ámbitos de estudio, de actividad y de servicio.

Pienso especialmente en vosotros, queridos jóvenes, a quienes, en el ámbito de la "misión permanente" que realiza nuestra diócesis, se ha confiado la tarea de ser los primeros evangelizadores de vuestros coetáneos. Que cada uno asuma responsablemente su papel en la comunidad parroquial.

5. "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu  hermano  en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?" (Lc 6, 41).

Con estas palabras Jesús nos da una indicación útil, que podríamos llamar "pastoral". Por desgracia, a menudo sentimos la tentación de condenar los defectos y los pecados de los demás, sin lograr ver los nuestros con la misma lucidez. ¿Cómo darnos cuenta si nuestro propio ojo está libre o cubierto con una viga? Jesús responde:  "Cada árbol se conoce por su fruto" (Lc 6, 44).

Este sano discernimiento es don del Señor, y hay que implorarlo con oración incesante. Al mismo tiempo, es conquista personal que exige humildad y paciencia, capacidad de escucha y esfuerzo por comprender a los demás.

Estas características deben darse en todo verdadero discípulo y requieren empeño y espíritu de sacrificio. Cuando nos resulte arduo seguir al Señor por este camino, recurramos al apoyo y a la intercesión de María.

En la fachada de vuestra iglesia hay un arco empotrado en el cuerpo del edificio. Recuerda a la Virgen, Aurora de la salvación, siempre dispuesta a abrazar a sus hijos y a introducirlos en el templo para  que  se encuentren con Cristo.

Ella, la Virgen del silencio y de la escucha, nos ayude a ser testigos y heraldos valientes del Evangelio; nos enseñe a mirar a los demás con ojos llenos de comprensión y bondad; y nos obtenga el don de una sabia prudencia pastoral.

Y tú, Señor, ábrenos el corazón; así comprenderemos tus palabras de salvación. Amén.

 



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