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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA JUAN PABLO II A POLONIA
(16-19 DE AGOSTO DE 2002)

BEATIFICACIÓN DE CUATRO SIERVOS DE DIOS

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Explanada Blonia de Cracovia
Domingo 18 de agosto de 2002

"Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Estas palabras del Señor Jesús, que acabamos de escuchar, se inscriben de modo particular en el tema de esta asamblea litúrgica en la explanada Blonia de Cracovia: "Dios, rico en misericordia". Este lema resume, en cierto modo, toda la verdad sobre el amor de Dios, que ha redimido a la humanidad. "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo" (Ef 2, 4-5). La plenitud de este amor se reveló en el sacrificio de la cruz. En efecto:  "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Esta es la medida del amor de Dios. Esta es la medida de la misericordia de Dios.

Cuando somos conscientes de esta verdad, nos damos cuenta de que la invitación de Cristo a amar a los demás, como él nos ha amado a nosotros, nos propone a todos esta misma medida. En cierto modo, nos sentimos impulsados a ofrecer día a día nuestra vida, teniendo misericordia con nuestros hermanos, sirviéndonos del don del amor misericordioso de Dios. Nos damos cuenta de que Dios, concediéndonos misericordia, espera que seamos testigos de la misericordia en el mundo de hoy.

2. La invitación a testimoniar la misericordia resuena con singular elocuencia aquí, en la amada Cracovia, dominada por el santuario de la Misericordia Divina de Lagiewniki y por el nuevo templo, que ayer tuve la alegría de consagrar. Aquí, esta invitación resuena familiar, porque recuerda la tradición secular de la ciudad, cuya característica particular ha sido siempre la disponibilidad a ayudar a las personas necesitadas. No se puede olvidar que de esta tradición forman parte numerosos santos y beatos —sacerdotes, personas consagradas y laicos—, que dedicaron su vida a las obras de misericordia. Desde el obispo Estanislao, la reina Eduvigis, Juan de Kety y Piotr Skarga, hasta fray Alberto, Ángela Salawa y el cardenal Sapieha, las generaciones de los fieles de esta ciudad se han transmitido a lo largo de los siglos la herencia de la misericordia. Hoy esta herencia ha sido entregada en nuestras manos, y no debe caer en el olvido.

Doy las gracias al cardenal Franciszek Macharski, que, con sus palabras de saludo, ha querido recordarnos esta tradición. Agradezco la invitación a visitar mi Cracovia y la hospitalidad que me han brindado. Saludo a todos los presentes, comenzando por los cardenales y obispos, así como a los que participan en esta Eucaristía a través de la radio y la televisión.

Saludo a toda Polonia. Recorro idealmente el luminoso itinerario con el que santa Faustina Kowalska se preparó para acoger el mensaje de la misericordia —desde Varsovia, a través de Plock y Vilna, hasta Cracovia—, recordando también a cuantos en este itinerario cooperaron con ella, apóstol de la misericordia. Deseo saludar a nuestros huéspedes. Saludo al señor presidente de la República polaca, al señor primer ministro, así como a los representantes de las autoridades estatales y territoriales. Abrazo con el corazón a mis compatriotas y, en particular, a los afligidos por el sufrimiento y la enfermedad; a cuantos atraviesan múltiples dificultades, a los desempleados, a los que no tienen un techo, a las personas de edad avanzada y solas, y a las familias con muchos hijos. Les aseguro que estoy cerca de ellos espiritualmente y los acompaño constantemente con la oración. Mi saludo se extiende a mis compatriotas esparcidos por el mundo. Saludo de corazón, asimismo, a los peregrinos que han venido aquí de diversos países de Europa y del mundo. Dirijo un saludo particular a los presidentes de Lituania y de Eslovaquia, aquí presentes.

3. Desde el comienzo de su existencia, la Iglesia, inspirándose en el misterio de la cruz y de la resurrección, predica la misericordia de Dios, prenda de esperanza y fuente de salvación para el hombre. Sin embargo, parece que hoy en particular es llamada a anunciar al mundo este mensaje. No puede descuidar esta misión, si Dios mismo la llama con el testimonio de santa Faustina.

Dios eligió para ello nuestro tiempo. Quizá porque el siglo XX, a pesar de los indiscutibles éxitos en muchos campos, ha quedado marcado, de modo particular, por el misterio de iniquidad. Con esta herencia de bien, pero también de mal, hemos entrado en el nuevo milenio. Ante la humanidad se abren nuevas perspectivas de desarrollo y, al mismo tiempo, peligros hasta ahora inéditos. A menudo el hombre vive como si Dios no existiera, e incluso se pone en el lugar de Dios. Se arroga el derecho del Creador de interferir en el misterio de la vida humana. Quiere decidir, mediante manipulaciones genéticas, la vida del hombre y determinar el límite de la muerte. Rechazando las leyes divinas y los principios morales, atenta abiertamente contra la familia. De varios modos intenta silenciar la voz de Dios en el corazón de los hombres; quiere hacer de Dios el "gran ausente" en la cultura y en la conciencia de los pueblos. El "misterio de iniquidad" sigue caracterizando la realidad del mundo.

Experimentado este misterio, el hombre vive el miedo del futuro, del vacío, del sufrimiento y del aniquilamiento. Quizá precisamente por eso, es como si Cristo, mediante el testimonio de una humilde religiosa, hubiera entrado en nuestro tiempo para indicar claramente la fuente de alivio y esperanza que se encuentra en la misericordia eterna de Dios.

Es preciso hacer que el mensaje del amor misericordioso resuene con nuevo vigor. El mundo necesita este amor. Ha llegado la hora de difundir el mensaje de Cristo a todos: especialmente a aquellos cuya humanidad y dignidad parecen perderse en el mysterium iniquitatis. Ha llegado la hora en la que el mensaje de la misericordia divina derrame en los corazones la esperanza y se transforme en chispa de una nueva civilización:  la civilización del amor.

4. La Iglesia desea anunciar incansablemente este mensaje, no sólo con palabras fervientes, sino también con una práctica solícita de la misericordia. Por eso indica ininterrumpidamente ejemplos estupendos de personas que, en nombre del amor a Dios y al hombre, "han ido y han dado fruto". Hoy añade a ellos cuatro nuevos beatos. Son diversos los tiempos en los que vivieron, y son diversas sus historias personales. Pero los une ese rasgo particular de santidad que es la entrega a la causa de la misericordia.

El beato Segismundo Félix Felinski, arzobispo de Varsovia, en un período difícil, marcado por la falta de libertad nacional, invitó a perseverar en el servicio generoso a los pobres y a abrir instituciones educativas y caritativas. Él mismo fundó un orfanato y una escuela, y llamó a la capital a las Religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, sosteniendo la obra iniciada por ellas. Tras la caída de la insurrección de 1863, guiado por sentimientos de misericordia hacia los hermanos, defendió abiertamente a los perseguidos. El precio que pagó por esa fidelidad fue la deportación a Rusia, la cual duró veinte años. También allí siguió ayudando  a  las  personas pobres y extraviadas, mostrándoles  gran  amor, paciencia y comprensión. Se ha escrito de él que "durante su exilio, oprimido por todas partes, en la pobreza de la oración, permaneció siempre solo al pie de la cruz, encomendándose a la Misericordia divina".

Es un ejemplo de ministerio pastoral que hoy, de modo especial, quiero confiar a mis hermanos en el episcopado. Queridos hermanos, el arzobispo Felinski sostiene vuestros esfuerzos por elaborar y aplicar un programa pastoral de la misericordia. Que este programa constituya vuestro compromiso, ante todo en la vida de la Iglesia, y luego, como es necesario y oportuno, en la vida social y política de la nación, de Europa y del mundo.

Impulsado por este espíritu de caridad social, el arzobispo Felinski se comprometió profundamente en la defensa de la libertad nacional. Esto es necesario también hoy, cuando diversas fuerzas, guiadas a menudo por una falsa ideología de libertad, tratan de apropiarse de este terreno. Cuando una ruidosa propaganda de liberalismo, de libertad sin verdad y responsabilidad, se intensifica también en nuestro país, los pastores de la Iglesia no pueden dejar de anunciar la única e infalible filosofía de la libertad que es la verdad de la cruz de Cristo. Esta filosofía de libertad está unida estructuralmente a la historia de nuestra nación.

5. El deseo de llevar la misericordia a las personas más necesitadas impulsó al beato Juan Beyzym, jesuita, gran misionero, al lejano Madagascar, donde, por amor a Cristo, dedicó su vida a los leprosos. Sirvió día y noche a los que vivían marginados y excluidos de la vida de la sociedad. Con sus obras de misericordia en favor de personas abandonadas y despreciadas, dio un testimonio extraordinario. Testimonio que primero resonó en Cracovia, después en Polonia y, por último, entre los polacos en el extranjero. Se recogieron fondos para construir un hospital dedicado a la Virgen de Czestochowa, que existe todavía hoy. Uno de los promotores de esa ayuda fue el santo fray Alberto.

Me alegra que ese espíritu de solidaridad en la misericordia siga vivo en la Iglesia polaca; lo demuestran las numerosas obras de ayuda a las comunidades damnificadas por catástrofes naturales en diversas regiones del mundo, así como la reciente iniciativa de adquirir la sobreproducción de cereales para destinarla a los que sufren hambre en África. Espero que esta noble idea se realice.

La obra caritativa del beato Juan Beyzym estaba inscrita en su misión fundamental:  llevar el Evangelio a los que no lo conocen. He aquí el mayor don de misericordia:  llevar a los hombres hacia Cristo y permitirles conocerlo y gustar su amor. Por eso, os pido:  orad para que en la Iglesia en Polonia nazcan vocaciones misioneras. Sostened siempre a los misioneros con la ayuda y con la oración.

6. El servicio a la misericordia caracterizó la vida del beato Juan Balicki. Como sacerdote tuvo siempre un corazón abierto a las personas necesitadas. Su ministerio de misericordia, además de la ayuda a los enfermos y a los pobres, se expresó con particular energía mediante el ministerio del confesonario, lleno de paciencia y humildad, siempre abierto a acercar de nuevo al pecador arrepentido al trono de la gracia divina.

Al recordarlo, quisiera decir a los sacerdotes y a los seminaristas:  os ruego, hermanos, que no olvidéis que, en cuanto dispensadores de la Misericordia divina, tenéis una gran responsabilidad; acordaos también de que Cristo mismo os conforta con la promesa transmitida a través de santa Faustina:  "Di a mis sacerdotes que los pecadores empedernidos se enternecerán con sus palabras, cuando hablen de mi infinita misericordia y de la compasión que siento por ellos en mi Corazón" (Diario, 1521, ed. it. 2001, p. 504).

7. La obra de la misericordia trazó el itinerario de la vocación religiosa de la beata Sanzia Szymkowiak, religiosa "Seráfica". Ya en su familia aprendió a amar intensamente al Sagrado Corazón de Jesús, y con este espíritu fue muy bondadosa con todos, especialmente con los más pobres y necesitados. Empezó a llevar ayuda a los pobres, primero como miembro de la Asociación mariana y de la Asociación de la Misericordia de San Vicente; después, una vez abrazada la vida religiosa, se dedicó al servicio de los demás con mayor fervor. Aceptó los tiempos difíciles de la ocupación nazi como ocasión para consagrarse completamente a las personas necesitadas. Consideraba su vocación religiosa como un don de la Misericordia divina.

Al saludar a la congregación de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores —las religiosas "Seráficas"—, me dirijo a todas las religiosas y personas consagradas. Que la beata Sanzia sea vuestro ejemplo, vuestra patrona. Haced vuestro su testamento espiritual, condensado en una frase sencilla:  "Si uno se dedica a Dios, es preciso entregarse hasta perderse totalmente".

8. Hermanos y hermanas, al contemplar las figuras de estos beatos, quiero recordar una vez más cuanto escribí en la encíclica sobre la Misericordia divina:  "El hombre alcanza el amor misericordioso de Dios, su misericordia, en cuanto él mismo interiormente se transforma en el espíritu de tal amor hacia el prójimo" (Dives in misericordia, 14). Ojalá redescubramos en este camino, cada vez más profundamente, el misterio de la Misericordia divina y lo vivamos diariamente.

Ante las formas modernas de pobreza que, me consta, no faltan en nuestro país, se necesita hoy —como la definí en la carta Novo millennio ineunte— una "creatividad de la caridad" según el espíritu de solidaridad con el prójimo, de modo que la ayuda sea testimonio de un "compartir fraterno" (cf. n. 50). Que no falte esta "creatividad" a los habitantes de Cracovia y de toda nuestra patria. Que con ella se trace el programa pastoral de la Iglesia en Polonia. Ojalá que el mensaje de la misericordia de Dios se refleje siempre en las obras de misericordia del hombre.

Hace falta esta mirada de amor para darnos cuenta de que el hermano que está a nuestro lado, con la pérdida de su trabajo, de su casa, de la posibilidad de mantener dignamente a su familia y de dar instrucción a sus hijos, experimenta un sentimiento de abandono, extravío y desconfianza. Hace falta la "creatividad de la caridad" para ayudar a un niño no atendido material y espiritualmente; para no volver la espalda al muchacho o a la muchacha arrastrados por el mundo de las diversas dependencias o del crimen; para dar consejo, consuelo y ayuda espiritual y moral a quien emprende una lucha interior contra el mal. Que no falte jamás la "creatividad" cuando una persona necesitada suplique:  "Danos hoy nuestro pan de cada día". Que, gracias al amor fraterno, no falte jamás este pan. "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7).

9. Durante mi primera peregrinación a nuestra patria, en 1979, aquí en Blonia dije que "cuando somos fuertes con el espíritu de Dios, somos también fuertes en la fe en el hombre, fuertes en la fe, la esperanza y la caridad, que son indisolubles, y estamos dispuestos a dar testimonio por la causa del hombre ante aquel que está verdaderamente interesado en esta causa". Por eso, os pedí:  "no despreciéis jamás la caridad, que es la cosa "más grande" que se ha manifestado a través de la cruz, y sin la cual la vida humana no tiene raíz ni sentido" (Homilía durante la misa de clausura del jubileo de san Estanislao, 10 de junio de 1979, nn. 4-5:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de junio de 1979, p. 10).

Hermanos y hermanas, hoy os repito esta invitación:  abríos al don mayor de Dios, a su amor que, mediante la cruz de Cristo, se ha manifestado al mundo como amor misericordioso. Hoy, que vivimos en otros tiempos, en el alba del nuevo siglo y milenio, seguid estando "dispuestos a dar testimonio por la causa del hombre". Hoy, con toda mi fuerza, pido a los hijos y a las hijas de la Iglesia y a los hombres de buena voluntad que no separen jamás la "causa del hombre" del amor de Dios. Ayudad al hombre moderno a experimentar el amor misericordioso de Dios. Que en su resplandor y calor salve su humanidad.



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